Columna

Un año

Dentro de unos días habrá transcurrido un año desde la celebración de las elecciones autonómicas, en las que el PP obtuvo la mayoría absoluta, mientras que su principal adversario, el PSPV, pese al repunte de votos no superó el número de escaños que tenía en 1999. Después de que el PP fuera derribado del pedestal en las elecciones generales el 14-M, la Comunidad Valenciana, que anticipó la victoria de los populares en 1995 y ha retrasado su derrota en 2004, se convirtió en la más importante de las autonomías administradas por el partido (en Madrid cuenta más el Ayuntamiento). Sin embargo, ese ...

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Dentro de unos días habrá transcurrido un año desde la celebración de las elecciones autonómicas, en las que el PP obtuvo la mayoría absoluta, mientras que su principal adversario, el PSPV, pese al repunte de votos no superó el número de escaños que tenía en 1999. Después de que el PP fuera derribado del pedestal en las elecciones generales el 14-M, la Comunidad Valenciana, que anticipó la victoria de los populares en 1995 y ha retrasado su derrota en 2004, se convirtió en la más importante de las autonomías administradas por el partido (en Madrid cuenta más el Ayuntamiento). Sin embargo, ese potencial se ha ido consumiendo sin llegar a usarse debido a los zarandeos orgánicos que sacuden al PP y al endeudamiento de la Generalitat, que configuran el legado envenenado de Eduardo Zaplana. Un año después de aquella victoria, sobre el Consell planea una atmósfera de liquidación de existencias, y en el calendario ya se vislumbra septiembre, que es cuando Francisco Camps tendrá que dar cuenta de su gestión en el Debate de Política General. No hace falta ser Isaías para entrever que, a falta de logros mollares, Camps va a tratar de cruzar ese ígneo tramo envuelto en la vela de la Copa del América (¿alguna vez sabremos si Valencia tuvo más atributos que Lisboa para albergar la sede o si la capital portuguesa se retiró porque había que poner más de lo que se iba a recibir?) y apostado en el Pouet de Sant Vicent, que es la metáfora castiza del trasvase del Ebro. En ambos casos va a poner la proa contra Madrid para eludir la explicación de sus propósitos. Aunque para despistar en esa huida hacia adelante también podría irrumpir en el hemiciclo Esteban González Pons con todas las bandas de música a las que va a subvencionar en su giro hacia la alta política cultural a ritmo de Pepita Greus. Incluso podrían poner un balcón retráctil para que suba Amunt Rita y obsequie a sus señorías con unas coreografías heroicas mientras en la calle se producen unos estrépitos de traca. Y permanecer ahí calentitos en la eternidad de esa jaula psicológica, que resulta bastante más inquietante y cutre que la que no harán, también por falta de liquidez, los arquitectos Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa para el IVAM.

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