Reportaje:LA INMIGRACIÓN POR DISTRITOS | Latina

De Aluche a Varsovia en furgoneta

Los domingos por la mañana, frente a la estación de metro de Aluche, sólo se habla polaco. Desde hace nueve años, los naturales de Cracovia, Varsovia o Lublin que residen en Madrid y en el resto de la región acuden hasta este mercadillo sobre ruedas (los puestos son furgonetas), donde se venden productos típicos de Polonia. Pero sobre todo se acuerdan envíos de paquetes, e incluso se hacen contactos de trabajo.

Los puestos móviles se disponen en dos hileras enfrentadas. Por el camino central van y vienen polacos -es extraño ver a alguien de otra nacionalidad allí- con paquetes pe...

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Los domingos por la mañana, frente a la estación de metro de Aluche, sólo se habla polaco. Desde hace nueve años, los naturales de Cracovia, Varsovia o Lublin que residen en Madrid y en el resto de la región acuden hasta este mercadillo sobre ruedas (los puestos son furgonetas), donde se venden productos típicos de Polonia. Pero sobre todo se acuerdan envíos de paquetes, e incluso se hacen contactos de trabajo.

Los puestos móviles se disponen en dos hileras enfrentadas. Por el camino central van y vienen polacos -es extraño ver a alguien de otra nacionalidad allí- con paquetes perfectamente embalados y dispuestos a encontrar al portador que llegue hasta su ciudad o su pueblo. Dependiendo del destino, hay furgonetas repletas hasta el techo, y otras con apenas dos bultos.

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Aquí se vende de todo, aunque está prohibido desde cerveza polaca, al tan afamado entre esta comunidad vodka blanco, pasando por salchichas y por el típico kielbasa (un salchichón de carne de cerdo y ternera ahumados). Pero se hace con sigilo y mucho disimulo. Los vendedores, conscientes de la presión de la policía que patrulla la zona, esconden la comida, pero sobre todo la bebida en los huecos interiores de sus furgonetas. Una mujer de 32 años, que junto a su marido vende, en teoría, sólo revistas y periódicos de Polonia -"lo que busca la gente sobre todo son los periódicos Angora y Politika", afirma-, niega cuando se le pregunta si comercia, además, con alcohol. "No, nada más tengo prensa", dice, al tiempo que su esposo, en la parte posterior, vende dos latas de cerveza por tres euros.

Un policía municipal que patrulla la zona sabe que aquí se trapichea, pero reconoce que es muy difícil acabar con esta situación, porque lo hacen a escondidas. "Al menos ya no se emborrachan ni venden comida en mal estado, como pasaba hace unos años", explica el agente, que relata cómo antes casi todos los domingos, tras la comilona, se armaban peleas entre compatriotas. "Ahora ya están más calmados", sentencia.

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