Tribuna:

Formas ilusorias

Antón Capitel acaba de publicar un libro cuyo título ya incita a la polémica: Las formas ilusorias en la arquitectura moderna. Un ensayo sobre la inspiración (Tanais). Sólo hace falta una lectura en diagonal para adivinar la tesis general del libro. Capitel empieza afirmando que "representar en arquitectura algo que no está, que material o físicamente no existe -producir una ilusión-, puede considerarse algo tradicional". Las cariátides, la pintura pompeyana, la cúpula como bóveda del cielo, la suspensión de la gravedad en el manierismo, los sistemas columnarios adosados, la interpretac...

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Antón Capitel acaba de publicar un libro cuyo título ya incita a la polémica: Las formas ilusorias en la arquitectura moderna. Un ensayo sobre la inspiración (Tanais). Sólo hace falta una lectura en diagonal para adivinar la tesis general del libro. Capitel empieza afirmando que "representar en arquitectura algo que no está, que material o físicamente no existe -producir una ilusión-, puede considerarse algo tradicional". Las cariátides, la pintura pompeyana, la cúpula como bóveda del cielo, la suspensión de la gravedad en el manierismo, los sistemas columnarios adosados, la interpretación romántica del bosque gótico, etcétera, son referencias que parecen demostrarlo. Pero "podría afirmarse a primera vista que las ilusiones no están, sin embargo, en la arquitectura moderna, incluso porque su condición de fuertemente abstracta así lo ha impedido". Por lo menos es cierto que ese asunto no ha sido tratado en la crítica y la historiografía de la modernidad. En oposición a este hecho, Capitel dedica el libro a explicar que "las ilusiones, de rasgos tradicionales a veces, pero las más con rasgos, contenidos y hasta objetivos completamente nuevos, forman parte de algunas arquitecturas modernas tanto o más que las anteriores". Para entender el mensaje real de esta tesis -tergiversadora de buena parte de la interpretación de la arquitectura moderna y, quizá, de la posmoderna- hay que superar la lectura rápida y fácil y adentrarse en la sucesión de análisis que el libro propone, un análisis puntuado en cinco episodios concretos -Erik Gunnar Asplund, el constructivismo ruso, L. Mies van der Rohe, Le Corbusier y Alvar Aalto-, completados con lo que denomina "prosopopeyas arquitectónicas" y "ciudades disfrazadas", capítulos que se refieren respectivamente al paradigma neoyorquino y a la arquitectura del Londres estilísticamente dubitativo. En cada uno de estos episodios Capitel descubre diversos mecanismos ilusorios, a veces propios o exclusivos y muchas veces comunes, con lo cual enhebra dialécticamente unos nuevos patronos que configuran en conjunto una nueva interpretación de la arquitectura moderna, una distinta lectura histórica y crítica. Una novedad importante es que el mecanismo ilusorio más genérico es, según Capitel, el mismo que se encuentra en la arquitectura histórica: el intento de desaparición o disminución de la expresión tectónica de la gravedad, la anulación del peso y del protagonismo de los vectores de fuerza, a pesar de que en la crítica habitual la arquitectura moderna se cualifica precisamente por la sincera expresión constructiva, además de la prioridad funcional y económica, la desnudez ornamental, la composición inmaculada. Son de una evidente brillantez los textos dedicados a Mies y Le Corbusier en los que se explica cómo el mismo mecanismo ilusorio -ligereza, ingravidez, expresión contradictoria de la estructura, morfología preconcebida- se traduce en resultados estilísticos tan diferentes.

Al lado de este genérico mecanismo ilusorio como base de la inspiración, aparecen otras coincidencias seguramente menos generalizables y, en general, interpretadas de manera más literaria, menos tangible en la realidad de la composición y la construcción y, por tanto, justificables por el paralelismo con las diversas figuras retóricas. Así, el significado de "formas ilusorias" se hace un poco confuso o, por lo menos, no relacionado tan directamente con la realidad estilística y metodológica. La traducción material de una metáfora o una sinécdoque es siempre dudosa y discutible.

El texto no se prolonga hasta las experiencias más recientes y deja pendiente para otro volumen la interpretación "ilusoria" de Gehry, Koolhaas o Hadid. Se limita, por tanto, al periodo más clásico de las vanguardias. Es un método perspicaz porque la novedad de la tesis era recuperar lo ilusorio en las obras que hasta ahora han sido consideradas como radicalmente no ilusorias o incluso como voluntariamente alejadas de las posibles metáforas, alegorías y metonimias. En el análisis de las obras más recientes, el asunto será, seguramente, más difícil porque entonces los tropos literarios y las fantasías forjadas lejos de la arquitectura no podrán considerarse bases de composición o toques de finura espiritual, sino simples recursos desintegrados y, a menudo, como el final frívolo de toda una escenografía.

En el segundo volumen, si realmente aparece, será, por tanto, muy difícil mantener el panegírico de las ilusiones en los procesos de inspiración, los cuales se habían basado siempre en la radicalidad abstracta de la arquitectura y en sus contenidos específicos. ¿La ilusión -la escenografía ajena- en estas obras recientes no habrá ya logrado anular buena parte del proceso arquitectónico? El texto de Capitel alude a este fenómeno cuando dice: "No existe por parte del autor ninguna intención de corregir la visión crítica de la modernidad, entendida como una arquitectura de la abstracción, para intentar cambiarla hacia un arte más figurativo, y enlazándose así con lo que fueron las visiones llamadas posmodernas en el inmediato pasado. Quien esto escribe ha pretendido, por el contrario, demostrar la capacidad de la arquitectura como arte abstracto por excelencia para cobijar también lo figurativo y lo representativo sin dejar de ser abstracción. O, dicho de mejor modo: la capacidad de la arquitectura moderna para apoyarse en lo figurativo y en lo representativo -los tropos- a favor de expresiones abstractas, de invenciones abstractas. Y ello con un resultado final escasamente o nada escenográfico". Las arquitecturas más recientes y más espectaculares, más seguras de su insolidaridad y de su capacidad de interpretar elogiosamente y servilmente los sistemas de mercado y de consumo, ¿se las podrá calificar de "escasamente o nada escenográficas"? Esperamos que Capitel hable de ellas en su próximo libro para comprobar hasta qué punto ha sido nefasta la proliferación descontextualizada de las formas ilusorias, después de la lección de los grandes maestros pioneros.

En resumen, un texto interesante que apunta una doble lección: una nueva manera de orientar, a partir de la ilusión, la crítica y la historiografía de los acontecimientos basilares del Movimiento Moderno y una sospecha de error grave en la exageración ilusionista que aparece en la arquitectura más reciente.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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