Crítica:

Colombia novelada

Jugando al símil cinematográfico, se diría que el autor fija el objetivo de su cámara en un salón familiar, y retrocede en travelling inverso hasta ver el edificio, el barrio, la ciudad entera y la historia laberíntica de la Colombia de la década de los cuarenta. Vásquez se enmascara con la personalidad del escritor Gabriel Santoro, autor de una novela titulada Una vida en el exilio, en la que investigaba la azarosa vida de una tal Sara Guterman, alemana llegada a Colombia en los treinta y perseguida por la política antinazi del Gobierno del presidente Santos. Su padre, el profes...

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Jugando al símil cinematográfico, se diría que el autor fija el objetivo de su cámara en un salón familiar, y retrocede en travelling inverso hasta ver el edificio, el barrio, la ciudad entera y la historia laberíntica de la Colombia de la década de los cuarenta. Vásquez se enmascara con la personalidad del escritor Gabriel Santoro, autor de una novela titulada Una vida en el exilio, en la que investigaba la azarosa vida de una tal Sara Guterman, alemana llegada a Colombia en los treinta y perseguida por la política antinazi del Gobierno del presidente Santos. Su padre, el profesor Santoro, publicó una reseña poco menos que vejatoria contra esa novela, lo que dio pie a que la sospecha se cerniera sobre su hijo y éste iniciase una serie de pesquisas acerca de los motivos que pudo tener para condenar con semejante vehemencia su relato. Entonces, dudas, medias mentiras, conjeturas y contradicciones van tejiendo una novela polifónica y coral, la que el lector tiene en sus manos, que en realidad adquiere pronto una doble condición, la de biografía obsesiva del abogado y profesor de oratoria Gabriel Santoro, su padre, y la de crónica política de la Colombia de los cuarenta, enrarecida por la guerra en Europa y por los deletéreos efectos de una caza de brujas llevada a cabo entre la población alemana emigrada a Bogotá y otras ciudades huyendo del III Reich antes del estallido de la conflagración mundial. El acarreo documental y la disposición del texto de algunos pasajes en forma de interrogatorios del narrador o transcritos de los medios de comunicación acerca la novela de Vásquez, en efecto, a las técnicas del nuevo periodismo, pródigas en añagazas que acaban dándole gato por liebre al lector haciéndole olvidar que no lee sino una ficción concebida maliciosamente como verdad. El joven periodista Santoro acaba, pues, por escribir esta segunda novela, asida a la metaficción, para averiguar el porqué de la censura de su padre a la que escribió con anterioridad, de tal modo que Los informantes indaga en la vida de un hombre los motivos del destino de una nación. La lectura histórica que brota de un conflicto personal, el paisaje de fondo de una caza de brujas en los aledaños de la Segunda Guerra Mundial, el fanatismo político, y un secreto personal merodeando en la biografía del protagonista, son aspectos que sustentan la afinidad de esta novela con Me casé con un comunista (1998), de Philip Roth. Y seguramente la comunión de lo familiar, lo personal y lo nacional y la política condenando al individuo a un retrato en escorzo remiten a Pastoral americana (1997), del propio Roth. En ocasiones, el trasiego verbal es excesivo y la trama se remansa más de la cuenta, pero a la prosa de Vásquez no le faltan virtudes, y Los informantes ha dado con el cauce idóneo para advertir de que en el juego de profanar la memoria histórica vale cualquier trampa.

LOS INFORMANTES

Juan Gabriel Vásquez

Alfaguara. Barcelona, 2004

338 páginas. 15 euros

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