Reportaje:

El último de la Lincoln

Milton Wolff, de la Brigada Linclon, regresa al lugar donde fue retratado por Capa

El estadounidense Milton Wolff fue el último comandante de la Brigada Lincoln que luchó por la República Española, antes de que Negrín, en 1938, ordenara la repatriación de todos los ciudadanos extranjeros que participaban en la guerra, decisión de la que se cumplen ahora 65 años. Wolff, que regresó el pasado fin de semana, por primera vez desde el conflicto civil, al lugar exacto de Cataluña en el que fue inmortalizado por Robert Capa, en la comarca del Priorat, recuerda la mezcla de desesperación y tristeza con la que él y sus compañeros abandonaron tierras españolas "con la convicción que a...

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El estadounidense Milton Wolff fue el último comandante de la Brigada Lincoln que luchó por la República Española, antes de que Negrín, en 1938, ordenara la repatriación de todos los ciudadanos extranjeros que participaban en la guerra, decisión de la que se cumplen ahora 65 años. Wolff, que regresó el pasado fin de semana, por primera vez desde el conflicto civil, al lugar exacto de Cataluña en el que fue inmortalizado por Robert Capa, en la comarca del Priorat, recuerda la mezcla de desesperación y tristeza con la que él y sus compañeros abandonaron tierras españolas "con la convicción que aún perduraba de que se iba a ganar la guerra" y cómo no, "no se puede negar", con algo de alivio por alejarse de las balas.

"Franco está muerto, ¿cómo es posible que permitan a su Gobierno dar apoyo al mío en Irak?"
"Nos llamaron antifascistas prematuros, pero no caímos del cielo, estábamos concienciados"

Wolff, un hombre de 88 años, alto, desgarbado y risueño, tiene mucho interés en explicar sus antecedentes, los suyos y los de los hombres que, como él, llegaron desde 54 países a luchar por la República. "Nos llamaron antifascistas prematuros", explica, "pero no caímos del cielo, estábamos concienciados". Él militaba en la Liga de Jóvenes Comunistas de Brooklyn (Nueva York) y había participado activamente en la lucha para dotar de viviendas a todos los vecinos víctimas de la Gran Depresión, para la integración racial en las ligas de béisbol y para que los veteranos de la I Guerra Mundial obtuvieran las prerrogativas que les había prometido el Gobierno. "Entonces llegó alguien de otra sección que pidió dinero para ayudar a los republicanos españoles. Luego solicitaron voluntarios, pues nosotros estábamos en la vanguardia de la lucha contra el nazismo y el fascismo", comenta el brigadista, que añade que la decisión de viajar a España le llevó un tiempo: "Lo hice engañando a mi madre. Le dije que iba a trabajar a una fábrica sustituyendo a un obrero que iba al frente".

Llegó a Brunete (Madrid), donde sus compañeros, sin adiestramiento, iban provistos "de cinco balas y un fusil". Wolff recuerda, con lenguaje políticamente correcto, a los 80 afroamericanos que lucharon con los republicanos. "Pretendían luchar en Etiopía, pero no pudo ser, así que España resultó ser mejor que nada". Cansado, rememora a los compañeros caídos, cuyos nombres repite: "Harry Melot, Erin Arien, David Guest, Ralph Fox. Fue la desgracia de la guerra, eran hombres que nunca se hubieran imaginado blandiendo un fusil, eran músicos, pintores, escritores... se perdió mucho capital intelectual". Con la Brigada Lincoln estuvo en todas las batallas, "en Jarama, Brunete, Belchite, tomando una colina, perdiendo una colina, volviéndola a tomar, comprándola, alquilándola...", bromea, a vueltas con la misma colina. Comenzó haciendo trabajos de sanitario, pero las bajas en su bando le obligaron a ponerse a los mandos de una ametralladora. "Comenzamos llevándola ocho, al final éramos dos. Cuando regresé del frente, ya estaba sordo. Las pistolas, siempre las pistolas...": ése es su recuerdo más vívido del frente. Y el calor de aquel verano del 38. Y el haber conocido a Hemingway, quien solicitó a Capa una foto posando con Milton, una fotografía que acabaría publicándose en el único diario que leía la madre del brigadista, la cual se enteró de este modo de que su hijo no estaba precisamente en una fábrica. "Cuando regresamos se celebró un desfile en Union Square y ella estuvo orgullosa de mí".

La población de Marçà, a la que Wolff ha regresado, conmemora estos días la marcha de los brigadistas con la presentación de 200 contactos inéditos del fotógrafo. "Nos hicimos muy amigos, los dos teníamos raíces húngaras". El comandante de la Lincoln explica que la vuelta no fue fácil para los brigadistas. A la tristeza por la pérdida de la guerra se sumó la marginación a la que se veían sometidos por haber luchado en el bando antifascista: "Nos requisaron los pasaportes, la prensa nos equiparó a terroristas, soportamos una oleada de propaganda profranquista y era muy difícil encontrar trabajo". Wolff, una vez en casa, contrajo matrimonio y fue reclutado por los servicios especiales británicos para combatir en la II Guerra Mundial. Considera que el periodo más complicado para mantener su identidad antifascista fue la guerra fría. "Nunca me oculté de ser un veterano de la Guerra Civil, otros lo tuvieron que vivir en la clandestinidad", asegura. A modo de resumen, se muestra satisfecho: "Agradecimos mucho a los españoles que nos permitieran ir a luchar con ellos contra el fascismo". Todavía batallador, prosigue: "Franco está muerto, los españoles son libres, ¿cómo es posible que permitan a su Gobierno dar apoyo al de mi país en Irak?".

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Wolff se despide otra vez de España. Con pícara coquetería solicita dos besos a las mujeres que le saludan, los agradece llevándose la mano al corazón. Por fin se muestra irónico: "Si vuelven a tener problemas, no duden en llamarme", y finaliza la entrevista con un vigoros y antológico "¡salud!".

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