VISTO / OÍDO

La pantalla es de quien la mira

Lo pasan mal el cine, el teatro. Y el libro. El cine vuelve a su tema de "cuota de pantalla" o de "excepción cultural". Estoy, ahora, un poco en su onda. Soy contrario al proteccionismo cultural; proclive al internacionalismo. Pero tenemos un proteccionismo al cine de Estados Unidos que no es justo. El cine USA es poderoso y tiene una enorme calidad, a veces deformada en películas apoyadas en la taquilla local y series programadas por la publicidad. Ahora no sólo vemos películas americanas buenas y libres sino las que están basadas en sus costumbres, direcciones morales y finales felices que a...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Lo pasan mal el cine, el teatro. Y el libro. El cine vuelve a su tema de "cuota de pantalla" o de "excepción cultural". Estoy, ahora, un poco en su onda. Soy contrario al proteccionismo cultural; proclive al internacionalismo. Pero tenemos un proteccionismo al cine de Estados Unidos que no es justo. El cine USA es poderoso y tiene una enorme calidad, a veces deformada en películas apoyadas en la taquilla local y series programadas por la publicidad. Ahora no sólo vemos películas americanas buenas y libres sino las que están basadas en sus costumbres, direcciones morales y finales felices que a veces desmienten su desarrollo (y la vida real). Y privados de un gran cine europeo, y de "tercer mundo", para el cual en algunas ciudades hay salas especializadas y en la mayoría no hay ninguna. Las acusaciones de cada género a los demás de robarle el público pueden ser reales y lo son más en países económicamente pobres y culturalmente lamentables. El nuestro lo parece: mas ocho años de régimen conservador que pagaba subvenciones o no las daba, que es una censura económica, y durante cuarenta un régimen de censura fascista que destrozó la cultura más brillante y educó en el sentido contrario al pueblo: le deseducó. La restauración consistiría en estimular la cultura libre, en permitir que se creara por sí misma, y que fuera recibida por un público de densidad cultural suficiente. Es más fácil decirlo que hacerlo: destruir que crear (o sea, estimular la creación libre).

La cultura no es ministerio, es una libertad. Y algo muy unido: en el interés del espectador, del que mira la pantalla o el escenario, escucha o lee, en ver su esencia reflejada. Puede verla en un negro de Brooklyn, en un judío de Nueva York, en un adolescente de Georgetown (cómo será esa universidad, que ahora ha contratado a Aznar) o en su manera de amar: el espectador hace una diálisis y aparta lo extraño, lo ajeno; abstrae algo para él. Pero no es eso. Su asunto no está ahí, y menos facilitado, captado, reflejado por el arte. Habría que barrer la escoria de los intermediarios: o crear otros. ¿Se puede hacer? Si no se hace ahora, hay que pensar que no se hará nunca jamás.

Archivado En