CRÓNICAS DEL SITIO

Del amarillo al rosa

Apenas dos semanas lejos de esta columna y encuentro las cosas cambiadas. Un nuevo Gobierno y un presidente de sonrisa continua que gana al lehendakari en exhibición de "buen talante". Y una vicepresidenta con el sublime encargo de coordinar ministerios para que nada falle en la boda de Felipe con Leticia.

Vengo de Nueva York. Donde he podido conocer de primera mano lo que nos esperaba tras el 11-M; precisamente, de quienes nos llevan 30 meses de adelanto. Encontré una sociedad pendiente de los colores. Ahora el sistema de alerta indica el amarillo: peligro significativo de ataqu...

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Apenas dos semanas lejos de esta columna y encuentro las cosas cambiadas. Un nuevo Gobierno y un presidente de sonrisa continua que gana al lehendakari en exhibición de "buen talante". Y una vicepresidenta con el sublime encargo de coordinar ministerios para que nada falle en la boda de Felipe con Leticia.

Vengo de Nueva York. Donde he podido conocer de primera mano lo que nos esperaba tras el 11-M; precisamente, de quienes nos llevan 30 meses de adelanto. Encontré una sociedad pendiente de los colores. Ahora el sistema de alerta indica el amarillo: peligro significativo de ataque terrorista. Y se nota la preocupación. Porque la situación podría empeorar a naranja o a rojo. Aunque las personas con las que he hablado no hacían mucho distingo de colores. Como experta en terrorismo, que por algo soy vasca, intentaba convencerles de que el peligro y la seguridad hay que tomárselas en serio pero no a pecho, porque causa estrés. Me contestaban: "Bueno, pero hay peligro ¿no?".

Seguro que sí; y no menos seguro que contra ello un neoyorquino no puede hacer mucho. Cargar con la linterna, radio y pilas nuevas, por si acaso (e, instintivamente, apartarse el mayor número de centímetros posible del árabe que se sienta a su lado en el metro).

En el regreso a España vuelvo a ser cacheada y escaneada, sin que nadie diga: "no molesten a la princesa". Pero ya en Madrid todo es distinto. Cuando cojo el autobús que me trae a Euskadi, nadie se preocupa de mirar quién deja qué mochilas en el compartimento de equipajes. Y yo, con los demás viajeros, allí sentada encima de tanta maleta sospechosa.

Es asombrosa la capacidad de olvido que tenemos los españoles. Y los vascos doblemente. Claro que no sé si es mejor que, con tanta advertencia, el Gobierno te meta aún más miedo que Bin Laden. En el caso de los norteamericanos, con el miedo se quiere guardar la viña (de la reelección de Bush). Aquí, la sonrisa de nuestro presidente parece querer convencernos de que mientras él esté nada malo nos sucederá. Pero, puestos a coordinar ministerios, ¿no sería preferible coordinar la política de extranjería con la de educación, inteligencia, seguridad y asuntos eclesiásticos? Para que no parezca todo un diseño de asesores de imagen.

Por un lado, creo que la realidad hay que afrontarla y que, para ello, necesito saber qué peligros me amenazan. Pero por otro lado, sé por experiencia que obsesionarse con un peligro no es la mejor manera de librarse de él. ¿Dónde estará el equilibrio entre ser ciudadano consciente y no caer en la obsesión neurótica. Entre tener ilusiones y disfrutar de la vida, sin por ello mirar hacia otro lado, despreocupada de cuanto me rodea. Mientras deshojo esa difícil margarita, sigo confiando en que policías y guardias civiles -cada uno por su lado- no bajen la guardia.

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