Columna

Discursos

El discurso del presidente Bush sobre el Estado de la Unión es previsible y aburrido. Es obvio que habla a unos convencidos entre los que seguramente no se incluye él mismo. Por supuesto, la situación en Irak ocupa la parte más destacada de su larga alocución, o al menos la parte inicial, la que sin duda escuchará la gente. En la argumentación, si la hubiera, destacaría la manipulación, tal vez inconsciente, de la terminología clásica. Guerra y terrorismo aparecen todo el tiempo como términos intercambiables; también la guerra y sus incidentes aislados. A veces considera que la guerra con Irak...

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El discurso del presidente Bush sobre el Estado de la Unión es previsible y aburrido. Es obvio que habla a unos convencidos entre los que seguramente no se incluye él mismo. Por supuesto, la situación en Irak ocupa la parte más destacada de su larga alocución, o al menos la parte inicial, la que sin duda escuchará la gente. En la argumentación, si la hubiera, destacaría la manipulación, tal vez inconsciente, de la terminología clásica. Guerra y terrorismo aparecen todo el tiempo como términos intercambiables; también la guerra y sus incidentes aislados. A veces considera que la guerra con Irak o contra Irak acabó con la ocupación, y que la violencia diaria que aún subsiste la constituyen actos independientes, bien de terrorismo, bien de simple criminalidad. Unas líneas más adelante, con más rigor, engloba todas estas acciones en el concepto general de una guerra que empezó con bombardeos masivos y alta tecnología y ahora continúa en forma de escaramuzas y culatazos. América está a la ofensiva contra los terroristas que empezaron esta guerra, dice tan literalmente como yo traduzco. Como parte de esta ofensiva, añade, ahora combatimos con las fuerzas que se dispersaron a la hora de presentar batalla y ahora atacan desde las sombras. Si hubiera leído más, sabría que lo mismo hicieron los rusos y los españoles contra Napoleón, y quién salió perdiendo. Da igual: la historia nunca se repite en lo esencial, y siempre en los detalles. Aquí lo que cuenta es el discurso: un discurso cuya función no era convencer, sino ser dicho. El que tenía que hablar ha hablado: todo está en orden.

En su Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides da menos importancia a los hechos de armas que a los discursos que fundamentan, explican y mantienen viva la contienda. A diferencia de la mayoría de los historiadores, Tucídides fue contemporáneo de aquella guerra feroz que durante más de veinte años enfrentó a Esparta y Atenas y acabó con la ruina de ambas; y es natural que concediera más valor a la razón de la historia que a los avatares materiales que la conformaron.

En este contexto, aunque no nos mueva a horror ni a compasión, la hueca y confusa perorata del presidente de los Estados Unidos también forma parte de la guerra.

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