Tribuna:

Frondas

Que el acercamiento de las citas electorales excite lo mejor y lo peor de los competidores políticos es algo tan de libro que las leyes electorales se ven obligadas a establecer una administración electoral -que lo es también jurisdiccional-, para entender en primera instancia de las trampas, ilegalidades, abusos y otras prácticas que tientan a los actores políticos cuando el voto anda libre y a la espera de ser seducido. Lo que ocurre es que esa jurisdicción no empieza a funcionar mientras no se convocan elecciones, lo que deja a los partidos, y especialmente, a los gubernamentales la puerta ...

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Que el acercamiento de las citas electorales excite lo mejor y lo peor de los competidores políticos es algo tan de libro que las leyes electorales se ven obligadas a establecer una administración electoral -que lo es también jurisdiccional-, para entender en primera instancia de las trampas, ilegalidades, abusos y otras prácticas que tientan a los actores políticos cuando el voto anda libre y a la espera de ser seducido. Lo que ocurre es que esa jurisdicción no empieza a funcionar mientras no se convocan elecciones, lo que deja a los partidos, y especialmente, a los gubernamentales la puerta abierta para conducirse en precampaña más holgadamente que en la propia campaña.

Por eso o, quizás, también porque las campañas electorales cada vez duran más, desde que se cerraron todos los procedimientos que afectaban a las elecciones locales y a las autonómicas las estrategias de unos y de otros andan desbocadas, y casi nadie se priva de llevar a lo tremendo cualquier desavenencia. Ahora mismo, los dos grandes partidos se han apuntado a la fronda de un modo espectacular: el PP ha buceado en los textos del más banal de los José Antonio y anda pregonando a gritos que con España no se juega, mientras que el PSOE, consciente de que en solitario apenas si tiene expectativas de gobernar, se aferra a sumar donde puede sin escatimar riesgos, y produce, como a modo de cortina de humo, un discurso de descalificación grosero, demagógico, que empequeñece a la tradicional iconoclastia de EU, mientras que los partidos nacionalistas parecen haber encontrado el clima de fronda donde hacerse el víctima da sus mejores rentas.

El PP se emborracha de españolismo sin matices porque, al parecer, las encuestas le dicen que fuera de Catalunya y Euskadi, incluso donde hay hechos nacionales o culturales propios el sentimiento dual de los ciudadanos es mayoritario y el del nacionalismo español excluyente tiene cada vez más fuerza y tira del sentimiento dual hacia el exclusivismo español; y saca a relucir el Frente Popular como emulación de aquél desgraciado vídeo del doberman que fue el principio del fin del felipismo. El PSOE, que en unas cosas actúa al dictado, al alimón, de común acuerdo o en la misma línea que el PP, en otras acentúa el catastrofismo de sus críticas para hacer visible una diferencia cada vez menos perceptible; y va tan lejos, que puede apoyar a la vez un gobierno con independentistas en Catalunya (Carod es el Conseller en Cap de ese gobierno, no un simple socio minoritario), la enloquecida estrategia del PP contra el PNV-EA-EB/IU, gobernar con IU en muchos Ayuntamientos, y postular las más variopintas alianzas para desplazar al PP de cuantos lugares sea posible incluidas las concertadas en la calle a propósito ya de cualquier cosa.

Mientras tanto, el conjunto de los nacionalismos, un poco extasiados por la fronda vasca, creen que la agudización de las contradicciones les beneficia, cuando lo bien cierto es que sólo en un clima de paz, de diálogo y de interlocución política es posible llevar hacia delante el embarullado escenario que forman la identidad constitucional de España y la lealtad de sus naciones con el todo.

Mucho me temo que la política española está pidiendo ya una Elkarri de ámbito estatal para evitar estos innecesarios excesos de consecuencias no previsibles a que se entregan con fervor estos entes presos del infantilismo político más atroz. Y hoy, por cierto, es un buen día para recordárselo.

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