Cartas al director

El horror, en directo

Acabo de regresar de unas vacaciones por Marruecos donde tuve oportunidad de comprobar que su gente está desesperada porque no hay futuro y el presente es un infierno.

Tan desesperados están nuestros hermanos-globales-marroquíes que prefieren meterse en una patera y morir ahogados en el estrecho de Gibraltar que morir de hambre y soledad en su tierra.

O meterse entre el chasis de un autobús europeo y probar suerte o quedar allí triturado entre hierros, tubos y engranajes.

En uno de los viajes interiores la policía local sacó a dos personas de las entrañas de nuestro propio...

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Acabo de regresar de unas vacaciones por Marruecos donde tuve oportunidad de comprobar que su gente está desesperada porque no hay futuro y el presente es un infierno.

Tan desesperados están nuestros hermanos-globales-marroquíes que prefieren meterse en una patera y morir ahogados en el estrecho de Gibraltar que morir de hambre y soledad en su tierra.

O meterse entre el chasis de un autobús europeo y probar suerte o quedar allí triturado entre hierros, tubos y engranajes.

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En uno de los viajes interiores la policía local sacó a dos personas de las entrañas de nuestro propio bus y una tercera consiguió quedarse allí, mimetizado como los camaleones, que tanto aman los bereber, y cruzar desde Tánger hasta Algeciras dentro del barco que nos traía de regreso.

Llevaba allí, junto con sus compañeros, varios días y más de 2.000 kilómetros.

Cuando ya habíamos pasado la aduana y salíamos del recinto portuario hacia su libertad, hacia su esperanza, lo pescaron en el último control.

Lo pescaron como a las focas de Groenlandia, por la espalda, a traición, con un largo hierro rematado con un garfio inhumano.

Lo arrancaron de entre tanta tripa metálica oxidada, hambriento, malherido, gris negruzco de tanto polvo, de tanta grasa, de tanto humo, de tanto estar allí confundido con la corrosión.

Nadie sabía, tampoco nosotros, que allí habitaba un ser humano. Y cuando lo tuvieron, agotado, flaco y con la mirada perdida, a punto de ser un héroe, su propio héroe, la emprendió la policía española a golpes contre él. Porrazos, puñetazos, patadas, empujones... Si eso le hicieron ante nuestras atónitas miradas, ante nuestros impotentes silbidos, qué le harían en la impunidad de un calabozo.

Si regresa vivo a su tierra seguro que lo vuelve a intentar hasta conseguir la libertad, sin pan no se puede ser libre, o la muerte.

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