Columna

La piel

Aunque pueda parecer herético (o justamente porque lo es) también sentí la misma perplejidad que consignaba ayer un estudiante de arquitectura en la sección de opinión del lector respecto al abandono de la ampliación del IVAM por parte del nuevo consejero de Educación y Cultura, una corrección estratégica que descartaba la piel de acero diseñada por los arquitectos Sejima y Nishizawa para su recubrimiento. Y no tanto por el envoltorio retórico elegido por Esteban González Pons para esta maniobra de distracción política (la demagógica prioridad de construir colegios en un país que superó...

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Aunque pueda parecer herético (o justamente porque lo es) también sentí la misma perplejidad que consignaba ayer un estudiante de arquitectura en la sección de opinión del lector respecto al abandono de la ampliación del IVAM por parte del nuevo consejero de Educación y Cultura, una corrección estratégica que descartaba la piel de acero diseñada por los arquitectos Sejima y Nishizawa para su recubrimiento. Y no tanto por el envoltorio retórico elegido por Esteban González Pons para esta maniobra de distracción política (la demagógica prioridad de construir colegios en un país que superó hace décadas el listón de indicadores que definen el tercermundismo), sino por la solemnidad con que se ha zampado esta zanahoria fosforescente lo más florido del carrevoltismo y otros endemismos especulativos locales, puesto que se trata de una decisión nunca explicitada con suficiencia y que, por supuesto, tiene gato encerrado. En el debate generado a propósito de esta ampliación siempre me pareció que concurrieron más motivos personalistas y afinidades feligresas que argumentos arquitectónicos. Lo mismo que ocurrió en los años ochenta, cuando Valencia se llenó de atractivas iniciativas (el jardín del Turia de Bofill, el Palau de la Música o la rehabilitación del Teatro Romano) que fueron rechazadas y ridiculizadas sin más considerando que el desprecio ideológico hacia el partido que las promovía. Hoy la izquierda, en su reflexiva deriva y en sus grumos, reproduce los repudios folclóricos que caracterizaron entonces a la derecha con una terrible simetría, mientras en esa espiral alguno de los atizadores más profesionales, como les ocurriera a aquéllos, confunden su deterioro biológico con el conflicto de Oriente Próximo. Por lo demás, siempre he sentido una gran curiosidad por saber dónde estuvieron estos acérrimos defensores del barrio del Carmen cuando los ayuntamientos socialistas destrozaron lo poco que quedaba de su fisonomía con sus pabellones penitenciarios y aplastaron su identidad. ¿Acaso haciendo surf sobre la sopa boba de la Administración?

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