Columna

Maragall

Superados los tiempos en que el vuelo de una mariposa en la Plaça de Sant Jaume de Barcelona daba lugar a una tormenta mediático-política en València, y reconducida CiU de la intervención (por acción y omisión a la vez) en los asuntos culturales de los valencianos a la colaboración respetuosa, toca el turno ahora a esos altres catalans que hasta hoy no sabíamos si habían aprendido la lección de las amarguras sufridas por una buena parte de las esperanzas nacionales y valencianistas de no pocos valencianos a manos de sus mariposas, sustituir a los que se han replegado hacia la prudencia....

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Superados los tiempos en que el vuelo de una mariposa en la Plaça de Sant Jaume de Barcelona daba lugar a una tormenta mediático-política en València, y reconducida CiU de la intervención (por acción y omisión a la vez) en los asuntos culturales de los valencianos a la colaboración respetuosa, toca el turno ahora a esos altres catalans que hasta hoy no sabíamos si habían aprendido la lección de las amarguras sufridas por una buena parte de las esperanzas nacionales y valencianistas de no pocos valencianos a manos de sus mariposas, sustituir a los que se han replegado hacia la prudencia.

Durante muchos años las buenas intenciones del nacionalismo catalán para intervenir en el redreçament de este pueblo hermano sirvieron más para alimentar al monstruo autoritario, españolista y a la postre no democrático, ávido de alguna causa atrayente que ocultase sus compromisos pasados con la Dictadura y su práctica uniformizadora, que para dar fuerza y entidad a partidos homónimos aquí con los que converger en lo que parecía una apuesta por la patria común.

Algunos críticos, no obstante, (y nunca me gustó que otros se apropiasen de lo que en principio fue y en buena parte una reflexión de pocos, entre los que me cuento) dijimos muy tempranamente que la ayuda procedente de la política nacionalista catalana era inoportuna y favorecía la desmoralización, contradecía sus intenciones nominales y, a la postre, parecía dirigida a mantener al nacionalismo de aquí en la postración y la impopularidad; y que ello servía a la estrategia de evitar competidores en el Estado capaces de ejercer en Madrid el chantaje (en el sentido técnico que debe darse a hacer valer unos escaños cuando le faltaban al PSOE o al PP para gobernar sin sobresaltos España), al parecer, de propiedad intransferible de los convergentes.

Después, las cosas cambiaron, y en el primer periodo del Gobierno de Aznar en Madrid, y en el segundo del de Zaplana en Valencia, CiU ayudó generosamente a arreglar el asunto del valenciano (la creación de la AVL), y ahí están las hemerotecas y la memoria reciente para corroborar que su intervención ya no tenía nada que ver con apoyar el radicalismo catalanista de aquí de otros tiempos con los efectos de derrota y postración política para el valencianismo progresista.

Que ahora haya tomado el testigo de aquella política nefasta el candidato del PSC, y que le acompañe lo que queda del izquierdismo remanente, es decir IC-EU, no es más que la demostración palpable de que en Catalunya, excepto los amigos de verdad, que yo creo que son muchos, la tentación política de tenernos como moneda de cambio, como lugar donde destilar o bien la mala conciencia o bien el discurso cínico, siempre tienen clientes. Con tal de arañar unos pocos votos en unas comarcas limítrofes al Ebre, Maragall proclama solemnemente que por él ni una gota de agua para los valencianos, porque la malgastamos.

Eso, don Pascual, si se piensa no se dice, porque aunque le importen un bledo los agricultores de aquí y los valencianos en general, por lo menos debió pensar que hablando así estaba hundiendo un poco más a su correligionario Pla y dando argumentos impolutos no al anticatalanismo de siempre sino a un buen número de valencianos que no le perdonaremos que el precio de un puñado de votos sea despreciar la esperanza que para el conjunto del pueblo valenciano es recibir parte del caudal sobrante del Ebre.

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