Columna

Peaje 'for ever'

A ver si desaparecen los coches de una vez. Supongo que algo parecido es lo que pretende el Ayuntamiento de Barcelona con el prodigioso invento del área verde y demás colores antirruedas. Nuestro suelo es oro: peaje for ever. Una ciudad cuyos habitantes pagan casi 3 euros por aparcar durante una hora o es un lugar de gente con muchísimos posibles o es una ciudad sin coches. Quizás, incluso, sin gente. Así de drástica es la alternativa.

Lo que hasta ahora ha sido la ciencia de aparcar en Barcelona ha quedado reducido a este simple dilema: o pagas el capricho del coch...

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A ver si desaparecen los coches de una vez. Supongo que algo parecido es lo que pretende el Ayuntamiento de Barcelona con el prodigioso invento del área verde y demás colores antirruedas. Nuestro suelo es oro: peaje for ever. Una ciudad cuyos habitantes pagan casi 3 euros por aparcar durante una hora o es un lugar de gente con muchísimos posibles o es una ciudad sin coches. Quizás, incluso, sin gente. Así de drástica es la alternativa.

Lo que hasta ahora ha sido la ciencia de aparcar en Barcelona ha quedado reducido a este simple dilema: o pagas el capricho del coche o ni te acerques. Dicen en el Ayuntamiento que esto es lo moderno. Efectivamente, en Londres pagan peaje por entrar en el centro sobre cuatro ruedas. Londres es una de las ciudades más caras de Europa, y ahora mismo una de las más incómodas, pero, al menos, los muchísimos autobuses que circulan por la ciudad van a todo trapo, el metro está en un desenfreno de mejora perfectamente perceptible y triunfan los baratos taxis pirata.

Por cierto, desde enero, aquí, el precio del transporte público ha subido, naturalmente, muy por encima de lo que suben los salarios más comunes. Moraleja: apáñate para moverte en la ciudad de los ricos. Imagino la cara de satisfacción de gente que, como el presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, verán así confirmada su obsesión de que los catalanes atamos los perros con longanizas. ¿Cómo nos atrevemos a alardear de nuestro déficit fiscal si pagamos pequeñas fortunas por movernos en nuestra orgullosa capital?

Quizás el Ayuntamiento desea para los barceloneses un cuerpo y unas piernas de atleta. Qué más quisiéramos algunos. Si el ideal municipal es una ciudad poblada por gente joven, andarina y bicicletera -qué hermosura- está claro que los demás sobramos. Esta es una ciudad en la que priman la mediana edad y hasta la vejez. Los de la franja cuarentona y cincuentona suelen ser esa pobre gente estresada que, para pagar el aparcamiento imprescindible, a partir de ahora deberá hacer horas extras, que, a su vez, requerirán más aparcamiento, que, de nuevo, implicará más horas extras... ¿Los viejos? ¿Pero es que no se conforman los mayores con un paseito por el barrio? Se está tan bien en casa, y, además, aunque no es generalizable pese a las apariencias, muchos mayores tienen su carnet de transporte público gratuito.

Esta es la ciudad de la imaginación y la vanguardia: piernas jóvenes y motocicletas, este es el futuro barcelonés. El área verde trata de repetir el viejo éxito de la ya histórica zona azul: más de lo mismo. ¿Eternamente? Un ejército de vigilantes -¿qué nos cuestan?- controla que nadie se pase de pobre. Pagar los impuestos de matriculación, circulación y de la gasolina, los seguros, los peajes, el mantenimiento del coche, en Barcelona, no da derecho a aparcar sin gastar cifras astronómicas: el coche es un mal negocio para la gente normal. Así de claro. Mientras, se celebra el Salón del Automóvil, y Montmeló ofrece el desenfreno de la velocidad: el coche tan sólo es espectáculo de ricos, para ricos. ¿Nos enteramos de lo ricos y quejicas que somos?

Como casi todo en esta época, la contradicción que encarna el automóvil -las matriculaciones siguen subiendo- es de libro. La industria más poderosa, con un montón de puestos de trabajo, es, literalmente, expulsada de ciudades como Barcelona: ¿se ponen en riesgo puestos de trabajo? En este punto surge la polémica de la sostenibilidad: es evidente que no caben todos los coches que tenemos y que queremos, pero no podemos aparcar, correr con ellos y pagarlos. Unos penalizan, otros siguen produciendo y nosotros nos hemos acostumbrado a ser protegidos por el caparazón con ruedas hasta que nos matamos, nos colapsamos o nos arruinamos con tan maravilloso invento. Quien desenrede este lío será un genio. Amén.

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