Columna

Hacer el oso

El tráfico de Madrid es un problema tan complejo, irritante e irresoluble que los funcionarios municipales responsables del asunto sufren ocasionalmente furiosos accesos de irresponsabilidad durante los que cometen, públicamente y a la luz del día, graves infracciones de los códigos y las normas que se han comprometido a defender al aceptar sus cargos. Por el momento se trata de una hipótesis, escasa pero significativamente refrendada por recientes experiencias, dos casos que podrían haber sido excepcionales pero que ponen en peligro la regla y hacen pensar en una posible enfermedad laboral, e...

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El tráfico de Madrid es un problema tan complejo, irritante e irresoluble que los funcionarios municipales responsables del asunto sufren ocasionalmente furiosos accesos de irresponsabilidad durante los que cometen, públicamente y a la luz del día, graves infracciones de los códigos y las normas que se han comprometido a defender al aceptar sus cargos. Por el momento se trata de una hipótesis, escasa pero significativamente refrendada por recientes experiencias, dos casos que podrían haber sido excepcionales pero que ponen en peligro la regla y hacen pensar en una posible enfermedad laboral, el síndrome del oso, por el plantígrado rampante del escudo de la Villa y por la acepción popular de "hacer el oso", que recoge el diccionario como "hacer, voluntaria o involuntariamente, cosas que hacen reír".

El primero y más morrocotudo de estos casos jocosos acaeció durante el mandato de Álvarez del Manzano: el director de Tráfico de Madrid, al volante de su automóvil, embistió a un vehículo aparcado en el centro de Madrid a las doce de la mañana, se negó a pasar el preceptivo control de alcoholemia, no tenía en orden los papeles del seguro del coche ni tampoco el carné de conducir. Era como para rasgarse las vestiduras de risa, o de indignación, un sainete castizo que terminó en tragedia cuando el funcionario dimitió e hizo mutis por el foro.

El segundo incidente ha tenido lugar hace unos días, y ha estado a cargo del concejal de Tráfico, Pedro Calvo, un incidente menos grave, de moto que no de coche, pero que ha desatado la hilaridad general por reiteración como esos gags cinematográficos que parten de un mismo chiste que se repite como eco a lo largo del filme.

Mi admirado colega y compañero de páginas, Carmelo Encinas, afirmaba en su vindicativa columna del pasado sábado que el concejal "es consciente que el peor de los castigos no va a ser ni la multa ni los reproches de la oposición, sino el aguantar los comentarios y el cachondeo general".

Si el incidente del señor Calvo fuese el colofón del recurrente gag, tal vez todo pudiese quedar en risas y burlas, el concejal llevaría durante un tiempo sobre sus espaldas el sambenito correspondiente y con el tiempo la anécdota pasaría al olvido y tal vez a los libros de crónicas municipales, para que los ciudadanos del futuro puedan reírse en los atascos de tráfico con las graciosas ocurrencias de la picaresca municipal de antaño.

Pero el asunto parece más grave. En el mismo artículo, Encinas incorpora al pliego de descargos unas preocupantes declaraciones a la cadena SER del director general de Tráfico, que recoge así: "... Pere Navarro no se atrevía a asegurar que su propio permiso de conducir estuviera vigente".

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No se trata de un brote local; al parecer, el síndrome del oso se extiende y debe ser muy contagioso porque ha infectado al máximo responsable del Tráfico nacional, que en cualquier momento podría ser detenido y multado por irregularidades en un carné que él mismo controla y tal vez firma.

En su defensa de Pedro Calvo, afirma Encinas que el concejal no recurrió al consabido "usted no sabe con quién está hablando". Quizás no lo hizo por gallardía, como insinúa mi colega, sino porque intuía que el agente sí que sabía con quién estaba hablando y que el asunto iba a traer cola. Discrepo también de la conclusión en la que afirma que el concejal ofreció "un recital de ciudadanía del que muchos deberían aprender. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra".

No caeré en la tentación de arrojar proyectil alguno sobre la castigada fama del edil, pero sugiero que, para evitar que tales gestos se repitan, designen a un peatón recalcitrante como yo, sin carné y sin afición por volantes o manillares, como responsable de Tráfico. Un nuevo enfoque para un eterno problema.

En su desgraciada excursión, el concejal motorista, que estaba de vacaciones, pensaba supervisar los nuevos separadores del carril-bus. Por si no culminó la inspección puedo informarle de que ya están aplastados, deformados y hechos un asco. De nada.

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