Columna

Sevilla y los Machado

Entre las innumerables deudas que Sevilla tiene para con sus poetas, la que se refiere al autor de Campos de Castilla es sin duda la más sangrante de todas. Desde comienzos de los 80 existe a trancas y barrancas una "Fundación Machado", que en realidad debería llamarse "Fundación Demófilo", porque es a la figura del padre a la que debe su teórica misión, la cultura popular andaluza. (Con ese objetivo nació, y bien que lo sé porque yo mismo redacté sus primeros estatutos, aunque una jugada política de la peor estofa me forzó a abandonar el proyecto. Otro día que esté de humor les contaré...

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Entre las innumerables deudas que Sevilla tiene para con sus poetas, la que se refiere al autor de Campos de Castilla es sin duda la más sangrante de todas. Desde comienzos de los 80 existe a trancas y barrancas una "Fundación Machado", que en realidad debería llamarse "Fundación Demófilo", porque es a la figura del padre a la que debe su teórica misión, la cultura popular andaluza. (Con ese objetivo nació, y bien que lo sé porque yo mismo redacté sus primeros estatutos, aunque una jugada política de la peor estofa me forzó a abandonar el proyecto. Otro día que esté de humor les contaré los entresijos de esta historieta). En su seno no están ni los poetas, ni la mayoría de los estudiosos machadianos ni de los etnógrafos y antropólogos andaluces. Y si lo refiero hoy es por que se vea con la claridad del ejemplo hasta qué punto los postulados de esta ciudad cainita dificultan el desarrollo de sus propósitos más nobles.

El hecho es que, todavía hoy, carecemos de algo que pueda abordar mínimamente la ingente tarea de estudiar, proteger y difundir el legado, no ya sólo de los dos hermanos, sino de toda una saga familiar y una estirpe intelectual como no ha habido otra en Sevilla. Me refiero, además de Antonio y Manuel, al padre, Antonio Machado y Álvarez, primer folclorista y flamencólogo; al abuelo, Antonio Machado y Núñez, catedrático, gran teórico de la singularidad andaluza, alcalde interino y gobernador civil, borrado de las piedras públicas con la ignominiosa Restauración, por librepensador, republicano y anticlerical -o sea, como Dios manda-. A doña Cipriana Alvarez de Machado, abuela de Antonio, posiblemente la primera recopiladora fiable de cuentos populares. Al tío abuelo Agustín Durán, artífice de un excelente Romancero General, donde aprendieron a leer, y a escuchar, los dos poetas, como nos ha revelado Pineda Novo en su imprescindible biografía de Demófilo. (De allí, sin duda, la pasión machadiana por la cultura popular). Al abuelo materno, José Álvarez Guerra, filósofo rural de Zafra, luchador contra Napoleón. A los otros dos hermanos de Antonio: José, el pintor, y Francisco, poeta también, casi desconocido como tal.

Pero el entorno intelectual de los Machado es, si cabe, todavía más importante. Pues en ese mismo clima, el del kraussismo y el positivismo en el que se cocieron la ideas del 98 y de la Institución Libre de Enseñanza, se movieron la mayoría de los colaboradores y continuadores del padre de los Machado, algunos de ellos asiduos visitantes del domicilio familiar en el Palacio de las Dueñas. (Por cierto, ¿no debería hacer algo significativo la casa de Alba?) La nómina es impresionante: Federico de Castro, Alejandro y Joaquín Guichot, Luis Montoto, Juan Antonio de Torres y Salvador, Manuel Díaz Martín, Sergio Hernández de Soto, Rodríguez Marín, Cansinos-Assens...

¿Podrá alguna vez Sevilla saldar esa deuda? Me atrevo a creer que ya es demasiado grande y que estamos condenados a no poder. Lo que acaba de ocurrirnos con los manuscritos es todo un símbolo de esa impotencia, casi maleficio. Y la adquisición por Unicaja, una entidad con sede principal en Málaga, una lección magistral.

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