Reportaje:VIAJE DE AUTOR

Misterioso silencio en los paisajes de Pla

Una ruta por el Bajo Ampurdán siguiendo al autor de 'El cuaderno gris'

Volvíamos de caminar entre senderos por un pequeño altozano que cubre el norte de la villa de Palafrugell, en el Bajo Ampurdán, cuando una nube muy densa oscureció los campos y trajo la última tormenta del verano. Una lluvia de gotas pesadas y lentas con un olor como de incendio recién apagado y un aroma ligeramente ferruginoso que era el mismo olor del final de las vacaciones infantiles cuando había que recoger la ropa a toda prisa y guardar las hamacas en el garaje. Entonces la lluvia -esa lluvia repentina e incomprensible para los niños- marcaba una especie de frontera, era un aviso. Llegab...

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Volvíamos de caminar entre senderos por un pequeño altozano que cubre el norte de la villa de Palafrugell, en el Bajo Ampurdán, cuando una nube muy densa oscureció los campos y trajo la última tormenta del verano. Una lluvia de gotas pesadas y lentas con un olor como de incendio recién apagado y un aroma ligeramente ferruginoso que era el mismo olor del final de las vacaciones infantiles cuando había que recoger la ropa a toda prisa y guardar las hamacas en el garaje. Entonces la lluvia -esa lluvia repentina e incomprensible para los niños- marcaba una especie de frontera, era un aviso. Llegaba septiembre y se acababa el tiempo salvaje y las tardes largas llenas de premoniciones. Siempre que me sorprende una tormenta en mitad de un paseo por el campo, tengo la impresión de encontrarme al final de una tregua. No es una sensación tranquilizadora, pero con los años he conseguido que al menos sea algo más redimible.

El objetivo del viaje, más que recorrer la ruta de Pla, consistía en situarnos en el ángulo exacto desde donde poder repetir su mirada. Para ello no sólo parecía necesario asentarse en el mismo paisaje que describió magistralmente en El cuaderno gris, sino en adoptar su punto de vista.

Iniciamos el periplo en Palafrugell. En la casa donde nació, hoy se encuentra la Fundació Josep Pla, en el número 49 del Carrer Nou, que antiguamente se llamaba del Progres e iba desde la calle de la Caritat hasta la vía del tren de Palamós: "Una calle muy triste y larga, derecha como una vela". Los primeros recuerdos del escritor sobre su ciudad natal son apenas pequeñas impresiones, fogonazos que forman parte del aura de la niñez: el color rosado de la helada sobre las hojas del brécol, las baldosas glaciales de la casa "que producían el mismo efecto que poner los pies sobre una barra de hielo", una luz vaporosa como de almendra tostada en el horizonte, las campanas de San Martín, el olor un poco acre a corcho quemado que siempre flotaba en el aire. La manufactura de tapones de corcho se introdujo en la villa a finales del siglo XVIII y todavía hoy es una de las principales industrias. En el casco antiguo, las calles se estrechan con un trazado sinuoso, denominado Dins la Vila, al que se accede por la Plaza Nova, donde se encuentran los dos casinos, que siempre han sido los núcleos de la política del Ampurdán. Una de las cosas más deliciosas de los escritos de Pla es su descripción de las tertulias en el Centro Fraternal o en la taberna de Gervasi, donde se cultivaba una ironía finísima. "Los banqueros son unos señores que os dejan el paraguas cuando hace sol", decía Tomás Gallart en el café. "Si llueve, ya es un poco más difícil...".

Ocho días de furia

Pero esta villa apacible también tiene sus momentos de furia cuando arrecia la tramontana impetuosa, que a veces llega a durar ocho días. Decía Pla que después la ciudad se quedaba en un estado tal de fatiga y de palidez como si hubiera salido de una convalecencia. Pero aunque el viento todavía hoy deja sentir el mismo aullido terrible de hace siglos, hay otros sonidos que eran habituales hace no tanto tiempo y que, sin embargo, ya sólo se pueden recuperar a través de la lectura: el golpear de los martillos en el yunque de un herrero, el chirrido de la polea de un aljibe, la garlopa de un carpintero... Palafrugell era antiguamente un pueblo muy pequeño, amurallado y escondido del mar, como otras muchas poblaciones medievales de la costa, para protegerse de los piratas. Cuando empezó a crecer y llegó la verdadera piratería del urbanismo con su obsesión por compartimentar el espacio en cuadrículas uniformes, el pueblo se fue descortezando como una granada madura. Cuenta Pla que una de las torres que quedaban de la antigua muralla, la del sureste, la tiraron abajo para hacer más recta una calle. Aunque el corazón urbano se encuentra en el interior, Palafrugell cuenta con tres barrios marineros en las bahías de Tamariu, Llafranc y Calella.

Tamariu es una pequeña cala rodeada de pinos y tamarindos que después de la lluvia destilan un perfume suave de una densidad algo dulzona. Antiguamente apenas había allí unas cuantas barracas de pescadores con las paredes blancas, y alguna taberna. Aunque hoy está mucho más poblado, el espesor de las pinadas oculta el exceso de edificaciones y mantiene, en cierta medida, su carácter. Muy cerca se encuentra la cala de Aiguablava, a la que se puede llegar paseando por la orilla del mar salvando unos islotes rocosos cuajados de erizos. Por encima de esta cala se halla el parador de turismo, una construcción blanca y estilizada de los años sesenta levantada sobre la peña de la punta d'Es Mut, y la cala de Aigua-xellida, que para Josep Pla constituía el paradigma del aislamiento del mundo. Allí fue a recalar cuando decidió retirarse de la escena pública al término de la Guerra Civil española, convertido ya en un fatalista consumado.

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Llafranc se halla en una pequeña bahía cerrada al norte por el cabo de Sant Sebastià, que está coronado por un faro y una ermita. Por aquellos roquedales del faro andaba una niña de 12 años, fresca y morena, medio salvaje, con brasas en los ojos, que tenía encandilado al escritor.

Parece que en el Llafranc hubo un poblamiento romano; sin embargo, el pueblo actual corresponde al centro de veraneo que se formó en el siglo XIX y todavía quedan algunos chalets modernistas característicos de esta época. Desde el paseo hay una escalinata que va a dar a un camino de ronda sobre los cantiles costeros que une Llafranc y Calella.

Calella era el barrio marinero: casas blancas, muy limpias, y redes puestas a secar en las calles porticadas frente a la playa. En tiempos de Pla, la vida debió de ser aquí crepuscular, con una languidez lejana, vagamente colonial. Los indianos trajeron un tipo de canción criolla que cuajó perfectamente en aquel ambiente marinero. Las habaneras se cantaban en las tabernas con mucha melancolía, y poco a poco sus letras fueron adaptadas al catalán. A Pla le gustaba ir a tumbarse a la sombra del vientre de las barcas. "La sombra es tan fresca", escribió, "que enseguida os invade un sopor somático...". Lo imagino así, con el párpado caído a ras del agua, la raya del horizonte mordisqueada por vellones de espuma, la sombra del Cap Roig flotando roja y suntuosa sobre el mar; el cabo de Planes al otro lado, de un color vinagre; la arena picoteada de azafrán...

Color de espiga

Durante el camino de vuelta, sobre las montañas de las Torretes que cubren por el norte la villa de Palafrugell, el aire se esponja en una concavidad purísima. A un lado de la carretera se levanta el Mas Pla, entre las tierras de cultivo. Lejos quedan los atascos, las playas ardiendo donde no cabe un alma, los chiringuitos de helados y refrescos, los altavoces, el cafarnaum mordiente del verano. La lluvia del final de las vacaciones ha dejado sobre los campos un brillo que le da a los ocres y amarillos de la campiña un color de espiga vieja que también es el color del c

ansancio. Pla era básicamente un payés cansado. Sus reflexiones suscitan una dilatada dejadez, una sentimentalidad fatigada de corte proustiano, aunque más rústica, más pegada a la tierra.

Mientras nos acercamos al cementerio de Llofriu, oímos cuatro campanadas sobre el silencio veraniego de las eras que es un silencio limpísimo, horizontal, sobrevolado únicamente por los vencejos. El viaje acaba aquí, al pie de la lápida de mármol donde yace el escritor junto a siete cipreses y dos azaleas blancas y rosas. "El silencio siempre sorprende", escribió. "Es una cosa insólita, que tiene una punta de misterio".

- Susana Fortes ha sido finalista del Premio Planeta 2003 con la novela El amante albanés.

GUÍA PRÁCTICA

Información

- Turismo de Palafrugell (972 30 02 28 y www.palafrugell.net).

- Entre Semana Santa y principios de octubre también funcionan oficinas de información en Llafranc (972 30 50 08) y Calella (972 61 44 75).

- Fundación Josep Pla (972 30 55 77). Nou, 49-51. Palafrugell. Situada en la casa natal de Pla y el edificio contiguo, dispone de una biblioteca y un centro de documentación y de dos zonas de exposiciones: una permanente (sobre la trayectoria del escritor) y otra temporal (hasta finales de febrero, una muestra dedicada al libro Las horas). Precio de entrada: 2 euros.

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