Crítica:

Desfile de melancólicos

¿Por qué se duelen los ángeles? Porque, como el ángel de la historia de Benjamin -"una figura melancólica" (Scholem)-, contemplan con tristeza el devenir humano moderno: una historia melancólica sin melancolía. Es decir, una historia de pena: de vencedores, de las ruinas que han dejado y del documento de su barbarie, que llamaron "cultura". Y una historia sin pena: sin mayores añoranzas, opaca, plana, ciega, sin ángeles rilkeanos, sin "seres encargados de reconocer en lo invisible un grado superior de realidad".

Bartra es un experto en melancolías. No hace mucho que ha estudiado la del ...

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¿Por qué se duelen los ángeles? Porque, como el ángel de la historia de Benjamin -"una figura melancólica" (Scholem)-, contemplan con tristeza el devenir humano moderno: una historia melancólica sin melancolía. Es decir, una historia de pena: de vencedores, de las ruinas que han dejado y del documento de su barbarie, que llamaron "cultura". Y una historia sin pena: sin mayores añoranzas, opaca, plana, ciega, sin ángeles rilkeanos, sin "seres encargados de reconocer en lo invisible un grado superior de realidad".

Bartra es un experto en melancolías. No hace mucho que ha estudiado la del alma hispana del Siglo de Oro, por ejemplo. Y ¿qué es aquí la melancolía? Un símbolo de desequilibrio y muerte, que, como expresión amenazadora de irracionalidad y desorden mental, para bien o para mal, logra alojarse en el corazón mismo de la cultura europea orientada al racionalismo, dice. La modernidad ilustrada, cegada por la luz de sus ideas, no habría reparado en las zonas oscuras de la "otreidad melancólica", de las que emerge el extraño ánimo corrosivo, el penetrante olor a muerte, la sombra crítica que la acompañan. En esas zonas de Weltschmerz pueden servirnos de lazarillos, curiosamente, tres ciegos ilustres, tres lúcidos pensadores europeos que reconocieron la presencia del ángel de la melancolía, aunque fueran incapaces de contemplar su oscuro rostro y de formarse, por tanto, una clara idea suya. Que, al menos en dimensiones marginales de su pensamiento o de su vida, se asomaron al abismo del caos y la irracionalidad, a lo oscuro que simboliza, en general, la idea de melancolía y su larga secuela de tristezas: tedio, locura, spleen, aburrimiento, depresión, duelo, hastío, caos, horror sublime y náusea existencial, enumera Bartra. Se trata de Kant, Weber y Benjamin, que pertenecen a tres corrientes racionalistas duras -filosofía ilustrada, ciencia social moderna, pensamiento crítico-, reacias a la oscuridad del ángel melancólico. Refiriéndose a él, dice Roger Bartra, como resumen de los tres capítulos de que consta el libro: "Kant percibió su presencia, explicó las razones por las que no podía verlo y nunca dio un paso hacia su encuentro. Weber cerró con miedo los ojos para no mirarlo, pero tropezó y cayó inconscientemente en sus brazos. Benjamin creyó divisarlo y avanzó para abrazarlo, pero se quitó la vida antes de llegar".

EL DUELO DE LOS ÁNGELES

Roger Bartra

Pre-Textos. Valencia, 2004

168 páginas. 11 euros

Es obvio, en el caso de Kant,

por dónde van las cosas, sobre todo si se repara en el título del capítulo dedicado a él, La melancolía como crítica de la razón: Kant y la locura sublime, y se entiende esta locura como el hecho sublime de imaginar que un ángel podría darle a escoger una vida eterna. El caso de Weber (El spleen del capitalismo: Weber y la ética pagana) es menos interesante en estas lides, o lo es mucho, pero sólo como testimonio contradictorio de un puritanismo vital bastante hipócrita, que él subsanó seguramente con pensar que era el demonio el que manipulaba los hilos de su vida. Su mayor contacto con la irracionalidad, la contradicción, la culpa, la melancolía y lo oscuro lo consiguió, en efecto, por medio del diablo de la carne, con su poco interesante vida erótica.

El gran Weber, por lo demás, no se enteró muy bien de la reactivación de fuerzas míticas, es decir, del fondo oscuro, que encerraba el capitalismo: él pensó que extinguiría la magia y el mito. No comprendió muy bien las repercusiones melancólicas de la moral luterana. No se enteró muy bien del verdadero aburrimiento del mundo protestante: vacío, desolado, afligido; de un mundo en que las acciones no valen de nada: en el que si eso pudo inculcar en el pueblo lo que se buscaba, es decir, disciplina y obediencia, sumisión al destino, generó también melancolía y taedium vitae en sus grandes hombres, incluido Lutero. Una dialéctica, pues, nada racional, que Weber no entendió. Como no entendió la del eterno retorno de la mercancía -la contradicción entre el culto a lo nuevo y el tedio por la repetición de lo mismo-, que caracteriza el magno hastío del nuevo spleen del capitalismo subsecuente, en el que el melancólico sobrevive con un sentimiento de vivir permanentemente en la catástrofe.

Benjamin (El duelo de los ángeles: Benjamin y el tedio), que creía haber nacido bajo el signo de Saturno, el astro melancólico y lento de los retrasos y los rodeos, se enteró de todo eso. Le guiaba la mirada melancólica del luto o duelo de los dramaturgos barrocos alemanes del siglo XVII, protestantes conscientes del vacío y desolación de su mundo. Y gozó, así, de la fuerza melancólica, generadora de alegorías, sentido, substancia cultural: "Capaz de tejer una textura emocional y conceptual que se ha mantenido durante siglos como un soporte fundamental de la cultura moderna", afirma Roger Bartra.

Su mirada melancólica hace que la triste labor de duelo por lo perdido, vencido, no sido, fortalezca al sujeto melancólico creador o visionario, y no que genere cólera y rencor hacia el propio yo, como creía Sigmund Freud, "en un trabajo de demolición y aniquilamiento de uno mismo". Walter Benjamin no se suicidó por eso, ni se suicidó ante el temor del abrazo del ángel de la nada. Se suicidó por casualidad, por un golpe de mala suerte: un día antes o un día después del fatídico 26 de septiembre de 1940, en Port Bou, hubiera seguido camino a Portugal sin mayor problema. Un vencido más por nada, sin sentido. Un reflejo absurdo más del triste sino que percibió en nuestra historia. Su ángel tampoco por él pudo hacer nada.

Un libro espléndido, burbujeante, por el que también pasean De Chirico, Sartre, Baudelaire, Rilke y otros muchos terribles melancólicos. Sí, además de doliente, todo ángel es terrible (Rilke, primera elegía de Duino). Tiene la fuerza crítica de la melancolía, del duelo, del luto por lo que podía haber sido y no es. Por lo que es, realmente es, pero no sale de lo oscuro.

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