Crítica:CRÍTICAS

Romántica doble falta

Si exceptuamos los filmes de boxeo, el cine y el deporte nunca han hecho muy buenas migas. De hecho, se pueden contar con los dedos de una mano (y quizá sobre alguno) las buenas películas de ficción que a lo largo de la historia han tratado con convicción las interioridades laborales y mentales de los profesionales del deporte: El orgullo de los yanquis (Sam Wood, 1942); Grand Prix (John Frankenheimer, 1966); Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981); Evasión o victoria (John Huston, 1981), Un domingo cualquiera (Oliver Stone, 1999) y muy poco más. ...

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Si exceptuamos los filmes de boxeo, el cine y el deporte nunca han hecho muy buenas migas. De hecho, se pueden contar con los dedos de una mano (y quizá sobre alguno) las buenas películas de ficción que a lo largo de la historia han tratado con convicción las interioridades laborales y mentales de los profesionales del deporte: El orgullo de los yanquis (Sam Wood, 1942); Grand Prix (John Frankenheimer, 1966); Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981); Evasión o victoria (John Huston, 1981), Un domingo cualquiera (Oliver Stone, 1999) y muy poco más. Wimbledon, de Richard Loncraine, se adentra de forma honrosa pero fallida en el mundo del tenis a través de la figura de un veterano jugador en declive que, a punto de la retirada, recupera su toque maestro durante el torneo de Wimbledon gracias al amor de otra tenista.

WIMBLEDON

Dirección: Richard Loncraine. Intérpretes: Paul Bettany, Kirsten Dunst, Sam Neill, Bernard Hill. Género: comedia romántica. R U, 2004. Duración: 98 minutos.

Lo mejor que se puede decir de la película es que se ve con una facilidad pasmosa; eso sí, con la misma fluidez que un algodón rosa de feria se desvanece en la boca.

Amable y superficial

Todo en Wimbledon es demasiado amable y las numerosas rendijas abiertas para tratar los típicos tópicos del tenis se quedan en meras superficialidades: la figura del padre castrador que acompaña a la campeona hasta al servicio para evitar que su mente se disperse de su objetivo vital, ser una campeona y amasar una fortuna; el aprovechado representante que sólo pone interés en su pupilo cuando la bola comienza a entrar dentro del cuadro; los jóvenes que desperdician sus mejores años en una existencia basada en partidos, desplazamientos, aeropuertos e impersonales habitaciones de hotel...

Loncraine, autor de aquel Ricardo III, de Shakespeare, que se ambientaba en la Segunda Guerra Mundial, parece más preocupado por la atracción entre los protagonistas que por la evidente fascinación que puede ejercer un mundo con tantos egos por metro cuadrado. Sin embargo, la química no acaba de encenderse entre la pareja protagonista, una Kirsten Dunst que se hace algo antipática y un mucho más cercano Paul Bettany.

Los aficionados al tenis tienen al alcance su cuota de mitomanía con la participación estelar como comentaristas de televisión de Chris Evert y de John McEnroe, pero, como contrapartida, comprobarán que las habituales dificultades para filmar el deporte tampoco han sido bien salvadas por Loncraine.

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