Tribuna:EL PLAN DE SHARON DE LA RETIRADA DE GAZA

¿Una Hoja de Ruta hacia el Estado palestino?

El rechazo abrumador por parte del Partido Likud del plan de retirada unilateral de Gaza del primer ministro israelí, Ariel Sharon, es indudablemente un acontecimiento significativo que obliga ya a Sharon a buscar vías adicionales para sacar adelante su proyecto. El que las bases de un partido se hayan rebelado de esta manera contra la abrumadora mayoría de la nación, y de hecho del propio Gobierno, que respalda el plan, tiene más que ver con las rarezas y las inconsistencias de un sistema político que ha dado ya suficientes pruebas de ser inadecuado para afrontar los desafíos del proceso de p...

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El rechazo abrumador por parte del Partido Likud del plan de retirada unilateral de Gaza del primer ministro israelí, Ariel Sharon, es indudablemente un acontecimiento significativo que obliga ya a Sharon a buscar vías adicionales para sacar adelante su proyecto. El que las bases de un partido se hayan rebelado de esta manera contra la abrumadora mayoría de la nación, y de hecho del propio Gobierno, que respalda el plan, tiene más que ver con las rarezas y las inconsistencias de un sistema político que ha dado ya suficientes pruebas de ser inadecuado para afrontar los desafíos del proceso de paz que con la relevancia y validez del proyecto como tal.

La reciente declaración del Cuarteto de Madrid en apoyo del plan y los evidentes intentos del primer ministro de buscar una salida a este innecesario revés político (innecesario, puesto que Sharon no tenía ninguna obligación constitucional de consultar a unas bases repletas de colonos o de sus aliados que se inscribieron al partido del poder, aunque no le hayan votado siempre en las urnas, precisamente para desviar su política), así como el hecho de que el plan de Gaza es hoy el tema central -prácticamente, el único- del debate nacional significan que esta idea, por parcial e interina que sea, es hoy la plataforma más realista para reactivar el proceso de paz. Pero para que así sea es necesario corregir algunas de las deficiencias evidentes de este plan.

Los palestinos consideran que el apoyo dado por el presidente George W. Bush al plan de Sharon de retirarse de la franja de Gaza constituye un revés. Lógicamente, les preocupa que tras la retirada Israel seguirá controlando el espacio aéreo y los pasos terrestres, y tendrá libertad total para emprender acciones militares si no logra combatir eficazmente el terrorismo. Además, la insistencia de Sharon en mantener la ruta Filadelfi, es decir, la frontera entre la franja de Gaza y Egipto, bajo control militar de Israel, seguirá siendo una fuente de fricción similar a la de las granjas de Sheba, en el sur de Líbano, tras la retirada israelí de ese territorio en mayo de 2000. Sin embargo, la principal preocupación palestina es que Gaza acabe siendo la "primera" y la "última", y que Sharon no prevea nuevas fases de retirada. Pero, a pesar de las preocupaciones palestinas, creo que el proyecto de retirada de Gaza puede ser una plataforma que merece el respaldo tanto de los palestinos como de la comunidad internacional, si se ejecuta en el marco de un plan de paz general -la Hoja de Ruta del Cuarteto publicada el 1 de mayo de 2003, por ejemplo- y de un esfuerzo internacional coordinado para evitar un caótico vacío de autoridad en la franja de Gaza una vez que Israel haya retirado su presencia civil y militar.

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Si, como Sharon da a entender, la Autoridad Palestina de Yasir Arafat ya no constituye un socio negociador para la entrega de Gaza, y si Hamás está en cualquier caso destinada a la extinción, la única alternativa razonable es la de formar una Autoridad Provisional de Gaza ad hoc, compuesta por las principales fuerzas sociopolíticas de la franja. Para ser representativa y legítima, dicha coalición gobernante debe cumplir dos requisitos esenciales. Tendrá que incluir a miembros de la OLP y de Hamás que no estén involucrados en actividades terroristas, y contar con algún tipo de beneplácito de Arafat. Sin embargo, tenemos que ser realistas. El actual Gobierno israelí no permitirá que el consentimiento se le saque a duras penas a Arafat a base del archiconocido patrón según el cual figuras internacionales realizan interminables viajes para negociar las condiciones impuestas por Arafat para dar el "sí". Por una vez, los palestinos tendrán que asumir la responsabilidad por sí solos, de manera ordenada, para hacerse cargo de un territorio cedido por Israel. Para cumplir sus funciones en materia de ley y orden, lucha contra el terrorismo, creación de instituciones y desarrollo económico, esta Autoridad Provisional de Gaza necesitará ayuda urgente de un equipo asesor internacional con un mandato claro, a lo mejor incluso del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Es igualmente importante que el Cuarteto (Naciones Unidas, Estados Unidos, Unión Europea y Rusia) convenza a Israel de la necesidad de llevar a cabo una retirada real y total que no convierta la franja de Gaza en otra prisión colectiva para los palestinos. Debe haber una razonable libertad de movimiento entre Gaza y Cisjordania, y debe establecerse una distinción entre el control israelí del espacio aéreo y el de la entidad palestina en lo relativo a la gestión del aeropuerto de esta última. Debe darse a los palestinos una oportunidad justa de realizar con éxito la difícil tarea de estabilizar Gaza.

El vacío de legitimidad: de Clinton a Bush. La triste experiencia de los estadounidenses en Irak debería enseñarles que la legitimidad internacional puede ser tan vital como el poderío militar abrumador. Antes o después, Israel tendrá que llegar a la misma conclusión si quiere alcanzar sólidos acuerdos de paz con sus vecinos palestinos. Para adquirir legitimidad, su última jugada unilateral necesita el respaldo activo de la comunidad internacional. De hecho, la falta de legitimidad es también el principal problema del reciente intercambio de cartas entre Ariel Sharon y George W. Bush sobre las líneas generales de un acuerdo de paz definitivo entre Israel y Palestina. Los principios clave que el presidente Bush ha adoptado explícitamente -el bloqueo de los asentamientos en Cisjordania y que la estipulación del "derecho al retorno" de los palestinos sólo atañe al futuro Estado palestino, no a Israel- no son del todo nuevos. Los parámetros establecidos por Clinton en diciembre de 2000 esbozaban contornos similares para el acuerdo sobre el estatuto definitivo. De hecho, Clinton fue mucho más puntilloso y concreto. Su esquema incluía todos los puntos específicos del acuerdo final, como porcentajes precisos de territorio para el bloqueo de los asentamientos, la proporción de intercambios de territorio, la denegación del derecho de retorno a Israel, y el futuro de Jerusalén y el Monte del Templo.

Sin embargo, hay importantes diferencias entre las declaraciones de Bush y Clinton. Bush no parece haber asimilado plenamente todavía las lecciones de Irak, y su promesa a Ariel Sharon es tan unilateral e ilegítimacomo la invasión estadounidense de Irak. La carta de Bush sólo se parece a la histórica Declaración de Balfour en 1917 en un aspecto vital: ambas fueron un intercambio de misivas entre una potencia occidental y los sionistas que ignoraba por completo las perspectivas y los deseos de los árabes.

Otra diferencia es que los parámetros de Clinton no fueron el repentino capricho político de un presidente que buscaba desesperadamente la reelección, ni un intento de arrojar un salvavidas a un primer ministro israelí a punto de ahogarse; constituyeron un punto de equilibrio brillantemente concebido, y alcanzado tras intensas negociaciones, entre las posturas de israelíes y palestinos tal como se encontraban en esa fase tan avanzada del proceso de paz. Por consiguiente, las ideas de Clinton no eran una imposición arbitraria, sino que nacieron de las negociaciones entre las dos partes. Esto explica parcialmente por qué los parámetros de Clinton fueron aclamados por la comunidad internacional. Líderes de todo el mundo, desde Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas, hasta Vladímir Putin, presidente de Rusia, pasando por casi todos los dirigentes europeos y los principales líderes árabes, se unieron al esfuerzo estadounidense para convencer a Yasir Arafat de que no dejara pasar esa oportunidad histórica y respaldara esos parámetros. Ciertamente, no se puede decir lo mismo de la promesa hecha por el presidente Bush a Sharon. Es el unilateralismo de la jugada, posiblemente más que su contenido, lo que ha alejado a los europeos, a los países árabes y, por supuesto, a los palestinos. Vuelve a ser la cuestión de la legitimidad, sin la cual la plataforma de paz no puede durar y no sería viable, lo que está en juego.

El reto palestino. Independientemente de donde provenga la iniciativa más reciente, los palestinos deben realizar un profundo examen de conciencia si quieren recuperar las riendas de su destino. Los dirigentes palestinos no están libres de culpa en la calamidad política que ha caído sobre su pueblo en los últimos años. Son unos líderes que no han sido capaces de aprovechar las oportunidades históricas como la ofrecida por los parámetros de Clinton y que por culpa de sus propios errores han perdido uno de sus activos estratégicos más vitales, o sea, las estrechas relaciones con Estados Unidos que les brindó el proceso de Oslo. A pesar de la caótica política internacional del presidente Bush y de que Estados Unidos haya perdido el respeto de sus aliados y del mundo en general, el país sigue siendo el pilar central para la construcción de la paz en la región. La absoluta falta de diálogo entre los palestinos y Estados Unidos es una tragedia para el proceso de paz.

Me temo que los recientes argumentos que se inclinan por salvar a los palestinos mediante la solución de un único Estado binacional se basan en premisas totalmente rocambolescas y carentes de realismo. Los nacionalismos palestino e israelí son tan orgullosos y excluyentes como cualquier otro nacionalismo. Ninguno cederá en su sueño de establecer un Estado independiente. De hecho, el muro de Sharon, a pesar de que difícilmente se puede considerar una contribución a la confianza mutua y de que ciertamente no está motivado por cuestiones humanitarias, constituye no obstante un claro avance hacia una solución de dos Estados. Es el reconocimiento de que Israel ha perdido una de las batallas fundamentales del sionismo: la aspiración a alcanzar la superioridad demográfica.

La demografía y el sueño del Eretz (Gran) Israel sencillamente no se conciliaban. El muro es una manifestación clara de que Israel no va a permitir que este hecho dé pie a la solución de un solo Estado. Pero también es el reconocimiento por parte de Israel de que ha perdido la batalla por el Gran Israel y, por consiguiente, de que está dispuesto a definir ciertamente de manera unilateral por el momento una frontera que ceda la mayor parte de Cisjordania y toda la franja de Gaza al futuro Estado palestino.

Los que llevamos varios años implicados en el proceso de paz, incluido el periodo crucial comprendido entre la cumbre de Camp David en julio de 2000 y el último esfuerzo realizado en Taba en enero de 2001, queríamos llegar a la segunda partición de Palestina mediante negociaciones bilaterales y con la ayuda y la legitimidad de la comunidad internacional. Nuestros sucesores políticos adoptan diferentes conceptos. Aunque realmente sea un mal negocio, los palestinos deberían intentar sacar el máximo partido de él, ya que, a pesar de todas sus deficiencias, el proyecto de Gaza es hoy por hoy la única propuesta práctica que se ofrece. Es de esperar que los dirigentes palestinos la vean como una oportunidad para recuperar su importancia y para volver al frente de los esfuerzos de paz. Si consiguieran crear una Autoridad Provincial de Gaza que luchara contra el terrorismo, estableciera un entorno estable en toda la franja y construyera allí instituciones públicas decentes, podría constituir un ejemplo de lo que es posible hacer para convertir esa tierra de desolación y desesperación en un Estado palestino más amplio que en el futuro incluya también a Cisjordania.

Éste es un reto también para la comunidad internacional. Las instituciones de Palestina están hechas añicos y su economía, en ruinas. Ha llegado el momento de apartarse de las políticas declaratorias y la habitual inercia de las condenas a la política de Sharon y adoptar un enfoque práctico y pragmático. Junto a esto, la implicación activa y firme de la comunidad internacional para ayudar estrechamente a los palestinos en su cometido podría garantizar que Gaza no sea de hecho la "primera" y la "última" de las retiradas israelíes, sino que se convierta en el preludio de un proceso de paz más amplio y creíble.

Shlomo Ben Ami fue ministro de Asuntos Exteriores de Israel. El presente artículo forma parte de un debate en curso sobre Oriente Medio en opendemocracy.net y apareció, asimismo, en www.fride.org. Traducción de News Clips.

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