Columna

Costumbrismo

La pintura romántica y costumbrista andaluza en general me produce un cierto rechazo porque me parece pensada para el turismo, con todos los tópicos posibles y un preciosismo local y trasnochado, muy lejos del Nonell que dicen que inspiró a Picasso, y no digamos del propio Picasso que pintó Las señoritas de Avignon en 1907.

Dicho esto, que sólo tiene el valor de un sentimiento subjetivo, el Romanticismo del XIX debió ser un movimiento moderadamente liberador que señaló al ciudadano andaluz el valor que no había sabido darle a lo que tenía a su alrededor; y entre los artistas romá...

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La pintura romántica y costumbrista andaluza en general me produce un cierto rechazo porque me parece pensada para el turismo, con todos los tópicos posibles y un preciosismo local y trasnochado, muy lejos del Nonell que dicen que inspiró a Picasso, y no digamos del propio Picasso que pintó Las señoritas de Avignon en 1907.

Dicho esto, que sólo tiene el valor de un sentimiento subjetivo, el Romanticismo del XIX debió ser un movimiento moderadamente liberador que señaló al ciudadano andaluz el valor que no había sabido darle a lo que tenía a su alrededor; y entre los artistas románticos y costumbristas tendría que haberlos mejores y peores, a los que el tiempo habrá colocado en su lugar. En cualquier caso, ni el más leve rechazo me impide ir a ver exposiciones de esa época, pues viendo los cuadros de cerca y uno a uno se descubren autores que no se conocían, o sorpresas con los que se conocen, y casi siempre se encuentran los que más deleitan, como, en mi caso, pudieran ser Villegas o Sánchez Perrier, por ejemplo.

Así me ha ocurrido ahora en el Museo de Bellas Artes con la exposición Pinturas Andaluzas. En la colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Entre los cuadros que he disfrutado hay paisajes románticos como una Vista del Guadalquivir, de Manuel Barrón y Carrillo, Lavanderas y pescadores en un paisaje costero, de Andrés Cortés y Aguilar, a quien no conocía, o Puerto de Sevilla, de Adolfo Giráldez Peñalver, que tiene un toque oriental y es muy bello; también me ha gustado mucho el paisaje urbano La Giralda vista desde la calle de Placentines, de José Domínguez Bécquer, tan romántico y poético como Bailando, de Manuel Cabral Aguado Bejarano.

Una sorpresa ha sido Julio Romero de Torres, cuyos cuadros no me suelen emocionar y en esta exposición me ha asombrado con una Monja bellísima. García Ramos, en cambio, me ha desconcertado con una Salida de un baile de máscaras, tan diferente de otras cosas suyas. Un Gustavo Bacarisas y un José Moreno Villa de los años veinte han dado un paso adelante sobre lo anterior y trabajan con otros procedimientos. Queda Sánchez Perrier, cuya obra me parece tan estupenda que no me atrevo a decir nada de ella. Y he echado de menos a Villegas, cuya obra me sigue sorprendiendo y nunca me decepciona.

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