Crítica:

Nido de destrucción

Esta novela de Lobo Antunes está fechada en el año 1985. La que, en mi opinión, es su más poderosa novela, Esplendor de Portugal, tiene fecha de 1997. Hay entre ambas, además de 12 años de diferencia, una relación central: las dos relatan la disolución de una familia. La que nos ocupa se sitúa un año y medio después de la revolución de los claveles. La segunda sucede durante la pérdida de Angola; antes, por tanto, del golpe de Estado que derribó a Caetano. Ambas, tal y como contempla el mundo Lobo Antunes, traen al presente la realidad del pasado a través del testimonio personal ...

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Esta novela de Lobo Antunes está fechada en el año 1985. La que, en mi opinión, es su más poderosa novela, Esplendor de Portugal, tiene fecha de 1997. Hay entre ambas, además de 12 años de diferencia, una relación central: las dos relatan la disolución de una familia. La que nos ocupa se sitúa un año y medio después de la revolución de los claveles. La segunda sucede durante la pérdida de Angola; antes, por tanto, del golpe de Estado que derribó a Caetano. Ambas, tal y como contempla el mundo Lobo Antunes, traen al presente la realidad del pasado a través del testimonio personal de sus protagonistas. La principal diferencia entre ambas estriba en que, mientras Esplendor incardina la Historia en las vidas de los personajes, Auto de los condenados, una vez que despeja la incógnita del momento histórico en que sucede, lo deja como mero telón de fondo del drama familiar.

AUTO DE LOS CONDENADOS

António Lobo Antunes

Traducción de Mario Merlino

Siruela. Madrid, 2003

280 páginas. 23,50 euros

La relación entre ambas novelas me parece apasionante. En primer lugar, por lo que se refiere al estilo. El Auto es la narración brutal, de una dureza extrema, de la capacidad de una familia para ser el centro de relación autodestructiva de unos seres unidos por los lazos de la sangre y la costumbre que no conciben el mundo sino como un lugar de odio cerrado en el que el incesto y la violencia ocupan real y simbólicamente el cauce de su existencia. Para ello utiliza una estética muy expresionista, de clara exageración verbal, que se desenvuelve entre lo grotesco y lo monstruoso y que parece conllevar una condena sin matices, como si Lobo escribiera a su vez furioso y asqueado de la podredumbre que supura.

El modo de escritura es el de lograr el efecto de que todo (esposa, amante, hijos, padres, familia, trabajo, enfermedad) atrapa a los personajes y los instala en un conjunto vital aplastante donde los más fuertes no tienen otro recurso que la violencia y la ira para desahogarse periódicamente y los demás soportan como animales sus envites. Incluso las imágenes son excesivas, casi rebuscadas: "Los automóviles pastaban sus propias sombras con los dientes de las rejillas"; también las escenas como aquélla realmente terrible en la que Ana compara a su marido con el novillo muerto en mitad del campo y ambos cuerpos, el de su marido y el del novillo putrefacto, se superponen en su imaginación; o, en un plano ya bufo, la escena de la recogida de Francisco de la casa custodiada por la vieja criada y el descenso en el ascensor. Esta escritura es mucho más excedida y mucho más evidente, por lo mismo, que la que llegará con Esplendor, pero nos permite comprobar la admirable evolución de la misma hacia ese punto de fusión entre conciencia y sugerencia (que corre paralelo al de Historia y vivencia personal antes mencionado) que en Esplendor alcanza ese extraordinario grado de ambigüedad y claridad a la vez y exigencia al lector que ilumina y alimenta la narración de principio a fin.

Auto es un relato de destrucción

que se devora a sí mismo en cada uno de sus personajes y en la relación de todos ellos. Su territorio es el de la brutalidad y la violencia de unos lazos de familia que ahogan toda vida. El de Esplendor, que viene a contar lo mismo, se centra más en la construcción de la ruindad y el rencor que en la exhibición de la furia, contenida o desatada; cuenta además de dentro a fuera y de fuera a dentro con un último velo de compasión que en absoluto empaña la crudeza y por eso es más conmovedor y más abierto y es capaz de dejar espacio para allegar toda una imagen de Portugal consigo. El Auto se representa en unos límites de tiempo y espacio que conforman un escenario en cierto modo intemporal, de drama rural bajo el cielo implacable de una realidad que no necesita ser contada porque emana de sí misma, de su propio aislamiento. La imagen que sirve de referente es la de unos desgraciados que tratan de huir a España con las pocas pertenencias con las que pueden arramblar y que no son más que la expresión de su miseria material y moral porque para ellos la revolución de los claveles es el enemigo, los rojos, los resentidos que vienen a buscarlos para degollarlos.

Pero esa revolución queda en cierto modo fuera de su drama, lo acoge como telón de fondo y hay en ello una justificación estructural bien eficiente: es el último engaño para justificar una destrucción que, con o sin claveles, ya se ha producido en sus almas y en sus cuerpos. La intención de huir a España es, así, tan patética como originadora de crueldad. La disgregación final de todas esas excrecencias en que se ha convertido esta monstruosa familia es la misma que la de las voces que construyen la novela con contundencia. Me atrevería a decir que, por su accesibilidad, ya que resulta más primaria y menos matizada que su hermana mayor, ésta es una novela perfecta para entrar en contacto con el mundo de Lobo Antunes. Está, digamos que en bruto, el mundo y el lenguaje que desarrollará hasta la perfección en sus últimas novelas.

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