Columna

¡Oh, Marbella!

Ya les previne hace un par de columnas que no se quitaran el pañuelo de la nariz. Que cuando jiede por doquier es como cuando al elefante le pica en sus partes. Que no hay quien pare en la barraca.

De Marbella, pues, ha llegado el tufo definitivo. Y no es que no se tuvieran aproximaciones, barruntos varios de la putrefacción que hay debajo de la bella y apretujada ciudad de la Costa del Sol. Pues eran allí funcionarios que se suicidan, jueces que a punto estaban de ir a la cárcel, y no por delinquir, sino por señalar a los que delinquen, y alcaldes despechugados que hartaban de m...

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Ya les previne hace un par de columnas que no se quitaran el pañuelo de la nariz. Que cuando jiede por doquier es como cuando al elefante le pica en sus partes. Que no hay quien pare en la barraca.

De Marbella, pues, ha llegado el tufo definitivo. Y no es que no se tuvieran aproximaciones, barruntos varios de la putrefacción que hay debajo de la bella y apretujada ciudad de la Costa del Sol. Pues eran allí funcionarios que se suicidan, jueces que a punto estaban de ir a la cárcel, y no por delinquir, sino por señalar a los que delinquen, y alcaldes despechugados que hartaban de marisco a la corte celestial. Sino que todo estaba bajo el más estupendo secreto, que es el secreto a voces. Como en Cataluña el 3%, en Euskadi el "impuesto revolucionario", en Madrid lo de Majadahonda, en Cádiz lo de la Zona Franca... Esas cosas que todo el mundo sabe, pero que da miedo saberlas.

La primera vez que estuve en Marbella en la etapa GIL, me di cuenta de que algo raro pasaba. Aquella pulcritud, aquel fulgor, no eran de este mundo. Hasta una bonita fuente dedicada a la Virgen del Rocío andaba sobrada de mármoles, chorritos y azulejos. Y pareciera que los policías a caballo patrullaban ya como con cierta desgana, como de aquí no se mueve ni Dios, qué tedio más espantoso. Si es que no se veía un pobre a siete leguas a la redonda. Poco faltaba para que los ciudadanos corrientes fueran por la calle como aquellos de la mítica Ciudad de Oro, apartando las monedas a puntapiés para poder seguir andando. Quizás algo compungidos por el resquemor ético que debe producir haber votado una vez tras otra a aquel alcalde de la barriga airosa y a sus continuadores, en virtud del pacto más escandalosamente secreto de nuestra democracia: votos por glamour, limpieza por orden, libertad por seguridad. ¿Colegios? ¿Hospitales? Qué ordinariez.

Dice ahora la accidentada alcaldesa del municipio, Marisol Yagüe, que no se debe desprestigiar a toda una ciudad por un puñado de sinvergüenzas. Y el PP, tan fino últimamente en sus análisis, habla también de "alarma innecesaria". Les replica muy bien el Delegado del Gobierno que lo que desprestigia es el crimen masivo y consentido, los despachos y las notarías de Alí Babá. Por cierto, ¿tienen bula los notarios para que no se conozcan sus nombres, o qué demonios pasa aquí? Cualquier ladronzuelo sale con todos sus apellidos en los papeles, y estos presuntos blanqueadores no hay manera de saber quiénes son. Sigue vigente lo que decía Valle-Inclán: "En España se puede robar un monte, pero no se puede robar un pan". Menos aspavientos, señora alcaldesa, que a usted también la han denunciado en la Fiscalía hasta trece veces por posible comisión de delito urbanístico.

¿Y del señor Caruana, qué me dicen? Otro que tal. Le falta poco para provocar una crisis internacional porque un policía español le entretiene diez minutos de su precioso tiempo, y tiene bajo su dominio a 80.000 empresas de enjalbegar. Un ruego desde aquí a los señores jueces y fiscales de siete países: no paren, por favor. El paso siguiente: denunciar a Gibraltar y al Reino Unido en los tribunales internacionales. Ah, y enhorabuena.

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