Columna

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No es que venga a cuento porque sea el Día del Libro, pero tengo un amigo que sólo lee manuales de usuario. Las novelas le aburren porque no se las cree; la poesía no le llega; el ensayo le duerme. Pero devora los manuales de usuario y, lo que es más raro, los comprende. Cuando viene a casa, siempre pregunta si tenemos algún aparato nuevo, para que le dejemos el folleto. No hace ascos a ninguno. Ayer mismo, después de haber leído el de un microondas que acabábamos de estrenar, me miró profundamente mientras lo cerraba y sentenció: "Está muy bien escrito. Voy a comprarme uno igual". No h...

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No es que venga a cuento porque sea el Día del Libro, pero tengo un amigo que sólo lee manuales de usuario. Las novelas le aburren porque no se las cree; la poesía no le llega; el ensayo le duerme. Pero devora los manuales de usuario y, lo que es más raro, los comprende. Cuando viene a casa, siempre pregunta si tenemos algún aparato nuevo, para que le dejemos el folleto. No hace ascos a ninguno. Ayer mismo, después de haber leído el de un microondas que acabábamos de estrenar, me miró profundamente mientras lo cerraba y sentenció: "Está muy bien escrito. Voy a comprarme uno igual". No hizo ningún juicio sobre el aparato, sólo sobre el manual, lo que me pareció tan arriesgado como administrarse una medicina por la calidad literaria del prospecto.

Esa misma noche estaba escuchando la radio, porque soy insomne, cuando la locutora propuso a los oyentes que llamaran a la emisora para leer un poema que les gustara mucho. Escuché versos de Neruda, de Machado, de Gil de Biedma, de Ángel González... Eran las tres de la mañana y creo que todos estaban -estábamos- contagiados de la atmósfera religiosa y terrible de esas horas. Traté de imaginar la cantidad de dormitorios oscuros, como el mío, cuyos ocupantes, con los párpados abiertos y la mirada perdida en el hondo techo, se dejaban penetrar por el veneno sutil de aquellos textos que hablaban de la vida, y del amor y de la muerte...

En esto, entró la llamada de un oyente que pidió permiso para leer un fragmento de un manual de usuario. A la locutora le hizo gracia y le dio paso. Enseguida reconocí la voz de mi amigo, que leyó una página de las instrucciones de un teléfono inalámbrico: "Este aparato es sensible a las tormentas eléctricas, que alteran su comportamiento, por lo que recomendamos que lo mantenga desconectado hasta que pase el fenómeno atmosférico..." Me recorrió un escalofrío y me reproché no haber prestado hasta entonces más atención a esa literatura de manual. Luego me levanté de la cama y comencé, sin prisas, incluso con amor, la lectura del folleto del vídeo. Por primera vez comprendí cómo se programaba el vídeo y, lo que es más raro, comprendí cómo me programaba yo.

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