Editorial:

Un nuevo capítulo

Tras tres años de desencuentros, roces e incidentes graves como el de la isla de Perejil, el viaje ayer y hoy de Aznar a Marruecos, acompañado por la plana mayor del Gobierno, cierra un periodo de crisis y tensión bilateral y abre un nuevo capítulo en las relaciones entre los dos países. Pese a sus diferencias y recelos, que no desaparecerán como por ensalmo, España y Marruecos comparten problemas de primer orden que sólo se pueden resolver en común, como el control de las migraciones ilegales o la lucha contra el terrorismo islámico.

Esta reunión de alto nivel había sido suspendida o a...

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Tras tres años de desencuentros, roces e incidentes graves como el de la isla de Perejil, el viaje ayer y hoy de Aznar a Marruecos, acompañado por la plana mayor del Gobierno, cierra un periodo de crisis y tensión bilateral y abre un nuevo capítulo en las relaciones entre los dos países. Pese a sus diferencias y recelos, que no desaparecerán como por ensalmo, España y Marruecos comparten problemas de primer orden que sólo se pueden resolver en común, como el control de las migraciones ilegales o la lucha contra el terrorismo islámico.

Esta reunión de alto nivel había sido suspendida o aplazada en demasiadas ocasiones. Pero ayer, en Marraquech, finalmente se consiguió escenificar un reencuentro que hoy debe tener su punto culminante cuando el rey Mohamed VI reciba a Aznar. Éste llevaba en la cartera una exigencia y un presente. La exigencia es de un mayor compromiso del país magrebí en la lucha contra la inmigración clandestina que alcanza las costas de Andalucía y Canarias. Marruecos, un país muy celoso de sus derechos de soberanía, ha autorizado a guardias civiles a poner el pie en sus playas, acompañados, eso sí, en patrullas conjuntas por funcionarios locales. Está por ver si este acuerdo se aplicará y, si se aplica, su dimensión y su eficacia. El presente es un paquete de ayuda financiera de unos 400 millones de euros por tres años.

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Esta visita se produce después de que Colin Powell haya amonestado a los dirigentes tunecinos y marroquíes por sus fallos en materias de libertades y derechos humanos. En Marruecos hay periodistas encarcelados por haber ejercido su misión de informar y opinar. Amnistía Internacional y la ONU señalan que se ha producido en los dos últimos años un incremento de las detenciones no judiciales y de las torturas en comisarías y prisiones. De estos excesos son víctimas preferentes los militantes islamistas y los independentistas saharauis. Aznar ha querido evitar públicamente este asunto de los derechos humanos, pero debería incluirlo en la agenda. Para poder erradicar algún día fenómenos como las pateras no es suficiente el recurso a los métodos policiales. Se precisa un compromiso español con el desarrollo de Marruecos. Y no sólo con el económico, sino también con el político, con la instauración al sur de Gibraltar de un verdadero Estado de derecho que evite la tentación antiespañola para tapar problemas internos.

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