Crítica:CRÍTICAS

Atracción de feria

Inspirado en los típicos pasajes del terror de los parques de atracciones, el filme dirigido por Rob Minkoff (Stuart little) es un lujoso entretenimiento para niños (y sólo para niños) en el que el objetivo es divertir a base de sustos. David Berenbaum, guionista de moda en la comedia familiar americana tras el éxito de taquilla de Elf, es un tipo listo con cierta gracia a la hora de dialogar, lo que hace que la media hora inicial (la que antecede a la llegada a la casa del terror) sea la parte más aceptable. Después, salvo en la sorprendente secuencia de los bustos cantarines, ...

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Inspirado en los típicos pasajes del terror de los parques de atracciones, el filme dirigido por Rob Minkoff (Stuart little) es un lujoso entretenimiento para niños (y sólo para niños) en el que el objetivo es divertir a base de sustos. David Berenbaum, guionista de moda en la comedia familiar americana tras el éxito de taquilla de Elf, es un tipo listo con cierta gracia a la hora de dialogar, lo que hace que la media hora inicial (la que antecede a la llegada a la casa del terror) sea la parte más aceptable. Después, salvo en la sorprendente secuencia de los bustos cantarines, La mansión encantada se convierte en más de lo de siempre, en una sobredosis de efectos especiales.

LA MANSIÓN ENCANTADA

Dirección: Rob Minkoff. Intérpretes: Eddie Murphy, Terence Stamp, Nathaniel Parker. Género: comedia. EE UU, 2003. Duración: 98 minutos.

Minkoff intenta imitar a Tim Burton en algún movimiento de cámara (sacado de Eduardo Manostijeras y Batman) y, sobre todo, en el estilo de la banda sonora, demasiado semejante a las de Danny Elfman. Además, recupera la melancolía de los torturados personajes de las películas de Roger Corman que adaptaban relatos de Edgar Allan Poe, caso de La tumba de Ligeia.

Pero ni Minkoff ni los productores parecen haberse dado cuenta de que, por mucho envoltorio que acompañe al regalo, el problema está en la base de la película: la gracia de las casas del terror de las ferias está en sentirse absoluto protagonista del momento, en palpar el miedo en hueso propio, y no en ver cómo gritan otros.

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