Columna

Ligue en la biblioteca

Una de las profesiones más ingratas, de acuerdo a la marcha de las cosas, es la del bibliotecario. En general, a la biblioteca apenas acude nadie y quienes la visitan son cada vez gentes más raras, calvas, marginales o conminadas por alguna obligación circunstancial. Los investigadores decrecen día a día y los interesados por los volúmenes de otro tiempo se encuentran en trance de inmolación. Toda la biblioteca realmente viva de la actualidad se encuentra patinando sobre la satinada superficie de los mostradores de los grandes almacenes y destinada a la inmediata destrucción.

Los umbrío...

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Una de las profesiones más ingratas, de acuerdo a la marcha de las cosas, es la del bibliotecario. En general, a la biblioteca apenas acude nadie y quienes la visitan son cada vez gentes más raras, calvas, marginales o conminadas por alguna obligación circunstancial. Los investigadores decrecen día a día y los interesados por los volúmenes de otro tiempo se encuentran en trance de inmolación. Toda la biblioteca realmente viva de la actualidad se encuentra patinando sobre la satinada superficie de los mostradores de los grandes almacenes y destinada a la inmediata destrucción.

Los umbríos o solemnes recintos de la gran biblioteca tradicional han quedado coagulados como mausoleos y no hay, incluso bajo la nueva arquitectura de ventanales diáfanos, grandes esperanzas que iluminen el porvenir. Sin embargo (y acaso pueda parecer paradójico) en estos días no cabe ni un alfiler en las bibliotecas de España. La demanda de plazas es tan alta estas fechas que algunas se han visto reclamadas a permanecer abiertas 24 horas sobre 24, como las tiendas Alpaso, los peep-shows y los Opencor. ¿Explicación? Radica en la excitante proximidad de los exámenes de febrero, de tal manera que el ambientazo juvenil en estos espacios puede compararse ahora a las atmósferas de tensión y sexo que despiden, aunque más ruidosamente, las fiestas rave.

Entre las seis motivaciones principales que la bibliotecaria catalana, Mercè Escardó, reconoce hoy entre los usuarios de la institución, la tercera se relaciona con los fuertes anhelos humanos de lograr conversación (en un espacio supuestamente de total silencio) y, la quinta, hace referencia al deseo de conseguir ligar. La peculiaridad del recinto atrae a una clase de personalidad que no es fácil hallar en el montón pero también, y ¿quien duda que acaso los más retraídos, los rata de biblioteca, necesitan un hábitat para progresar? En estos días, sin embargo, la naturaleza bibliotecaria es plural y la orgía, en torno al libro o a los apuntes, completa. Mercé Escardó cuenta que, a menudo, cuando ella o sus colegas presentan sus vindicaciones a la Administración bien referidas a organización o a presupuestos, la respuesta de la autoridad suele ser ésta: "¿Cómo pueden ustedes quejarse de la situación e intentar cambiar algo si las salas están, por momentos, abarrotadas?".

La realidad, efectivamente, es que lo menos importante para esta aglomeración ocasional son los libros dispuestos en los anaqueles. Para que ese depósito no sea tan sólo un inerte decorado de fondo es preciso desplegar un esfuerzo de imaginación o fantasía, dice Escardó en La biblioteca, un espacio de convivencia (Anaya), que no acabará nunca. Su obra es, de hecho, un manifiesto general y un relato particular de las surtidas experiencias ensayadas en la Biblioteca Can Butjosa de Parets del Vallès, donde el centro ha llegado a alcanzar la condición de estimulante afectivo entre los jóvenes, los niños y todos los demás. No es poco el ingenio que esta autora ha derrochado para implicar a los vecinos en la biblioteca pública ni tampoco escasa la magia con la que ha entrecruzado, a través de diferentes hilos, la realidad inmediata con la eventual ficción. Viajes, competiciones, transfiguraciones, adivinanzas, excursiones. El conocimiento de los libros se entremezcla con el saber rural y los cuentos se intercambian con los chismes del barrio. De esa manera, como suele suceder hoy con el suave aprendizaje audiovisual, a la lectura se accede sin martirios y se asume fluidamente como una sustancia adquirida para vivir mejor. Muchos de los grandes bibliotecarios escritores que han trabajado en empeños parecidos y una selecta cohorte de autores críticos, desde Ivan Illich a Neil Postman o Edgar Morin, se relacionan, a través de una bibliografía comentada, al final de este libro nacido de la relación con una pequeña comunidad y del colorado corazón del oficio. ¿Una ilusión ingenua la de inducir a leer? La misma autora habla de su tarea como una niña: "Siempre que reflexiono sobre cómo llegué a trabajar en la Biblioteca Infantil y Juvenil de Can Butjosa he de admitir que fue responsabilidad de un hada".

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