Columna

Sultanes del swing

DIEZMIL NÚMEROS de EL PAÍS suponen una historia de casi tres décadas. El papel central de los medios de comunicación en el siglo pasado y principios del presente supone que los historiadores habrán de acudir a las hemerotecas para realizar su trabajo. Los medios han devenido en la principal fuente de la historia. Estos veintiocho años y pico han sido para los españoles testigo de un cambio de paradigma: de un régimen autoritario y cerrado a una sociedad abierta y normalizada. Thomas Kuhn, en su tradicional Estructura de las revoluciones científicas, escribe que una revolución teórica tiene lug...

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DIEZMIL NÚMEROS de EL PAÍS suponen una historia de casi tres décadas. El papel central de los medios de comunicación en el siglo pasado y principios del presente supone que los historiadores habrán de acudir a las hemerotecas para realizar su trabajo. Los medios han devenido en la principal fuente de la historia. Estos veintiocho años y pico han sido para los españoles testigo de un cambio de paradigma: de un régimen autoritario y cerrado a una sociedad abierta y normalizada. Thomas Kuhn, en su tradicional Estructura de las revoluciones científicas, escribe que una revolución teórica tiene lugar cuando frente al paradigma en crisis contamos con un paradigma teórico alternativo. Se trataba de romper con lo antiguo (en ocasiones sin aparentar que se rompía) y dar a luz un sistema de comportamiento enteramente nuevo. Esa labor todavía no está finalizada. La evolución de la sociedad española es, en mucho, coincidente con la del resto del mundo, aunque tenga notas idiosincrásicas propias. En este periodo podemos distinguir cuatro grandes etapas: la primera, la de finales de los años setenta, cuando entra en crisis el consenso básico de la posguerra que se denominó Estados del bienestar, años en los que los españoles comenzamos nuestra transición de un régimen autoritario y fascista a la democracia. La segunda etapa, la de los años ochenta son los de la hegemonía de la revolución conservadora en las dos zonas más ricas del planeta, EE UU y Europa occidental, y su contagio al resto del mundo. La tercera, los años noventa, testifican la caída del socialismo real y la entrada compulsiva en el marco de referencia de la globalización. El principio del siglo XXI es la cuarta etapa: a la globalización económica se le añade la globalización del terror y una nueva oportunidad de los neoconservadores para hacerse con el dominio de las ideas y de las políticas.

La única manera de avanzar es extendiendo por el mundo el concepto de ciudadanía política pero también civil y económica
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Los segundos setenta. El rasgo principal de la década de los setenta es economicista. Convive la crisis fiscal del Estado (el nivel de impuestos que se paga ya no es suficiente para atender a todas las necesidades que éste se ha comprometido a proveer) con las dos crisis del petróleo; el petróleo pasa de ser una materia prima barata a encarecerse extraordinariamente en dos tandas históricas, motivadas por la guerra del Yon Kipur entre árabes e israelíes y la guerra de Irak e Irán. Se hace famoso un concepto mixto que hasta entonces no se había conjugado: la estanflación, una mezcla de estancamiento económico e inflación creciente. El keynesianismo, que había sido el paradigma dominante desde mediados de la década de los cuarenta, no sabe dar respuesta a este problema.

En esta confusión, nuestro país tiene una oportunidad histórica: salir de la dictadura. Mala suerte que ocurra lo mismo que en tiempos de la II República: ha de acometerse un cambio de régimen en medio de una crisis económica. El profesor Fuentes Quintana, que protagonizó la transformación económica en España, suele citar al socialista Indalecio Prieto: "No entender políticamente el mundo de la crisis económica y no presentar ante él una política económica coherente constituyó una de las causas del fracaso de la II República". Para salir de una crisis que afectaba diferencialmente más a España que al resto de las naciones de nuestro entorno (por la incapacidad del tardofranquismo de enfrentarse a ella, lo que multiplicó sus efectos) se practicó una política de ajuste y de austeridad, cuya principal característica fue el consenso que generó en la sociedad española a través de los Pactos de la Moncloa. Con los Pactos de la Moncloa se apaciguó al país y se dio tiempo a los políticos para que llegasen al acuerdo de la Constitución de 1978. Pactos de la Moncloa y Constitución son los ejes de lo que se ha dominado transición española, la vía para salir de un pasado autoritario a una democracia sin violencia. La paradoja es que, seguramente, las dos aportaciones españolas a la historia política del siglo XX sean antitéticas: la Guerra Civil y la transición a la democracia.

La Constitución refleja en sus artículos todavía ese espíritu de consenso que había guiado la política europea de la postguerra y la transición española. En un sentido amplio se podría decir que es una Constitución socialdemócrata, en la que está vigente el concepto de economía social de mercado (España se constituye "en un Estado social y democrático"), que pronto desaparecerá de la literatura dominante. En cuanto llegue la revolución conservadora. La revolución conservadora. En 1979 gana las elecciones en el Reino Unido Margaret Thatcher, y un año después llega a la Casa Blanca Ronald Reagan. Con ellos, el capitalismo manchesteriano, modernizado y con una gran capacidad de contagio, tiene una segunda oportunidad. La sustitución de la política por el mercado, la reducción del poder del Estado en aras de la iniciativa privada (salvo en los campos de la seguridad y la defensa) impregnan la acción de los gobernantes. La búsqueda de la justicia social es un obstáculo para la eficacia económica que permitirá reducir el desempleo y la inflación; la democracia y la política limitan el desarrollo económico; el mercado está considerado como algo demasiado serio para dejarlo bajo la influencia de los políticos. Son años en los que hay una lenta inversión entre las prioridades de las libertades políticas y las libertades económicas.

Es el tiempo de los equilibrios macroeconómicos. Lo que decía Keynes en su Teoría General pasa de moda: "Los dos vicios que marcan el mundo económico en que vivimos son que el pleno empleo no está garantizado y que el reparto de la fortuna y de la renta es arbitrario y desigual". La desigualdad es considerada una virtud del sistema. Hasta el paroxismo. La revolución conservadora reduce la inflación, pero no combate con fortuna el paro y exacerba las desigualdades sociales.

Los efectos de esa revolución conservadora en el planeta se atenúan en España por la presencia de un partido socialista en el Gobierno, muchos años con mayoría absoluta. Se atenúan en parte porque, también en parte, el socialismo europeo adecúa a sus proyectos finalistas muchos de los instrumentos de esa revolución conservadora.

La caída del socialismo real y la globalización. La tercera etapa coincide mimética con la última década del siglo. Ella conlleva dos fenómenos complementarios: la autodestrucción del socialismo real y la globalización. El keynesianismo de derechas aplicado porReagan, con un esfuerzo público importantísimo en los gastos de defensa (la que se denominó guerra de las galaxias) extrema las contradicciones del otro bloque, el soviético, cuyo anquilosamiento le impide seguir las pautas de EE UU. La combinación de esa extenuación, la ineficacia a la hora de dar bienestar económico a sus ciudadanos, y la ausencia de libertades hace que en cuanto el bloque del socialismo real pretenda introducir unas reformas imposibles (la perestroika de Gorbachov) el imperio alternativo se derrumbe como una pieza de dominó tras otra. Jamás un imperio cayó en tan poco tiempo.

En esa voladura incontrolada jugaron los primeros efectos del nuevo marco de referencia del planeta: la globalización. La globalización como causa y como efecto. La comparación de los sistemas de vida a través de unos medios de comunicación cada vez más instantáneos y globales fue letal para el socialismo real. El último líder de la Alemania oriental declara a un periodista mirando los tejados llenos de antenas parabólicas de televisión: "Esto es lo que ha acabado con nosotros".

Apartir de ese momento, al borrarse del imaginario colectivo la posibilidad de un sistema político y económico alternativo, se acelera la globalización. Pero no cualquier tipo de globalización: una globalización mutilada y a distintas velocidades. No llega a todas partes del globo (por ejemplo, el continente africano queda aislado de la misma) ni a todas las actividades públicas (es completa en elmundo financiero, pero deja mucho que desear en el político, ecológico, en los derechos humanos o en el terreno de la justicia). Es una globalizaciónmutilada y asimétrica. Sus consecuencias son aumentar el bienestar de sus beneficiarios (las clases acomodadas y mejor formadas del primermundo y de los países emergentes) y retrasar el desarrollo del resto (trabajadores no cualificados del primer mundo y los países menos avanzados). La comparación permanente que facilita la globalización comunicacional, en términos de desigualdad, multiplica las afrentas.

El terror global. Así llegamos a la fase actual, en la que a la globalización económica se añadió otro signo de su fragilidad: el terrorismo global. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington marcan un punto y aparte. Las causa inmediata del terrorismo es el fanatismo de sus protagonistas. No hay explicaciones alternativas. Pero el caldo de cultivo del mismo se halla en la exacerbación de las contradicciones expuestas: el mantenimiento de altas cotas de la población, marginadas de la globalización, viviendo en la extrema pobreza y pasando hambre; en lamultiplicación de las desigualdades; en la humillación política; y en la percepción, distorsionada en parte por la existencia de los medios de comunicación, pero en parte real, que los débiles tienen de los fuertes.

No hay conclusiones definitivas para este periodo de tiempo. Por una parte, la socialdemocracia ha triunfado desde el punto de vista intelectual, y sin embargo ha perdido en el recorrido sus señas de identidad. Para desvirtuar este triunfo, la revolución conservadora busca otra segunda oportunidad a través del equipo de neocons que George Bush ha instalado en la Casa Blanca. Un segundo periodo de los mismos en la Casa Blanca sería letal para el progreso. La mejor descripción de los neocons la da John Le Carré en su última novela: "Pretenden meternos a todos en el mismo saco. Liberales, socialistas, trotskistas, comunistas, anarquistas, antiglobalización, pacifistas, todos rojos… Sueñan que un día un policía respetable entrará en las oficinas del movimiento antiglobalización en Berlín, París, Londres, Madrid oMilán y encontrará una caja enorme de ántrax con una etiqueta que diga 'De vuestros buenos amigos de Al Qaeda'. La izquierda liberal se revelará como los pacifistas clandestinos que siempre han sido, y la pequeña burguesía europea se arrastrará hasta el Gran Hermano americano para suplicarle que acuda en su protección, y la Bolsa de Francfort subirá 500 puntos".

¿Qué experiencia podemos sacar de estos tiempos? Que el programamínimo era el programa máximo. Que la única manera de avanzar es extendiendo el concepto de ciudadanía por elmundo (ciudadanía política, pero también civil y económica) y que Don Quijote era el más sabio cuando decía: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres".

Joaquín Estefanía fue director de EL PAÍS desde 1988 a 1993.

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