Editorial:

Irak tiene Gobierno

La formación del primer Gobierno elegido democráticamente en Irak en más de medio siglo ha llevado tres meses de chalaneo, durante los cuales han crecido la violencia terrorista y el escepticismo de muchos iraquíes. El Parlamento aprobó ayer el Gabinete presentado por el primer ministro, Ibrahim al Jafari, en el que el grueso de las carteras recae en los antes preteridos chiíes, que, junto con los kurdos, son las fuerzas ascendentes. Otras van a los suníes, que boicotearon los comicios legislativos, y algunas fundamentales -Defensa, Petróleo- tienen titulares provisionales. Siete mujeres forma...

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La formación del primer Gobierno elegido democráticamente en Irak en más de medio siglo ha llevado tres meses de chalaneo, durante los cuales han crecido la violencia terrorista y el escepticismo de muchos iraquíes. El Parlamento aprobó ayer el Gabinete presentado por el primer ministro, Ibrahim al Jafari, en el que el grueso de las carteras recae en los antes preteridos chiíes, que, junto con los kurdos, son las fuerzas ascendentes. Otras van a los suníes, que boicotearon los comicios legislativos, y algunas fundamentales -Defensa, Petróleo- tienen titulares provisionales. Siete mujeres forman parte del Ejecutivo, en el que no hay miembros del partido del ex primer ministro Iyad Alaui, tercero más votado y que formará en la oposición.

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El nuevo Gobierno afronta tareas titánicas, aunque su mayor reto es la insoportable violencia. La expresión "guerra civil" ha dejado de ser un tabú en la conversación de los iraquíes. Los atentados suicidas, asesinatos, sabotajes y secuestros conocen un nuevo apogeo tras su apaciguamiento poselectoral. Una de las tentaciones del Gobierno de Al Jafari puede ser la definitiva purga de elementos baazistas en el aparato de seguridad, para reemplazarlos por los propios, en un país en el que cada partido importante tiene hoy su brazo armado. Washington, en otro tiempo abanderado de la idea, ya ha advertido contra ella por entender que la lucha contra la insurgencia necesita suníes del lado gubernamental.

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Si para Estados Unidos, y en general Occidente, un poder representativo en Irak supone un mojón histórico, más lo es para el conjunto de Oriente Próximo que un país árabe vaya a ser dirigido por chiíes, una secta minoritaria del islamismo. El hecho puede resultar incluso más perturbador que el experimento democrático en sí mismo. Este flamante Gobierno y un Parlamento dividido sobre cuestiones fundamentales están emplazados, además, a construir un orden nuevo del que forman parte la reconstrucción económica, la elaboración de una nueva Constitución y la celebración de elecciones este mismo año, de acuerdo con la nueva carta magna.

Los meses venideros van a poner a prueba la teórica condición de unidad nacional del Gabinete, sin la cual la gobernación del caleidoscópico Irak resultará imposible. Como timoneles que son, los chiíes deben diseñar un país en el que haya espacio vital para todos. Eso hace imprescindible la participación de sus otrora dominadores suníes en los ámbitos del Estado. Si lo consiguieran, revolucionarían a la vez Irak y el mundo árabe.

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