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Siendo todo lo raro que es el anuncio "no oficial" de dimisión de José Luis Gimeno como alcalde de Castellón -con la rica semiótica orgánica que rezuma y su exigencia cargada de intención (terrenos de un aeródromo que sólo serán desalojados para que funcione el inverosímil aeropuerto de Castellón)-, resulta más sorprendente ese nuevo proyecto denominado la Ciudad de las Lenguas, que reclama presidir. Era, sin duda, lo que estaba esperando la afición, incluso asombra que dado nuestro potencial en la materia, y nuestra acreditada solvencia desde los días de la transición, el Consell no lo haya d...

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Siendo todo lo raro que es el anuncio "no oficial" de dimisión de José Luis Gimeno como alcalde de Castellón -con la rica semiótica orgánica que rezuma y su exigencia cargada de intención (terrenos de un aeródromo que sólo serán desalojados para que funcione el inverosímil aeropuerto de Castellón)-, resulta más sorprendente ese nuevo proyecto denominado la Ciudad de las Lenguas, que reclama presidir. Era, sin duda, lo que estaba esperando la afición, incluso asombra que dado nuestro potencial en la materia, y nuestra acreditada solvencia desde los días de la transición, el Consell no lo haya desarrollado antes para satisfacer la demanda social y política surgida alrededor de ese atractivo producto. Una llamativa torre de Babel a cargo del presupuesto y construida por Lubasa en la que, por ejemplo, poder secuenciar el genoma del valenciano, analizar su pH, hacerle la prueba de la paternidad, extirparlo al láser de su tronco común, meterle la epidural o ya, directamente, indagar en su caja negra para determinar las causas de su desaparición. Incluso con posibilidades de una extensa área virtual en la que poder uno mismo estampar su firma sobre el documento de la normativa de 1932 y llevarse una copia impresa a casa. O donde revivir escenas épicas de la Batalla de Valencia, a través de videojuegos y con una consola gigante, como quemar la bandera del Ayuntamiento, zurrarle a Ricard Pérez Casado durante la procesión cívica y reventar el plenario de parlamentarios. Y con opciones para jugar la versión contraria (evitar la quema, las agresiones y el boicot del pleno) y así abarcar todo el espectro mercantil y político. Incluso una tienda en la que poder comprar un facsímil del traje de las mil rayas con el que Santiago Grisolía solemnizó el dictamen sobre la lengua del Consell Valencià de Cultura, un pin de sus zapatos blancos o un CD con una vibrante y soporífera arenga de Fernando Giner sobre el origen mesolítico del valenciano con letra y música de Carles Recio. O una no menos sugestiva jam session a cargo de cualquier virtuoso de la filología indígena sobre el per y el per a. Aunque un proyecto de esta envergadura, más que a Gimeno, parece que está pidiendo a Esteban González Pons.

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