LA CRÓNICA

La huelga de los maquinistas

Dos sindicatos minoritarios de Ferrocarrils de la Generalitat han decidido parar el Metro durante unas horas al día entre el 19 y el 25 de los corrientes. Se trata del SIF y del SF, que tienen, respectivamente, seis y un solo miembro en el Comité de Empresa, frente a los ocho de UGT y otros tantos de CC OO, que no se han adherido a la movilización. Vaya por delante anotar que su condición de minoritarios no merma un ápice la razón o razones que puedan asistirles. Subrayamos el detalle para resaltar la fuerza desproporcionada de estos colectivos en relación con sus censos. Algo que se comprende...

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Dos sindicatos minoritarios de Ferrocarrils de la Generalitat han decidido parar el Metro durante unas horas al día entre el 19 y el 25 de los corrientes. Se trata del SIF y del SF, que tienen, respectivamente, seis y un solo miembro en el Comité de Empresa, frente a los ocho de UGT y otros tantos de CC OO, que no se han adherido a la movilización. Vaya por delante anotar que su condición de minoritarios no merma un ápice la razón o razones que puedan asistirles. Subrayamos el detalle para resaltar la fuerza desproporcionada de estos colectivos en relación con sus censos. Algo que se comprende si añadimos que las mentadas siglas convocantes son de carácter sectorial y agrupan la mitad de los maquinistas. Sin ellos el tren no se mueve.

¿Y qué reivindican estos poderosos señores cuando la negociación en perspectiva es el próximo convenio colectivo y la valoración de los puestos de trabajo que definirá el perfil profesional -y retributivo- de los mismos? Pues piden más pasta, al desahogado decir de uno de ellos. La valoración de los demás les tiene sin cuidado y también la oportunidad del conflicto, que en todo caso, con mayor o menor incidencia, se traduce en incomodidades para los usuarios. Por no hablar de la trivialización que hacen del derecho de huelga, que siempre debiera ser un recurso último y administrado con suma prudencia porque, a fin de cuentas, el más damnificado empieza por ser el más inocente: el viajero.

Pero a los maquinistas del Metro parece que estos aspectos no les conmueven. Se han echado al monte como en otras ocasiones, confiados en la probada -que no infinita- paciencia de la ciudadanía y la reiterada predisposición de los gestores ferroviarios a ceder y paliar la confrontación. Después de todo, es dinero público. Basta hacer un paripé de resistencia y hallar una fórmula airosa para allanarse a las demandas, pertinentes unas veces, no tanto otras. Suponemos que SIF y SF no hacen más que reproducir el trámite, persuadidos de que se alzarán con el santo y la peana. ¿Quién ha de toserles a los maquinistas de la Generalitat, auténticos aristócratas del plantel laboral ferroviario?

Nos tememos, sin embargo, que en este trance concreto van a tropezar con dificultades inesperadas. Por lo pronto, los portavoces de la huelga no están encontrando interlocutores para argüir sus peticiones. La gerencia de la empresa no se ha dado por aludida y, que sepamos, no se ha sentado a negociar. No es el momento oportuno, ha venido a decir, y las grandes centrales sindicales ni están involucradas, ni cohonestarían una solución que, contentando a unos pocos, deja al margen a la mayoría de los trabajadores, los de mantenimiento, estaciones y etcétera. En otras palabras: será muy arduo para los huelguistas sacarle partido a este plante, pues la otra parte contratante no quiere, ni puede ceder.

En modo alguno celebramos que los maquinistas en paro intermitente se hayan equivocado al plantear estas exigencias salariales y en estas circunstancias tan poco propicias para sus intereses. No es bueno para nadie que los sindicatos, grandes o pequeños, emprendan cruzadas imposibles o torpes, y tanto más si se tiñen de insolidaridad y codicia, por no aludir al incordio para terceros. Pero eso es algo que habrían de haber pensado previamente los líderes de los repetidos sindicatos menores y selectivos, que a no tardar habrán de explicar a sus representados qué beneficios han obtenido. Por lo que se deduce, nadie les escucha y, quizá por vez primera, han perdido la batalla mediática, tan atinadamente desplegada por las fuerzas sindicales en otras huelgas precedentes.

Ignoramos si esta experiencia servirá para moderar el uso de un derecho que, en lo que al Metro de Valencia concierne, se ha prodigado demasiado estos últimos años. Y ya no nos referimos a los costes económicos de los sucesivos conflictos, que algo y aún mucho nos conciernen en tanto que contribuyentes, sino a los trastornos que se le causan al vecindario. Pero, claro, ¿cómo van a ser tomados en consideración los clientes de este transporte público si los maquinistas se desentienden de sus mismos compañeros en el tajo? No porque su función sea decisiva han de ser opresivos.

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