Crítica:POESÍA

Un volcán extinguido

Dylan Thomas (1914-1953) empezó a publicar muy joven y, tras una vida marcada por el alcohol, murió de delirium tremens en Nueva York, en circunstancias sumamente penosas. Su fama empezó pronto y él fue una víctima más de ella, pero la pregunta clave es: ¿por qué su obra deslumbró de esa manera?; ¿qué había en ella que atrajera y sedujera tanto, incluso a los mandarines de la época como Eliot, Auden y compañía?

Lo más curioso es que sus versos eran una reacción contra la poesía antirromántica que, durante los años veinte y treinta, habían conseguido convertir en dogma los poetas ...

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Dylan Thomas (1914-1953) empezó a publicar muy joven y, tras una vida marcada por el alcohol, murió de delirium tremens en Nueva York, en circunstancias sumamente penosas. Su fama empezó pronto y él fue una víctima más de ella, pero la pregunta clave es: ¿por qué su obra deslumbró de esa manera?; ¿qué había en ella que atrajera y sedujera tanto, incluso a los mandarines de la época como Eliot, Auden y compañía?

Lo más curioso es que sus versos eran una reacción contra la poesía antirromántica que, durante los años veinte y treinta, habían conseguido convertir en dogma los poetas citados antes y todos sus dóciles seguidores. Thomas exhibe desde el comienzo una especie de torrencial confesionalidad caótica, dirigida por una voz impetuosa e intensamente emocional, una especie de torbellino que sacude el mundo alrededor y lo convierte en materia de declaraciones irracionales pero guiadas por un ímpetu rítmico que parece querer ordenar y dar sentido a todo ese caos. Por tanto, donde primaba la cautela y el embozo (Eliot) o la astuta y cerebral ironía (Auden), irrumpe este jovenzano galés, un verdadero don nadie, con estas oleadas de sentimiento desorganizado pero encajado en métrica rigurosa, ritmo implacable y sonoridad embaucadora.

POESÍA COMPLETA

Dylan Thomas

Traducción de Margarita Ardanaz Morán

Visor. Madrid, 2004

411 páginas. 16 euros

Leída hoy su poesía resulta casi radicalmente partida en dos. Sus dos primeros libros -18 poemas (1934) y 25 poemas (1936)- responden a un irracionalismo descontrolado y gobernado por la convicción de que la poesía es ante todo sonoridad cautivadora y hechizadora. En eso no deja de ser un poeta sometido a ciertos credos vanguardistas aunque es verdad que en esa apuesta relumbra también la poesía de los metafísicos del XVII y la de G. M. Hopkins. En Thomas lo que impera es el más irracional servicio a las palabras que se asocian por sus semejanzas sonoras y, aunque levanten un cierto cosmos de tierra elemental y grandiosa (el paraíso galés), no adquieren la entidad suficiente como para convertirse en una guía con la que interpretar el mundo. Sus palabras sólo suenan bien pero no significan nada que nos parezca profundo.

Las cosas empiezan a cambiar a partir de su tercer libro, El mapa del amor (1939), en el que nos encontramos un cierto principio de orden y nos topamos con poemas como Tumbados en la playa o Grullas de campanario en los que la tentación irracionalista convive con una cordialidad profunda desplegada hacia el mundo alrededor que deja asomar las posibilidades de un poeta superdotado pero que erró demasiado el tiro, tal vez como consecuencia de la complacencia con que fueron recibidas sus primerizas creaciones. El cambio se acentúa con su mejor libro, el titulado Muertes y entradas (1946), escrito en parte ya con la experiencia de la guerra (aunque él se libró de ir al frente) y con unos años más a sus espaldas. No sé si debido o no a esas dos circunstancias, lo cierto es que su poesía crece en sentido con ese libro, es decir, en creación de mundos alternativos con la magia de las palabras insufladas de un sentimiento complejo e inconfundiblemente creador. No es que desaparezca el irracionalismo ni que la sonoridad deje de ser protagonista pero, al menos, ya nos encontramos con una densidad simbólica y una convincente representación de una aventura interior auténtica. La poesía empieza a oírse con fuerza en poemas como La conversación de oraciones, el formidable Poema en octubre, Este lado de la verdad, Amor en el asilo, El jorobado en el parque, el inolvidable En mi oficio u hosco arte, Visión y oración (Hopkins más que nunca), Primavera santa y Colina de helechos, poema este último de un cálido y vigente wordsworthianismo. Aquí sí hay un poeta verdadero. Pero con ese ramillete de poemas, más alguno más de En el dormir campestre (1952) y la gran Elegía final, Thomas acredita verdad, valor sumo que quiere decir convicción, sentidos que arrastran interioridad transmutada en verbo pleno.

En cuanto a la traducción, hemos encontrado unas cuantas decisiones erróneas de diverso tipo, que tal vez sugieran precipitación y prisa. Thomas es un poeta difícil porque su irracionalismo confunde y sus riesgos léxicos y sintácticos ayudan poco. Su puntuación también desorienta y, además y sobre todas las cosas, su capacidad rítmica y su hechicería sonora son imposibles de traducir. Tal vez con más tiempo y lima, y una paciente revisión, se hubieran subsanado los errores que afean los buenos momentos, que también los hay.

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