Columna

Carrera, un reencuentro

Las esculturas que exhibe la galería Windsor de Bilbao forman algo más que una exposición al uso. Se trata de una sorprendente celebración: el reencuentro con el escultor Ramón Carrera (Madrid, 1935). Alejado del mundo del arte durante unos cuantos años por enfermedad, esta exposición reúne obras realizadas entre 1970 y 1980.

Estamos ante una potente y sutilísima muestra. Por el ámbito windsoriano puede verse un amplio repertorio de búsquedas. Hay piezas surgidas de desechos o sobrantes utensilios rurales (las menos) y otras de sobrantes o desechos industriales (las más). En ambo...

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Las esculturas que exhibe la galería Windsor de Bilbao forman algo más que una exposición al uso. Se trata de una sorprendente celebración: el reencuentro con el escultor Ramón Carrera (Madrid, 1935). Alejado del mundo del arte durante unos cuantos años por enfermedad, esta exposición reúne obras realizadas entre 1970 y 1980.

Estamos ante una potente y sutilísima muestra. Por el ámbito windsoriano puede verse un amplio repertorio de búsquedas. Hay piezas surgidas de desechos o sobrantes utensilios rurales (las menos) y otras de sobrantes o desechos industriales (las más). En ambos casos se percibe la voluntad de elevar a categoría de arte lo que en origen no lo era. A otras esculturas las mueve una intención de contrastada dualidad. Así, un cubo o un paralelepípedo, una esfera, un trapecio irregular, por ejemplo, se ven atravesados por una convulsiva y rompedora grieta. En el interior de esa grieta el artista ha provocado una rugosa oxidación orgánica, que contrasta con el férreo e inalterado geometrismo exterior. Cabe argüir que el caos y orden se ven conjuntados, como se puede aducir que existe un maridaje real entre formalismo e informalismo.

Éstas y otras piezas se comportan a primera vista como esculturas tal cuales son. Sin embargo, algunas pueden moverse, manipularse. Sobre uno o más ejes fijos, las esculturas giran hacia los lados mediante tres y hasta cuatro articulaciones. Al manipular las piezas el espectador está participando en la creación de nuevas formas escultóricas derivadas de ella. Las variantes espaciales de posición son múltiples.

Con ser espléndido el conjunto mostrado, destaca la escultura denominada Construcción móvil, un paralelepípedo en hierro forjado, compuesto por tres bloques que se desgajan en otras tantas articulaciones movibles, que poseen un sinfín de posiciones. Es una escultura ajena a la que pueda haber realizado artista alguno nacido en el País Vasco, al tiempo que no desmerecería si se pusiera al lado de las mejores piezas firmadas por los mismísimos Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. En este ejemplo comparativo podía entrar también la pequeña pieza de bronce articulable en forma esferoide ubicada en una vitrina de la galería.

Si se hubiera reducido el número de obras mostradas y de haber conseguido un mayor acierto en el montaje, la exposición luciría mucho más.

Carrera dijo hace muy poco a un amigo: "He visto una luz, me he metido a través de ella y me he curado". La más hermosa realidad ha dado pie a la más bella de las metáforas. Casi como en el arte. Y todos nos alegramos por ello. Bienvenido, Ramón Carrera, a la controvertida y apasionante república del arte.

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