Columna

El Estatuto a caldo

Al ciudadano, que es en definitiva quien costea de su nómina, especulaciones, demoras y florituras en torno al Estatuto y otras filigranas de muy parecido tenor, se le figura que quienes han dado en el transitorio oficio de la política, por su mediación en la urna, cuando menos se llevan por delante el beneficio de los viajes, de las comilonas y a saber qué otras presuntas prebendas probablemente poco o nada confesables, y que les quiten lo bailao, todo a cuenta de sus haberes, sin regatearles, porque es comprensivo y generoso, algún que otro berrinche, que también se los toman, muy en particu...

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Al ciudadano, que es en definitiva quien costea de su nómina, especulaciones, demoras y florituras en torno al Estatuto y otras filigranas de muy parecido tenor, se le figura que quienes han dado en el transitorio oficio de la política, por su mediación en la urna, cuando menos se llevan por delante el beneficio de los viajes, de las comilonas y a saber qué otras presuntas prebendas probablemente poco o nada confesables, y que les quiten lo bailao, todo a cuenta de sus haberes, sin regatearles, porque es comprensivo y generoso, algún que otro berrinche, que también se los toman, muy en particular cuando no les salen las cuentas o se las ponen patas arriba. Al ciudadano, se le hace que muchos de sus representantes y asalariados son unos lanzados, que andan más a lo suyo, que a lo del común. Y eso desconcierta, fomenta la desconfianza y azuza el cabreo, aunque suele concluir más que en denuncia y protesta, en chiste, que es una crítica hecha de ingenio y más resignación. Al cronista le comentaba un ciudadano cómo algunos partidos tienen una considerable capacidad para originar su propia oposición interior, como si la otra, la fetén, no les sacara los suficientes colores. En el caso del Estatuto de Autonomía, le llama la atención el hecho de que un tipo tan peregrino como el titular de las Cortes, califique de precipitados los plazos del presidente Camps, para aprobar la reforma estatutaria. De modo que, por razones muy diferentes, sin duda, es lo cierto que se alinea con socialistas y EU, en tanto en cuanto tantas prisas no parecen oportunas a uno y a otros, para cerrar asunto tan importante y del interés de todos los valencianos. De España teme que esa presteza lleve las cosas muy allá, a un punto tal que no sirva a las conveniencias de quien presuntamente mueve los hilos. Molesto anda el ciudadano en cuestión, también con Ricardo Costa, vicesecretario regional del PP, por regañar a De España, quien cuestionó públicamente el proceso negociador. "Qué cautela cardenalicia se gasta el señor Costa, podía haber apelado a la fórmula vaticana de extra omnes, para garantizar el secreto". Y sin embargo, sí estuvo muy certero cuando se refirió críticamente al portavoz del Congreso, señor Zaplana, que había manifestado que la reforma del Estatuto no aparecía en el programa electoral del PP, como si acaso los partidos políticos respetaran y cumplieran puntualmente sus promesas programáticas. Es lo cierto, para el ciudadano, el cronista y otros muchos observadores, que el Estatuto está poniendo a caldo a demasiados diputados autonómicos, y descubriendo cuántas dependencias y subordinaciones lastran unas competencias insoslayables. ¿Cómo desanudar el parón?, ¿Y dónde se desanuda? Mientras, el elástico e imprevisible calendario, es un territorio muy tentador para que campistas y zaplanistas diriman sus cada vez más espinosas diferencias, y traten de llevarse, cada uno de los sectores, a su molino el mejor y más apetecible botín para sus insaciables aspiraciones. Los populares andan con sus enfrentamientos por la hegemonía, devastando un articulado que tanto puede significar para este país. No les preocupa: están llegándose a la yugular. A ver, si no. Y cuando antes.

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