Crítica:POESÍA

El aceite en la herida

No hay muchos poetas que, a los veinte años de publicado su primer libro, mantengan tan estricta fidelidad a sus inicios como Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). Lo que llamo fidelidad acaso otros lo llamarán reiteración: cuestión de perspectiva. Sin embargo, basta poner en la lectura de estos versos algo del mimo que puso el autor al escribirlos para ver que esa continuidad no contradice la evolución estética, sino sólo las excursiones a territorios líricos que no son los suyos. A lo largo de cuatro libros de versos y uno de prosas líricas que preceden a éste, la voz de Basilio Sánchez ha persev...

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No hay muchos poetas que, a los veinte años de publicado su primer libro, mantengan tan estricta fidelidad a sus inicios como Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). Lo que llamo fidelidad acaso otros lo llamarán reiteración: cuestión de perspectiva. Sin embargo, basta poner en la lectura de estos versos algo del mimo que puso el autor al escribirlos para ver que esa continuidad no contradice la evolución estética, sino sólo las excursiones a territorios líricos que no son los suyos. A lo largo de cuatro libros de versos y uno de prosas líricas que preceden a éste, la voz de Basilio Sánchez ha perseverado en un timbre que la hace reconocible, en cuanto que renuncia a todo lo que desborde su intimidad.

PARA GUARDAR EL SUEÑO

Basilio Sánchez

Visor. Madrid, 2004

64 páginas. 6 euros

Los simples títulos de sus libros apuntan a la textura contemplativa de esta poesía, centrada en unos nudos de significado -interiorismo, sentimiento virgiliano de la naturaleza, espiritualismo crepuscular- donde se sustancia una escritura tenue y sin fulguraciones, más ensoñadora que especulativa, más balsámica que crítica. En Para guardar el sueño, el autor ha seguido escarbando hacia los adentros, hasta hacer de cada poema un receptáculo de la inocencia. En el viril esmerilado de esa custodia se reflejan a veces vestigios de una vida más allá del guirigay inmediato: "A lo lejos se oyen los vagidos / de todos los lugares que no son de este mundo". He aquí la expresión de un universo breve, cuya pureza es un aceite con que aliviar las rozaduras de la existencia.

Núcleo temático de estos versos es la morada familiar, cuyas habitaciones y utensilios están tocados por el amor y componen una estampa de still life al modo de los pintores holandeses del XVII: más bien vida paralizada que naturaleza muerta. En el aire de este recinto, un polvillo dorado flota en alas de la claridad, antes de ir descendiendo hacia las cosas, sobre las que al fin se deposita convertido en tamo. Cuando la luz se desvanece, la noche adquiere la condensación simbólica de un sagrario, sede del ser y lugar de reminiscencias: "Una noche que ha apagado las luces / para que nadie entre ni salga del poema".

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