Runruneo
Con el anticiclón sobre el archipiélago de las Azores y los días más largos que las tetas de una cabra, la calor seca mueve a la somnolencia. Aunque ni a las altas temperaturas, ni al conocido anticiclón, ni a al calendario se les puede culpar de un sopor, de una especie de modorra, provocada por un tedioso y aburrido runrún en el acontecer público y cotidiano. El runrún es un ruido persistente, dicen los académicos, confuso muchas veces y bronco otras, que produce aturdimiento e inclina al sueño. No son pocos aquellos que se relajan y encuentran descanso y sueño frente al murmullo del televis...
Con el anticiclón sobre el archipiélago de las Azores y los días más largos que las tetas de una cabra, la calor seca mueve a la somnolencia. Aunque ni a las altas temperaturas, ni al conocido anticiclón, ni a al calendario se les puede culpar de un sopor, de una especie de modorra, provocada por un tedioso y aburrido runrún en el acontecer público y cotidiano. El runrún es un ruido persistente, dicen los académicos, confuso muchas veces y bronco otras, que produce aturdimiento e inclina al sueño. No son pocos aquellos que se relajan y encuentran descanso y sueño frente al murmullo del televisor. Pues bien, la actualidad, con alguna excepción, tampoco está exenta de un runruneo soporífero. Vayamos a esos murmullos.
A estas latitudes valencianas llegaron las voces de la campaña electoral gallega. Cuando se escriben estas líneas, nos llega la buena nueva de que la ciudadanía gallega está acudiendo a las urnas y participando en las elecciones más de lo acostumbrado. Las urnas siempre tienen un respeto y una atención. Pero, ¿qué atención o respeto tuvieron los resúmenes de mítines y las informaciones que nos trasmitieron los medios durante la campaña electoral gallega? Sueño y desinterés ante las agudezas en un mitin de quienes prometen futuro, y desinterés y sueño ante las salidas de tono de un renqueante anciano, desde hace muchos años casado con el poder que no tiene sexo, como lo tienen los matrimonios heterosexuales y homosexuales.
Que ese, el de los matrimonios y sus legalizaciones, va siendo ya un ruido de actualidad tediosa y nada divertida que empuja también al desinterés y al sueño. Demasiada proclama persistente y continuada de quienes dicen defender la familia tradicional -tradicionalmente ha habido familias muy distintas y de moral muy diferente en todos los pueblos, naciones y civilizaciones-, y demasiado júbilo continuado y persistente por parte de quienes van a ver reconocidos sus derechos en las nuevas leyes. Por eso, cuando el mitrado de Segorbe-Castellón se expresa diciendo que los matrimonios no tradicionales -naturales dicen ellos- van a ser como tsunamis que socavarán la civilización cristiana, sus afirmaciones producen sopor. Y quizás también el piadoso deseo de que el Santo de Israel abra los ojos a algunos de nuestros prelados, para que vean que la civilización cristiana es algo más y más trascedente que el reconocimiento legal de uniones que siempre existieron, y más importante que cualquier episodio pecaminoso protagonizado por algunos curas de Boston o de la católica Austria.
Y no es en Boston ni Austria, sino en las comarcas valencianas del Norte, donde continúa y persiste el rumor bronco en torno al cabeza de fila de los conservadores provinciales y provincianistas. Un rumor envuelto en números que son cantidades en la Hacienda pública -¿Hacienda somos todos?-, un runruneo que por largo y alargado origina también sopor. Es una especie de modorra morbosa que provoca reacciones mentales moralmente insanas e incívicas: si no pagan los que tienen, ¿por qué diablos ha de pagar y declarar hasta la última factura mi vecino el fontanero?
No son, pues, las altas temperaturas del verano seco que nos va a acompañar las culpables de la modorra. Es la persistencia, todos los días, de voces y runruneos, declaraciones y actuaciones, que parecen no tiener fin. Que aburren sin límite, precisamente porque no tienen fin.