OPINIÓN DEL LECTOR

Flamenco

Está bien eso de premiar lo nuestro y de reconocer un arte, no siempre valorado en su justa medida, que engrandece nuestras raíces, las de Andalucía y las de España entera. Con el premio Príncipe de Asturias de las Artes, al guitarrista Paco de Lucía, se premia toda una vida de sacrificios y, además, se distingue a un arte andaluz tantas veces incomprendido y maltratado. Cualquier forma, los cantaores con sus voces al viento, las olas del baile o el grito del compás de la guitarra, merecen el más sincero de los aplausos, porque su atmósfera purifica y provoca un desahogo puro.

El flamen...

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Está bien eso de premiar lo nuestro y de reconocer un arte, no siempre valorado en su justa medida, que engrandece nuestras raíces, las de Andalucía y las de España entera. Con el premio Príncipe de Asturias de las Artes, al guitarrista Paco de Lucía, se premia toda una vida de sacrificios y, además, se distingue a un arte andaluz tantas veces incomprendido y maltratado. Cualquier forma, los cantaores con sus voces al viento, las olas del baile o el grito del compás de la guitarra, merecen el más sincero de los aplausos, porque su atmósfera purifica y provoca un desahogo puro.

El flamenco nos hermana con pueblos oprimidos y barrios gitanos, a través de un lenguaje, que es todo un camino de lunas y soles, donde las gentes lo representan con total entrega. Dejan el alma en ello. El cantaor lleva la voz en el corazón, el bailarín los oídos en sus pies y el guitarrista los acordes del cielo en sus manos. Unas destrezas que Paco de Lucia las acrecienta, hasta sentar cátedra, bajo un modo propio e inconfundible. Lo ha dicho el jurado en el acta: Este gaditano, de Algeciras, ha trascendido fronteras y estilos y es hoy un músico de dimensión universal. A partir de la guitarra flamenca ha profundizado en el repertorio clásico español -de Albéniz a Falla- , en la emoción del bossa nova y el sentimiento del jazz. Todo cuanto puede expresarse con las seis cuerdas de la guitarra está en sus manos, que se animan con la emocionante hondura de la sensibilidad y la limpieza de la máxima honradez interpretativa.

Toda esta atmósfera flamenca, cultivada de gracia y dones que nos empapa de versos, bajo un clima de fuerza creadora y duende, es algo tan sublime, como la contemplación del mar desde la luna. Por ello, debe considerarse como arte. Te enciende y asciende, te pone alas y vuelos, hasta olvidar tristezas y recordar alegrías. Los premios Príncipe de Asturias, considerados como evento serio y cultural, de alto interés informativo han dado en el clavo al premiar a uno de los cultivadores más puros del flamenco. Es una buena noticia para todos. El flamenco ha de avivarse y vivirse, no es cosa de pocos, forma parte de nuestra identidad, historia y vida.

Y así considerado, como algo nuestro, debe también integrarse en los planes educativos, puesto que el flamenco es una de las más genuinas manifestaciones del arte andaluz, y por ende de nuestro arte español, la que más lo define y distingue en relación con otros pueblos. Por desgracia, todavía seguimos sin reconocernos en el flamenco, y cuando no se conoce la realidad de este arte, difícil lo tenemos para apreciarlo y menos para transmitirlo. Este premio, pues, es todo un respiro y una consideración al universo de colores y calores, de gozos y virtudes, de poesía en movimiento y de claridades que nos conmueven. Es todo un jardín de belleza, en él todo es inspiración, porque donde mueren los silencios, nace el alarido desgarrador de una guitarra y donde brotan las soledades, crece una voz que despierta.

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