Tribuna:Apuntes

¿Una cuestión secundaria?

¿O por el contrario, una cuestión que podría ser central? Porque pocas veces se ha constatado tanto la actualidad de una problemática como la que afecta al género, a las oportunidades y protagonismo activo de las mujeres. Excede a la anécdota el hecho de que un gobierno del PSOE haya plasmado la paridad en un órgano del máximo nivel; o que la dirección del PP tenga entre sus 40 componentes, 21 mujeres. El valor simbólico de la política no puede ser menospreciado pues se convierte en un referente para lograr objetivos prioritarios. Entre otros el de dar un fuerte impulso a la participación igua...

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¿O por el contrario, una cuestión que podría ser central? Porque pocas veces se ha constatado tanto la actualidad de una problemática como la que afecta al género, a las oportunidades y protagonismo activo de las mujeres. Excede a la anécdota el hecho de que un gobierno del PSOE haya plasmado la paridad en un órgano del máximo nivel; o que la dirección del PP tenga entre sus 40 componentes, 21 mujeres. El valor simbólico de la política no puede ser menospreciado pues se convierte en un referente para lograr objetivos prioritarios. Entre otros el de dar un fuerte impulso a la participación igualitaria de hombres y mujeres en los procesos de toma de decisiones.

De ahí que sea ocasión histórica para que en otros espacios e instituciones se pueda -¿tal vez se deba?- aprovechar momento y ejemplos para avanzar en la superación de desigualdades y discriminaciones que subsisten, incluso en medios o ámbitos donde están taxativamente prohibidas por la ley. Un ejemplo de ello -sugerido por la celebración de la Semana de la Ciencia- es la que se produce en ese aparente templo de la igualdad y el mérito que es la Universidad. No sólo en la española, por cierto, sino en toda Europa. En efecto, el conocido Informe ETAN sobre Mujeres y Ciencia del año 2000 ya puso de manifiesto la infrarrepresentación femenina en la investigación en ciencia y tecnología. Subrayaba dicho informe la masculinidad de los foros en que se tomaban las decisiones, de los jurados que concedían los premios, de los circuitos de influencia y poder en la investigación, etc. No había discriminaciones legales, claro, pero permanecía incrustada en el imaginario académico una cultura arraigada desde tiempos que a la par que generaba desigualdad, impedía que apareciesen referentes femeninos en el nivel de la excelencia con la amplitud que su presencia y calidad en la base del sistema exigiría. La Universidad es buen campo de observación. No es casual que existan en España más licenciadas que licenciados. Las mujeres son la mitad de los estudiantes, pero sólo un tercio del profesorado es femenino y poco más de la décima parte de las cátedras las ocupan mujeres. No es problema español en exclusiva. En los Países Bajos, las catedráticas no llegan representar el 5% y tan sólo la más feminizada Finlandia tiene un 18%.

Integrar en la cultura común la perspectiva de género supone un notable enriquecimiento para todos

Dicen algunos que es cuestión de tiempo, pero los ciclos parecen decir lo contrario. Las épocas de restricciones se traducen en retrocesos para las mujeres. Eso por no hablar de otro tipo de discriminación, la horizontal, pues las mujeres aún hoy son rara avis en las ciencias experimentales y tecnológicas, abundando más en aquellas profesiones que de siempre se han entendido como prolongación de los roles femeninos. La enfermería, la pedagogía, el magisterio, las carreras de letras siguen siendo ejemplo de dónde se refugian las mujeres ante los obstáculos que encuentran para desarrollar sus carreras. Y ya en el cenit de la desigualdad, la residual, anecdótica y eso sí, políticamente correcta, presencia de mujeres en los órganos de gobierno de las Universidades y en general en los circuitos o foros decisorios académico-científicos.

Decía que quizás estemos ante una oportunidad histórica. Lo es porque existe esa generación política llamada a iniciar procesos reformistas que favorezcan la igualdad y la coparticipación. Pero también porque muchos de los colectivos feministas han asumido que los cambios y reformas son graduales y resulta más efectivo trabajar sobre instancias y espacios concretos que sobre metas más o menos lejanas. ¿Por qué no pensar en la ciencia como uno de esos espacios, cuando la Universidad ha sido pionera en tantos temas? Hay obstáculos de todo tipo y no son los económicos los más graves. Tampoco se trata de establecer discriminaciones positivas que alteren la exigible valoración del mérito y la excelencia. Pero sí de seguir algunas directrices europeas como las descritas en el citado Informe, que sugiere como estrategia fundamental el fomento de las políticas de acción transversal (mainstreaming), cuyo objetivo es transformar sistemas, culturas y estructuras a través de la integración de la igualdad de género en las políticas, programas y proyectos. Hay recomendaciones concretas para avanzar en ese camino que no implican necesariamente mayores gastos. Así, las medidas que beneficien a la familia; el estímulo a las carreras de las mujeres reiniciadas tras una interrupción temporal, como en el caso de maternidad; fomento de redes de mujeres científicas y su inclusión en los foros de toma de decisiones en todos los niveles; organización de políticas y actividades capaces de atraer a las mujeres al terreno de la ciencia y la tecnología; combatir prácticas tales como la prolongación del horario de trabajo, que otorgan ventajas comparativas a los varones ... Medidas a debatir, pero que suponen sólo un compromiso por parte de las instituciones para integrar esa igualdad de oportunidades que tiene rango constitucional entre sus objetivos, mediante la práctica de las políticas de acción positiva y su transversalidad, creando un espacio científico integrador. Creo que entra en la imagen que tenemos de las instituciones académicas, el papel vanguardista que deben jugar en el ámbito de la cultura y los valores.

Incrementar los niveles de igualdad no es sólo una cuestión de justicia, sino también de progreso. En parte por una obviedad: esta sociedad no puede permitirse el lujo de prescindir, aunque sea parcialmente, del capital humano y del activo que las mujeres representan. Pero en parte también, porque integrar en la cultura común la perspectiva de género supone además un notable enriquecimiento para todos, el que deriva de una concepción del trabajo que sin dejar de ser competitiva, no cierra puertas a la atención de los otros espacios que configuran una vida personal y social de mayor amplitud y complejidad, una vida en la que cobran dimensiones prioritarias aspectos que con frecuencia los hombres no contemplan como tales. Si hasta ahora la incorporación de las mujeres se ha producido con no pocas renuncias personales (es algo que las académicas de prestigio saben muy bien, lo que explica que muchas de ellas no tengan pareja ni hijos), para adaptarse a un mundo que había sido diseñado en su ausencia, hoy surge con fuerza la necesidad de redimensionar el trabajo y la vida pública, a menudo artificialmente valorados. Las renuncias a otros intereses vitales, las renuncias afectivas, no son socialmente rentables y en este sentido no es vanidad afirmar que las mujeres hoy tienen una óptica más rica y humana de lo que significa la dedicación laboral. Es una opinión, pero éste es el tiempo de dar un impulso decisivo y quiero pensar que irreversible, a ese valor fundamental para el enriquecimiento de la sociedad que es la igualdad entre los hombres y las mujeres.

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Esther Escolano es jefa de la Oficina de Control Interno de la Universitat de València.

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