VISTO / OÍDO

De Aznar a Zapatero

Este país tiende a desgastar matices y dirigirse a los meollos de las cuestiones. Y buscar los rivales de dos en dos: entre Ortega y Unamuno, entre Manolete y Arruza, entre el Madrid y el Barcelona. Entre el PSOE y el PP. Es mala cosa, creo, porque simplifica demasiado las opciones. Y ahora va de Aznar a Zapatero, y la comisión investigadora se fija más en esas dos personas, y los espectadores y los lectores. Las diferencias son evidentes, y la palabra evidencia está también en juego en este asunto. Nadie deja de poner en el tema su propia personalidad: su quizá deformación visual, porque la i...

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Este país tiende a desgastar matices y dirigirse a los meollos de las cuestiones. Y buscar los rivales de dos en dos: entre Ortega y Unamuno, entre Manolete y Arruza, entre el Madrid y el Barcelona. Entre el PSOE y el PP. Es mala cosa, creo, porque simplifica demasiado las opciones. Y ahora va de Aznar a Zapatero, y la comisión investigadora se fija más en esas dos personas, y los espectadores y los lectores. Las diferencias son evidentes, y la palabra evidencia está también en juego en este asunto. Nadie deja de poner en el tema su propia personalidad: su quizá deformación visual, porque la imagen juega tanto, y mental o histórica. Trato de reducir las afirmaciones que siguen a un sistema de este individuo: Aznar me parece batido, Zapatero triunfante (por ahora). Zapatero, ayer, ofrecía serenidad, calma, maneras de enfocar los temas que sobrepasan a los gobiernos (el terrorismo ha sobrepasado a muchos gobiernos desde hace treinta años), claridad y compostura; Aznar era la crispación y la tozudez, el "sostenella y no enmendalla" que Guillén de Castro atribuía al Cid. Quizá los dos extremos correspondan muy bien al vestigio Aznar, residual de otros tiempos, quizá preferidos por muchos: "Procure siempre acertalla / el honrado y principal, / pero si la acierta mal / sostenella y no enmendalla". La sensación que tenemos es que Zapatero repetía lo que ya sabíamos desde el mismo 11 de marzo, y lo que arrojó a los ciudadanos a la calle y a algunos a correr a la urna como otros corrían a las barricadas.

El Aznar proceloso (yo diría procelario, pero la Academia no me lo permite) desde aquel día se mostró en el Parlamento como si no hubiera ocurrido nada desde entonces; y había ocurrido la historia (la real, la del paso de sucesos auténticos y de convicciones sólidas, no la de los historiadores) que le contradecía. Ciertamente, él creía en una ley que es la que ha favorecido al padrino Bush, la de no cambiar en tiempos de crisis. Pero parece que aquí el tipo de reacción que representaba ayer Zapatero fue de una meditada espontaneidad: hay que cambiar de caballo si éste nos mete en la corriente en lugar de vadear.

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