OPINION DEL LECTOR

El congreso americano es otra cosa

El señor Aznar se ha negado en repetidas ocasiones a comparecer ante el Parlamento de España para explicar las mentiras sobre la justificación y apoyo a la guerra de Irak. En cambio, ha intervenido gustosamente ante el Congreso de Estados Unidos. Y es que no hay color. Allí no hay preguntas y los aplausos están garantizados. Sin olvidar el honor de ser incluido en el selecto club de estadistas con semejante privilegio. Así que nuestro presidente pronunció su discurso entre los aplausos de una audiencia entregada y la sonrisa complaciente del señor Bush, enarbolando la bandera de la cruzada con...

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El señor Aznar se ha negado en repetidas ocasiones a comparecer ante el Parlamento de España para explicar las mentiras sobre la justificación y apoyo a la guerra de Irak. En cambio, ha intervenido gustosamente ante el Congreso de Estados Unidos. Y es que no hay color. Allí no hay preguntas y los aplausos están garantizados. Sin olvidar el honor de ser incluido en el selecto club de estadistas con semejante privilegio. Así que nuestro presidente pronunció su discurso entre los aplausos de una audiencia entregada y la sonrisa complaciente del señor Bush, enarbolando la bandera de la cruzada contra el primer enemigo de la humanidad, el terrorismo internacional. Dijo lo que querían oír, y justificó, una vez más, lo que nadie puede justificar.

Hace pocas fechas nuestro presidente expresaba su deseo de retirarse de la política activa. Su única intención para el futuro era no molestar, según sus propias palabras. Lo agradecemos sinceramente, y si en tanta estima tiene a la humanidad, y aprovechando esta intensa y pasional amistad que le une al señor Bush, debería recomendarle que él hiciera lo mismo: renunciar a presentarse a la reelección, retirarse y no molestar. Y puestos a imaginar, nuestro expresidente podría adquirir un pequeño rancho en Tejas (siempre que el mercado inmobiliario lo permita y los precios sean razonables, claro) y, como buen vecino, poder seguir cultivando esa estrecha y fructífera amistad con el señor Bush. Ya los veo a ambos, en la mecedora, bajo el porche, sombrero y botas, pies sobre la barandilla, contemplando el atardecer tejano, con la sonrisa de satisfacción del deber cumplido.

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