Reportaje:

Tensión racial en Villaverde

Los locales latinoamericanos del barrio ponen carteles de apoyo a la familia de la víctima

Los comerciantes latinoamericanos de Villaverde están asustados después del brote de violencia xenófoba registrada el pasado miércoles tras el entierro de Manuel G. C., de 17 años, muerto a manos de un joven dominicano. En la mayoría de los escaparates colgaba un mensaje de rechazo al crimen y en apoyo a la familia del chico. El banco en el que éste cayó muerto era ayer un centro de peregrinación. El comentario más repetido: "Esto sólo es el principio...".

"Dicen que los españoles se están organizando y vendrán esta noche con bates en busca de los dominicanos". Miguel tiene 16 años, es ...

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Los comerciantes latinoamericanos de Villaverde están asustados después del brote de violencia xenófoba registrada el pasado miércoles tras el entierro de Manuel G. C., de 17 años, muerto a manos de un joven dominicano. En la mayoría de los escaparates colgaba un mensaje de rechazo al crimen y en apoyo a la familia del chico. El banco en el que éste cayó muerto era ayer un centro de peregrinación. El comentario más repetido: "Esto sólo es el principio...".

"Estamos pagando justos por pecadores. Es horrible lo que pasó...", dice un vecino
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"Dicen que los españoles se están organizando y vendrán esta noche con bates en busca de los dominicanos". Miguel tiene 16 años, es ecuatoriano y ayer, como la mayoría de los inmigrantes de la colonia de Oroquieta, estaba asustado. En cada comercio y en cada banco del barrio se hablaba de lo ocurrido en la concentración del miércoles y de la muerte a puñaladas de Manu, el pasado día 2, en una pelea por una cuestión baladí: el uso de una fuente pública.

"Ahora estamos pagando justos por pecadores. Es horrible lo que pasó con ese chico... y el culpable debe pagar con la cárcel, pero que nos dejen seguir viviendo en paz", pedía la dominicana Milquella, dueña de un establecimiento de comida latina que ayer tuvo que echar el cierre tras ser agredida el miércoles por un grupo de vecinos furibundos. En su escaparate colgaba una carta dirigida a la familia del joven asesinado: "La comunidad inmigrante le expresa su profundo sentimiento de solidaridad en estos momentos tan dolorosos. [...] Muchas de nosotras somos madres, hermanas o padres de chicos en la edad de Manu y rechazamos contundentemente este crimen que nos llena de horror y preocupación. [...] Deseamos que los delincuentes que lo han realizado sean castigados para que situaciones tan dolorosas como ésta no vuelvan a repetirse en nuestras calles".

El banco donde murió desangrado Manu se convirtió en el punto de peregrinación de todo el barrio. Jubilados, madres de familia, compañeros del instituto... Todos se acercaban al banco. Todos tenían algo que decir. Un cartel verde anunciaba: "La policía busca delincuentes y nosotr@s no lo somos". Decenas de velas, varias cartas y poemas flores y banderas de España recordaban al chico fallecido.

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La tensión se respiraba en cada rincón del distrito de Villaverde, donde más del 18% de la población es inmigrante. "No tienen que pagar justos por pecadores, pero esto se resolvía si al tío este lo degollaran en la tele en directo", gritaba un chaval a las cámaras de televisión que estaban en el lugar. "Con la pena de muerte esto no pasaría", aireaba otra vecina. "Estaban buscando pelea... y esto sólo es el principio, aquí va a haber más muertos" vaticina una mujer. "Si aparece por aquí le pisaría la cabeza. Manu y McGrady [nombre del supuesto homicida] quedaron en pegarse como hombres, con los puños, sin navajas, pero McGrady le traicionó", dice un chico de 14 años.

Una madre, que pasea con una niña de seis años, intenta apaciguar los ánimos: "No, hombre, no. Hay niños buenos y niños malos, no son todos iguales. Todos tienen familia, como vosotros, y no se puede juzgar a toda una raza por lo que haga uno de ellos". Araceli, una vecina de toda la vida del barrio, describe el ambiente en la zona: "Enojo, rabia y coraje. Los amigos de Manu no van a quedarse quietos, están muy calientes y claman venganza. Desde que están los inmigrantes, las cosas han cambiado, da más miedo salir a la calle". Pero los vecinos mayores recuerdan peores momentos en el barrio, cuando era un foco de compra-venta de droga y delincuencia a mediados de los ochenta.

De entrada y en caliente, la mayoría culpa a los inmigrantes de lo ocurrido, pero si se les insiste coinciden en el mismo punto: no ha sido un crimen racista. "A Manu no le mataron por ser blanco, le mataron porque se defendió", dice uno de sus amigos.

El dueño de un bar asegura, sin tapujos, que no deja entrar a "negros". Pero la discriminación racial no es común en otros locales regentados por españoles. A las 15.30 las noticias anuncian los brotes de violencia con tintes xenófobos en Villaverde. Se hace el silencio en el bar de Emiliano. Alguien cuenta en la tele que a quien tienen que juzgar es a un asesino, no a un delincuente. Una cliente lo aprueba, como si tuviera la lección bien aprendida: "¡Exactamente!". Los clientes comentan que en el barrio la convivencia siempre ha sido pacífica, pero que los problemas llegan con el fin de semana, con el alcohol, la fiesta, las broncas y los celos.

Emiliano incluso tiene una teoría conspirativa sobre lo que está pasando: "Los dominicanos quieren hacer de Oroquieta un gueto; están comprando todos los locales y quieren que los españoles nos acabemos marchando. Pero lo tienen difícil: de aquí no nos movemos", asegura.

Lucio, un hombre de 72 años, llora cada vez que intenta hablar de lo ocurrido: "Nos vamos a tener que ir. Cada día pasa algo horrible". En Villaverde en la última semana ha habido tres incidentes violentos: una mujer colombiana fue tiroteada la madrugada del domingo en un bloque de la calle del Sáhara; Manu murió acuchillado el lunes, y anteayer murió arrollado un policía por unos delincuentes que intentaban huir.

La policía tomó ayer las calles de Oroquieta. Mientras los ánimos estaban encendidos en el barrio, el Instituto de Educación Secundaria el Espinillo -un tercio de los estudiantes son inmigrantes-, intentaba mantener la normalidad, y hoy se celebra el día de la interculturalidad. Junto al banco donde murió Manu ayer por la tarde seguían llegando jóvenes y mayores a dejar sus mensajes. Un chico de 16 años sugiere: "¿Quiere que le diga el título de la próxima crónica que escriba? Apunte, apunte: La venganza de los españoles".

Asalto y secuestro de una familia

Fernando, un camarero boliviano de 22 años, se despertó a las diez de la mañana de ayer con una pistola apuntándole a la cabeza. Tres hombres entraron en la casa que comparte con otros cuatro bolivianos y un bebé de un mes en el barrio de San Cristóbal, en Villaverde. Les amordazaron, les ataron de pies y manos con cordones de zapatos y les ataron a la pata de la cama para robarles todo lo que tenían en la casa. Los asaltantes les mantuvieron una hora atados y se llevaron un botín de 700 euros.

Ayer era día de mercadillo en San Cristóbal, el barrio de Madrid con mayor porcentaje de inmigrantes (38%), que se encuentra en Villaverde. A las doce del mediodía las calles estaban tranquilas. Jubilados, vecinos de toda la vida, e inmigrantes se mezclaban en perfecta armonía. Sin embargo, los gritos desesperados de Jheny, una boliviana de 39 años, rompieron la aparente tranquilidad. "¡Policía, policía!", gritaba con la cabeza ensangrentada asomando por la ventana del cuarto piso del número 27 de la calle de Pinazaro. Según relató, con su bebé de un mes en brazos, cuando uno de sus cuatro compañeros del piso donde vive desde hace un mes intentó salir de casa a primera hora de la mañana, tres hombres -uno colombiano, otro ecuatoriano, y un tercero que no consiguió identificar- le tiraron al suelo y entraron en su casa. "Se enfadaron cuando se dieron cuenta de que éramos inmigrantes y que allí había poco que robar", cuenta Fernando, otro de los inquilinos. Jheny explica que intentó defenderse con uñas y dientes porque tenía un bebé al que cuidar. "Como me resistí, me golpearon con la pistola. Me insultaron gritándome que iban a matar al niño si no callaba y que les diera toda la plata". Tanto Jheny, que trabaja de asistenta, como Fernando, acababan de cobrar, 300 y 400 euros, respectivamente.

Los vecinos oyeron gritos, golpes y carreras desde por la mañana pero aseguraron que no avisaron a la policía porque creían que se trataba de una discusión habitual en la casa. Desde el rellano se podían ver ayer trozos de plástico, madera y jarrones por el suelo, repleto de objetos, como si un torbellino hubiera arrasado la casa.

Cuando la policía preguntó por el barrio, nadie había visto nada a plena luz del sol. "¿Seguro que no han visto nada? Buscamos a tres hombres, dos altos y uno pequeño, que acaban de huir en un coche, hace un rato".

Jheny, que tenía una brecha en la cabeza y con los brazos amoratados y con marcas en las muñecas de las cuerdas con que fue atada, apretaba los dientes con rabia. "Y que nadie haya oído los gritos... Y que nadie haya llamado a la policía... Y que nadie haya visto nada con este sol, a esta hora... Yo no lo creo. Esto nos pasa por ser inmigrantes".

La boliviana Janet, de 24 años, otra de las inquilinas, también de Santa Cruz, como los demás habitantes de la casa, había llegado a España hacía un mes. No pudo decir nada hasta dos horas después, cuando rompió a llorar. Hoy era su primer día de trabajo como churrera, y perdió su oportunidad.

Los vecinos de este barrio protagonizaron el año pasado varias movilizaciones para reclamar más presencia policial ante los numerosos robos y asaltos en el barrio.

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