El cáncer pasa factura emocional a la familia del enfermo

El 44% de los cuidadores directos sufre ansiedad y el 23% depresión

Era como vivir dos vidas. Sonreía por fuera para dar ánimos a mi hijo enfermo mientras lloraba por dentro. Llegué a sentir como si mi estómago temblara al ritmo de unos sollozos internos". Montserrat Bellvehí ha vivido por tres veces, con una entereza no exenta de problemas de salud, la dura experiencia de convertirse en el puntal emocional de un familiar aquejado de cáncer. El estudio Alteraciones emocionales y cambios de hábitos de salud en familiares y amigos próximos de enfermos de cáncer hospitalizados, realizado durante ocho meses en el hospital Josep Trueta de Girona a partir de ...

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Era como vivir dos vidas. Sonreía por fuera para dar ánimos a mi hijo enfermo mientras lloraba por dentro. Llegué a sentir como si mi estómago temblara al ritmo de unos sollozos internos". Montserrat Bellvehí ha vivido por tres veces, con una entereza no exenta de problemas de salud, la dura experiencia de convertirse en el puntal emocional de un familiar aquejado de cáncer. El estudio Alteraciones emocionales y cambios de hábitos de salud en familiares y amigos próximos de enfermos de cáncer hospitalizados, realizado durante ocho meses en el hospital Josep Trueta de Girona a partir de una muestra de 105 familiares y amigos implicados de manera directa en el cuidado de un enfermo de cáncer, alerta de los importantes trastornos de salud que provoca en los cuidadores más directos.

Un familiar de un paciente afirma que la experiencia le enseñó "a vivir el presente"
Las mujeres asumen en un gran porcentaje la carga de cuidador principal

El dato más relevante es que un 44,21% de los acompañantes desarrollan trastornos de ansiedad y un 23,1% tienen claros síntomas de depresión. "Lo cierto es que hemos encontrado casos de personas muy afectadas, casi incapaces de ayudar al enfermo a causa de sus propios trastornos", explica Josefa Soto, psico-oncóloga de la asociación Catalunya contra el Cáncer y autora del estudio. Montserrat Bellvehí admite que consiguió eludir la depresión, pero no ha podido superar el insomnio. "Desde entonces, no sé lo que es dormir una noche entera. Duermo unas cinco o seis horas, pero nunca seguidas. Debo levantarme y ver una película o poner la radio". También le ha quedado una sensibilidad a flor de piel que la hace emocionarse con enorme facilidad. Bellvehí recuerda que lo peor son los primeros dos o tres meses de incertidumbre, la angustia durante las pruebas en el hospital. A su hijo de 16 años le diagnosticaron un cáncer linfático. "Quizá tuve suerte de afrontarlo todo desde una cierta ignorancia, por eso fue peor la segunda vez, cuando ya sabía a lo que me enfrentaba". Al cabo de unos cinco años el cáncer reapareció. "Pensé que no lo aguantaría esta vez. Tuve un ataque de histeria y llegué a creer que perdería a mi hijo", confiesa. Pero el tratamiento dio resultado y su hijo terminó la carrera universitaria, se casó y la ha hecho abuela. Bellvehí destaca, para bien y para mal, la importancia de la relación con los amigos y conocidos. "La segunda vez que mi hijo enfermó todo cambió. Casi nadie osaba decir nada. Se quedaron mudos. No sabían cómo actuar", recuerda.

Muchos familiares de enfermos de cáncer recuerdan que los bienintencionados pero erróneos consejos de los amigos acrecentaron las angustias de los primeros meses. "Siempre aparece alguien que te dice que en EE UU o en Navarra hay tratamientos mejores o más avanzados. Eso crea enormes incertidumbres... Algunos personajes populares que viajan al extranjero para tratarse hacen creer a la gente que allí curan lo que aquí no se puede", lamenta Bellvehí. Algunas familias llegan incluso a pedir préstamos o vender propiedades en busca de un tratamiento milagroso.

El estudio ha constatado que son las mujeres, en unos porcentajes abrumadores, las que asumen la carga de cuidador principal. "Siempre es la madre o la esposa la que aguanta la angustia de todo el proceso y la que sufre peores consecuencias en su salud", asegura la autora del estudio. En muchos casos se trata de mujeres mayores, con una salud precaria, que tienen poco apoyo familiar. Josefa Soto advierte de que lo más importante es que los familiares encuentren fórmulas para enfrentarse a la enfermedad y realicen una conclusión positiva de su experiencia, que siempre quedará muy condicionada por el curso de la enfermedad. "Creo que nos hicimos más valientes. La experiencia nos enseñó a vivir el presente, a disfrutar de cada minuto y a relativizar las cosas", afirma Bellvehí. Este aprendizaje les sirvió también para superar con entereza el cáncer de próstata que afectó después a su esposo y que le fue extirpado sin mayores consecuencias.

Soto advierte de que no todos los familiares saben cómo luchar y mantener esa entereza, por lo que, a menudo, caen en procesos casi autodestructivos. A pesar de que el estudio constata que un 21% de los familiares realizan cambios positivos sobre sus hábitos de salud tras conocer la enfermedad del familiar o amigo -un 14% abandona el tabaco-, sorprende que un 29% de los fumadores con familiares o amigos aquejados de cáncer de pulmón opten por fumar más o reinicien el consumo. "Los sujetos que realizan cambios de salud negativos son los más ansiosos y depresivos", advierte Soto. "No saben encontrar otras fórmulas para combatir la tensión".

La psicooncóloga Josefina Soto (derecha), con Monserrat Vellvehí, familiar de un enfermo de cáncer.PERE DURAN

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