Tribuna:MADRID EN LA MENTE | MATANZA EN MADRID

¿Por qué matan?

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¿Cómo se justifica ante sí misma una persona que participa de un modo activo en la matanza de 190 personas inocentes?

Antonio


A la mayoría de las personas les repugna el ejercicio de la violencia. Ya desde niños, los seres humanos adquieren la capacidad de empatía, es decir, la aptitud de ponerse emocionalmente en el lugar de las otras personas. Por ello, agredir -no digamos ya matar- genera una sensación profunda de malestar (un sentimiento de culpa). La conciencia moral es el policía interno que con...

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Los lectores pueden preguntar en madridenlamente@elpais.es

¿Cómo se justifica ante sí misma una persona que participa de un modo activo en la matanza de 190 personas inocentes?

Antonio

A la mayoría de las personas les repugna el ejercicio de la violencia. Ya desde niños, los seres humanos adquieren la capacidad de empatía, es decir, la aptitud de ponerse emocionalmente en el lugar de las otras personas. Por ello, agredir -no digamos ya matar- genera una sensación profunda de malestar (un sentimiento de culpa). La conciencia moral es el policía interno que controla nuestras conductas y que va mucho más allá que el mero temor a las sanciones penales: hay un mandamiento biológico que nos ordena no matar a nuestro prójimo.

Pero en los fanáticos este proceso está profundamente alterado. Por eso distorsionan la realidad y muestran una falta de empatía para sensibilizarse con el sufrimiento ajeno, así como una ausencia de remordimiento cuando son ellas quienes lo generan. Estas personas cuentan con unas ideas sobrevaloradas de tipo político o religioso, que impregnan afectivamente su vida y ejercen una acción tiránica sobre sus conductas. El fanático carga su verdad de pasión para compensar su falta de racionalidad.

El fanatismo recluye a una persona en una prisión interior y la hace impermeable al razonamiento lógico. La emoción bloquea la razón y los frenos morales se rompen. Lo que contribuye a la desaparición de esos frenos morales es el alejamiento de la víctima, sea a nivel físico (armas de fuego, mochilas-bomba) o psicológico (cuando no se la considera miembro del grupo propio, como sucede en las actitudes racistas o xenófobas, cuando se la desvaloriza, como ocurre en el hipernacionalismo étnico, o cuando se le atribuye simbólicamente la responsabilidad de las desgracias propias, como acontece en el terrorismo islamista). En el holocausto, los nazis comenzaron fusilando a los judíos; después, pegándoles un tiro en la nuca (sin verles el rostro); finalmente, gaseándolos en pabellones.

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El fanatismo se ha nutrido de la pulsión mística de algunos adolescentes e incluso adultos que, en la ensoñación de un ideal patriótico-religioso, han encontrado el motor de un fundamentalismo excluyente. La familia, la presión del grupo y las injusticias sociales constituyen con frecuencia un caldo de cultivo apropiado para encontrar enemigos externos. Los fanáticos pueden sentirse héroes, no asesinos.

Entre los terroristas hay un predominio de hombres. La violencia genera rechazo en la mujer, que siente una mayor animadversión, ya desde la niñez, hacia las conductas destructivas, desarrolla otras estrategias de solución de problemas y experimenta una mayor empatía hacia los demás. Además, una persona tiende a tomar como referentes de identificación a personas de su propio sexo, y los modelos femeninos de violencia son escasos. Por ello, la adhesión de mujeres a los grupos terroristas, cuando se da, está asociada frecuentemente a lazos de amistad o de amor con terroristas varones o de parentesco con familiares encarcelados o fallecidos violentamente.

Los terroristas no suelen ser enfermos mentales, ni siquiera psicópatas. Los psicópatas son personas frías, sin sentimientos, con poca empatía y sin capacidad de remordimiento. Pero muchos terroristas son personas afables, bien socializadas en su grupo de referencia y con capacidad de sentimientos positivos hacia sus seres queridos. Más bien se trata de personas con actitudes de hostilidad y con una gran carga de odio hacia los otros que participan de una visión profundamente distorsionada de la realidad.

Enrique Echeburúa es catedrático de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco.

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