Crítica:

Comodidad en el tumulto

Uno y otro filme tienen en común la sorna con la que se critica la pasividad de buena parte de los franceses. Rappeneau siempre se ha acercado a este triste episodio de la historia de su país ondeando la bandera de la comedia. Si en La vie de château lo hacía en forma de alucinado vodevil, en Bon voyage mezcla (bastante bien) una intriga de espionaje y una comedia coral de enredo. El autor de Cyrano de Bergerac y su coguionista, Patrick Modiano, dan palos a diestro (ministros) y siniestro (estrellas del cine), cargando contra la gentuza que por nada del mundo quería perder...

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Uno y otro filme tienen en común la sorna con la que se critica la pasividad de buena parte de los franceses. Rappeneau siempre se ha acercado a este triste episodio de la historia de su país ondeando la bandera de la comedia. Si en La vie de château lo hacía en forma de alucinado vodevil, en Bon voyage mezcla (bastante bien) una intriga de espionaje y una comedia coral de enredo. El autor de Cyrano de Bergerac y su coguionista, Patrick Modiano, dan palos a diestro (ministros) y siniestro (estrellas del cine), cargando contra la gentuza que por nada del mundo quería perder su posición de privilegio en el país, ya fuera junto a Hitler o junto a cualquier otro.

BON VOYAGE

Dirección: Jean-Paul Rappeneau. Intérpretes: Isabelle Adjani, Gregory Derangère, Gérard Depardieu, Virginie Ledoyen. Género: comedia. Francia, 2003. Duración: 114 minutos.

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Con soltura y elegancia, la cámara de Rappeneau sigue a la decena de protagonistas por las calles de Burdeos, abarrotadas de tráfico y de peatones, y por sus atestados hoteles de lujo, al ritmo de una perpetua música que funciona mejor en las escenas de tensión que en las románticas. Sólo un par de momentos chirrían en el conjunto: la cámara lenta en la escapada de Gregory Derangère por la ventana del hotel y la pelea de éste con Peter Coyote en la casa de la resistencia.

Con independencia de estas cojeras, el director demuestra un sabio manejo del tumulto, en el que la gran ambientación juega también un papel primordial. La imponente presencia de Gérard Depardieu (el tránsfuga ministro del Interior) y la vis cómica de Yvan Attal hacen el resto para que Rappeneau salga del agujero en el que se había metido tras el insoportable ladrillo de El húsar en el tejado (1995), y pueda esperar con ilusión las nominaciones de los Oscar, donde es la candidata por Francia a mejor película de habla no inglesa.

Párrafo aparte merece Isabelle Adjani, incapaz de transmitir la menor empatía, tan empeñada en seguir pareciendo una treintañera a pesar de tener 48 años que se le ha quedado una cara sospechosamente parecida a la de Cher.

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