Editorial:

Cita en Bratislava

El encuentro de ayer en Bratislava entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia se ha asemejado poco al de hace cuatro años en Eslovenia, cuando un lírico Bush dijo que había encontrado en los ojos de Putin el alma de un hombre en el que se podía confiar. En la capital de Eslovaquia se han firmado algunos protocolos menores sobre seguridad, Bush ha prometido impulsar la integración rusa en la Organización Mundial de Comercio y ambos dirigentes se han manifestado contrarios a que Irán y Corea del Norte alcancen el arma atómica. Poco más.

Putin ha reiterado su compromiso con la democra...

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El encuentro de ayer en Bratislava entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia se ha asemejado poco al de hace cuatro años en Eslovenia, cuando un lírico Bush dijo que había encontrado en los ojos de Putin el alma de un hombre en el que se podía confiar. En la capital de Eslovaquia se han firmado algunos protocolos menores sobre seguridad, Bush ha prometido impulsar la integración rusa en la Organización Mundial de Comercio y ambos dirigentes se han manifestado contrarios a que Irán y Corea del Norte alcancen el arma atómica. Poco más.

Putin ha reiterado su compromiso con la democracia, respondiendo así a las críticas previas de Bush en Bruselas. Pero los hechos desmienten a quien ha ido en cinco años concentrando más y más poder y radicalizando un discurso conspirativo según el cual Occidente busca aislar a Rusia. Probablemente algo tiene que ver en ello la estampida hacia Europa de antiguos países del Pacto de Varsovia o el viento de libertad que sopla en sus vecinos Georgia y Ucrania.

La realidad es demoledora para los principios que Putin proclama. El Kremlin maneja el Parlamento y el aparato judicial, ha aplastado la prensa independiente que renacía tras el comunismo, controla la televisión, sustituye cargos electos por funcionarios o manifiesta un absoluto desprecio por la ley, como en la renacionalización del gigante energético Yukos. Putin hace una guerra sin reglas en Chechenia por la que ayer fue condenado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que señala rutinas como la tortura y el asesinato de civiles. Este régimen autoritario, que mantiene un aceptable grado de popularidad interna, carece de contrapesos o auténtica fiscalización democrática. Su política es inaceptable para los valores occidentales.

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Bush, convertido en su último mandato en apóstol de la propagación democrática, dice querer apretar las clavijas a Putin con el apoyo de la UE. Es poco probable que ni las presiones retóricas -Moscú tiene, a la postre, petróleo, gas y un formidable arsenal nuclear- ni los incentivos como la prometida ayuda en la OMC consigan torcer el rumbo de un Vladímir Putin que se percibe como un líder planetario. Pero es imprescindible intentarlo para saber a qué atenerse.

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