Editorial:

Pactada y a plazos

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Pasqual Maragall, aceptó ayer la renuncia de su conseller en cap, Josep Lluís Carod, aunque de momento lo mantendrá en el Ejecutivo como consejero sin cartera. No es exactamente lo que había pedido Zapatero, la salida sin más del Gobierno, pero se le aproxima bastante y ése será el resultado por etapas. Porque el propio Carod anunció su intención de encabezar la lista de su partido por Barcelona para las legislativas de marzo, lo que le obligará a dimitir como consejero antes de la proclamación oficial de las candidaturas, el 9 de febrero. Y ...

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El presidente de la Generalitat de Cataluña, Pasqual Maragall, aceptó ayer la renuncia de su conseller en cap, Josep Lluís Carod, aunque de momento lo mantendrá en el Ejecutivo como consejero sin cartera. No es exactamente lo que había pedido Zapatero, la salida sin más del Gobierno, pero se le aproxima bastante y ése será el resultado por etapas. Porque el propio Carod anunció su intención de encabezar la lista de su partido por Barcelona para las legislativas de marzo, lo que le obligará a dimitir como consejero antes de la proclamación oficial de las candidaturas, el 9 de febrero. Y luego ya se verá. Una salida bastante florentina, que intenta compaginar la necesidad de hacer visible la asunción de responsabilidades políticas con la continuidad del Gobierno tripartito.

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Carod se ha comportado de manera desleal, además de torpe. Su continuidad como conseller en cap y número dos de Maragall era imposible. Que quien ostenta esa responsabilidad se preste a "ser conducido" a presencia de los jefes de ETA -a quienes los policías a sus órdenes deben intentar detener-, y que lo haga a espaldas de quien le ha nombrado está por encima de lo tolerable, incluso si ello es condición para no romper una coalición que había despertado las esperanzas que mencionó Maragall. En realidad, las razones para destituir a Carod aumentaron tras su agresiva comparecencia de ayer, con claque incluida, y en la que vino a decir que lamentaba haber perjudicado al Gobierno tripartito, pero que lo volvería a hacer. Sus invocaciones a la paz, al diálogo y otras buenas intenciones, como si quienes combaten al terrorismo con las armas del Estado de derecho fueran partidarios de la guerra, son impropias de un político maduro.

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La fórmula encontrada por Maragall no impedirá que el PP continúe su campaña de deslegitimación del Gobierno tripartito; pero eso es algo que habría ocurrido en cualquier caso: Rajoy ya había adelantado que no bastaría el cese de Carod y que lo que estaba en cuestión era la continuidad del Gobierno catalán actual. Ese Gobierno atraviesa una crisis que en el mejor de los casos tardará en superar. La solución que ha arbitrado Maragall terminará de hecho con la renuncia de Carod en breve. Su cese inmediato hubiera sido una salida más limpia a este embrollo, pero Esquerra Republicana no estaba dispuesto a sacrificar en estas condiciones al líder que en una década le ha llevado de la casi marginalidad política al Gobierno.

La iniciativa de Zapatero de exigir que Maragall modificase su primera decisión y aceptase la renuncia de Carod era lógica: el aval que había otorgado al experimento de Maragall, contra presiones diversas, le hacía acreedor a esa correspondencia, una vez producido uno de los supuestos de riesgo de la coalición. Pero además ha sido benéfica, pues ha favorecido la fórmula de salida pactada y a plazos del culpable de la crisis.

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