Columna

Una discreta plástica cubana

La BBK presenta en su sala de exposiciones de Elkano, 20, en Bilbao, obras de artistas cubanos que contribuyeron a la consolidación del arte moderno en Cuba entre mediados de los años veinte y principios de los cincuenta. Lo mostrado no pasa de lo discreto. Se notan en exceso las influencias de Picasso, Chagall, Klee, Léger, Gauguin y otros. Destaca sobre todos Wifredo Lam (una isla dentro de la isla caribeña), con la voluntaria limitación de su paleta a tonos apagados para insuflar al dibujo un mayor protagonismo. Y dentro del dibujo, son los contornos los auténticos generadores...

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La BBK presenta en su sala de exposiciones de Elkano, 20, en Bilbao, obras de artistas cubanos que contribuyeron a la consolidación del arte moderno en Cuba entre mediados de los años veinte y principios de los cincuenta. Lo mostrado no pasa de lo discreto. Se notan en exceso las influencias de Picasso, Chagall, Klee, Léger, Gauguin y otros. Destaca sobre todos Wifredo Lam (una isla dentro de la isla caribeña), con la voluntaria limitación de su paleta a tonos apagados para insuflar al dibujo un mayor protagonismo. Y dentro del dibujo, son los contornos los auténticos generadores de cuanto se quiere contar en cada cuadro. Parece decirnos Lam que para él las líneas externas deben imperiosamente poder abarcarlo todo.

Del resto de autores, consignemos las tres obras de René Portocarrero por sus directos y convulsivos trazos de gruesos empastes. Amelia Peláez del Casal acredita imaginación y ganas de ser original, pero no le acompaña en exceso la mano. A ellos se añade Mario Carreño, donde se ve con interés el óleo de la escena campesina, mientras que sus dos obras restantes resultan apelmazadas. En el barrio industrial de Marcelo Pogolotti hay una mezcla rara de esquematismo denunciante y una añoranza poética silente de lo perdido. A Cundo Bermúdez cabe calificarlo de pintor de corte naïf, con propensión a lo sintético y al vitralismo. Algunos de los dibujos de Roberto Diago y Luis Martínez Pedro se enmarcan dentro de una suficiencia prudente.

Al tiempo que asistíamos al encuentro con la discreta cubanidad plástica, no podíamos dejar de compararla con el inmenso caudal de esa nación en el campo de las letras, comparable con los países de mayor crédito literario que pueblan el universo y superior a la inmensa mayoría. La alta nómina de escritores cubanos asombra. Sólo en poesía se dan cita los José Martí, Julián del Casal, Rubén Martínez Villena, Nicolás Guillén, Eugenio Florit, José Lezama Lima (supremo gigante por la poesía, la narrativa y el ensayo), Virgilio Piñera (singularísimo, tanto en prosa como en poesía), Gastón Baquero (excepcional bardo), Eliseo Diego, Cintio Vitier, Manuel Díaz Martínez, Antón Arrufat, Rolando Escardó, Fernández Retamar, Armando Álvarez Bravo,... Y hasta se alzan con valor innegable los relativamente jóvenes poetas Lina de Feria, Emilio García Montiel, Antonio José Ponte, Liet Lee López, entre otros.

En cuanto a la prosa, bastaría con mentar cuatro de los más singulares, principalmente Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante, junto a Severo Sarduy y Miguel Barnet. Unos y otros, y muchos de los no nombrados, cubanos de todo tiempo, atesoran entre ellos las formas, luces y colores más hermosos de la mejor Cuba posible.

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