Tribuna:

¿Por qué somos blanco del terrorismo islamista?

Tras los infames sucesos del 11 de marzo se ha extendido entre los españoles la creencia de que la matanza terrorista de Madrid fue debida únicamente al alineamiento mantenido desde hace un año por las autoridades españolas con las estadounidenses en la invasión y posterior ocupación de Irak. Buena parte de la opinión pública considera que esa intervención militar nos convirtió en blanco del terrorismo internacional practicado por musulmanes radicalizados. No pocos ciudadanos están convencidos de que la violencia islamista contra objetivos españoles, dentro y fuera de nuestro país, sólo cesará...

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Tras los infames sucesos del 11 de marzo se ha extendido entre los españoles la creencia de que la matanza terrorista de Madrid fue debida únicamente al alineamiento mantenido desde hace un año por las autoridades españolas con las estadounidenses en la invasión y posterior ocupación de Irak. Buena parte de la opinión pública considera que esa intervención militar nos convirtió en blanco del terrorismo internacional practicado por musulmanes radicalizados. No pocos ciudadanos están convencidos de que la violencia islamista contra objetivos españoles, dentro y fuera de nuestro país, sólo cesará cuando el nuevo Gobierno socialista modifique la actual política exterior. Entienden que los riesgos de ese terrorismo persistirán mientras tengamos soldados estacionados en territorio iraquí. Con esa manera de ver las cosas puede terminarse por dar crédito sin crítica al propio Osama Bin Laden, quien advirtió expresamente a nuestro país, mediante una grabación remitida el pasado mes de octubre a una cadena qatarí de televisión, de las consecuencias que podría acarrear su participación en la coalición bélica liderada por los norteamericanos. Quizá tengan razón los que así piensen. Pero también cabe que incurran en una simplificación inducida por los propios instigadores del terrorismo internacional y que la amenaza que se cierne sobre nosotros sea, en realidad, anterior a la guerra de Irak. Y si es así, nada de lo que ahora ocurra allí puede hacernos inmunes al terrorismo global.

Que una intervención militar en dicho país, lejos de contribuir a la contención del terrorismo internacional, tuviese efectos contraproducentes a corto y medio plazo era una posibilidad anticipada por numerosos analistas y multitud de ciudadanos inquietos, a los que no sedujeron ni engañaron las orquestadas falacias transatlánticas de algunos gobernantes. De hecho, lo ocurrido en Irak se parece menos a los efectos de una calculada estrategia de George Bush que a un guión previsto y hasta quizá ambicionado por el propio Osama Bin Laden. Desde su primer edicto de 1996, el máximo dirigente de Al Qaeda venía insistiendo en que uno de los tres principales motivos que justificaban atacar directamente blancos occidentales en general y estadounidenses en particular era la existencia de una alianza de cristianos y sionistas que, según él, pretendían "aniquilar lo que queda del pueblo de Irak y humillar a sus vecinos musulmanes" tras la primera Guerra del Golfo en 1991. La situación actual en esa zona del planeta se asemeja más a un caldo de cultivo para el terrorismo internacional que a un campo de batalla contra dicho fenómeno, cuyos emprendedores aprovechan el caos existente no sólo para extender sus redes y movilizar seguidores del mundo árabe e islámico en favor de lo que literalmente consideran una guerra santa contra judíos y cruzados. También para desarrollar una campaña propagandística y servirse de pretextos que polaricen actitudes encontradas en el seno de la sociedad europea.

La aparente verosimilitud del argumento que relaciona linealmente y sin matices los atentados islamistas de aquí con la presencia de nuestros soldados en Irak deriva más del uso que del mismo están haciendo los propios terroristas que de la experiencia conocida. En primer lugar, porque el conjunto del mundo occidental, al cual pertenecemos, está expresamente amenazado por Osama Bin Laden y su adjunto, el terrorista antes que médico Ayman al Zawahiri, desde mediados los años noventa y sobre todo a partir de 1998, cuando a instancias de ambos se establece el autodenominado Frente Mundial para la Guerra Santa contra Judíos y Cruzados. En segundo lugar, porque son numerosos los países que podrían considerarse en la misma situación de España por su implicación en la guerra de Irak. Muchos más aún son los que sostuvieron y sostienen las operaciones militares desarrolladas en Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre. Recordemos que una y otras son presentadas de manera inseparable por parte de los voceros de Al Qaeda. Además, varias misiones militares contra el terrorismo internacional siguen su curso en distintos lugares del mundo y soldados de numerosos países europeos se encuentran destinados en ellas. Había y hay por tanto un buen elenco de otros destinatarios posibles para represalias terroristas en suelo europeo. Es más, atentados de signo islamista fueron preparados y desbaratados por los servicios de seguridad en al menos Francia, Italia o el Reino Unido con anterioridad al 11 de marzo e incluso al 11 de septiembre. Esa misma violencia ha matado mientras tanto a alemanes en Túnez, franceses en Pakistán o italianos en Irak, siempre junto a víctimas circunstantes de entre una población local por la que el sectarismo terrorista tampoco tiene miramientos.

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Ni el discurso ni los procedimientos habituales de Al Qaeda o las tramas del terrorismo internacional asociadas de una u otra manera con ese núcleo originario sugieren que sus dirigentes hagan otros distingos a la hora de atentar contra blancos occidentales que los basados en criterios de tiempo, recursos, accesibilidad, vulnerabilidad y oportunidad. Los centenares de australianos masacrados en Bali son un elocuente recordatorio. Además, en el caso español debe tomarse en consideración que durante los últimos tres años habían sido detenidas unas cuarenta personas por su presunta relación con las redes del terrorismo islamista, en lo que hasta la fecha ha sido la mayor redada de esas características efectuada por una policía europea, doce de las cuales seguían en prisión cuando se produjeron los atentados del 11 de marzo. El hecho de que existan varios procedimientos judiciales incoados en la Audiencia Nacional sobre supuestos miembros y colaboradores de Al Qaeda en nuestro país, mediante los cuales se acumula un conocimiento que iba desvelando las conexiones internas y externas de aquellos, permitiendo asimismo estimar el alcance de sus actividades dentro o fuera de España, propiciaba la acción de las agencias estatales de seguridad y hacía más difícil que las redes del terrorismo practicado por musulmanes fundamentalistas dispusieran de estructuras estables en nuestro país. Aun cuando nuestros servicios de inteligencia ignoraran o minimizaran los desafíos, es tanto o más probable que, dados los antece-dentes, hubiera sido ésta la principal de cuantas circunstancias precipitaron en su día la decisión de perpetrar atentados en suelo español.

Sopesemos pues las cosas para evitar la transferencia de culpabilidad que tantas veces acompaña como efecto colateral a los atentados terroristas y que desean quienes los promueven o vitorean. Afirmar que los fundamentalistas islámicos cuyas bombas han ensangrentado Madrid e intentan seguir conmocionando a la sociedad española sólo están ejecutando represalias por haber contribuido con nuestras tropas a la campaña de Irak es una simplificación. Ante todo, esos terroristas atentan contra España porque es un país occidental, pero también donde policías y jueces trataban de impedir que Al Qaeda disfrutara de refugio y cobertura. Igualmente porque consideran que, en comparación con otros posibles escenarios europeos donde ya lo habían intentado antes, nuestro país resulta accesible para determinadas células terroristas, debido a la porosidad de sus fronteras y la existencia de densas comunidades inmigrantes de procedencia norteafricana. Madrid es, como tantas otras, una ciudad con espacios públicos que a ciertas horas del día son extraordinariamente propicios para el homicidio masivo y donde los trenes de cercanías circulaban desprotegidos. Que decidieran cometer la matanza del 11 de marzo en periodo electoral para incidir sobre los resultados es una hipótesis que no debe descartarse, aun cuando se trate de un asunto secundario.

Con elecciones o sin ellas, los que hemos vivido y estamos viviendo no serán los últimos atentados contra ciudadanos e intereses europeos, ni tampoco españoles, fronteras adentro o afuera de nuestros países. Al margen de lo que ocurra en Irak, los terroristas islamistas, hostiles a las sociedades abiertas y multiculturales, así como cuantos de entre ellos estén dispuestos a inmolarse para mejor matar, seguirán percibiéndonos como blanco, planearán nuevas matanzas y buscarán otras justificaciones.

Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos. Taurus ha publicado recientemente su libro Terrorismo global.

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