Crítica:

Bajo el síndrome Pinochet

La detención en Londres del general Pinochet, su largo y complicado juicio de extradición y su regreso a Chile han dado lugar a numerosos trabajos, académicos unos, periodísticos otros, pero todos centrados en alguna arista del problema. Nunca un asunto jurídico, con indudables ribetes políticos, había acaparado tanto a la opinión pública mundial. En el momento del juicio, una gran unanimidad internacional apoyaba el pedido de extradición de la justicia española para que el odiado dictador Pinochet pagara sus culpas y fuera juzgado por sus delitos contra los derechos humanos por la Audiencia N...

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La detención en Londres del general Pinochet, su largo y complicado juicio de extradición y su regreso a Chile han dado lugar a numerosos trabajos, académicos unos, periodísticos otros, pero todos centrados en alguna arista del problema. Nunca un asunto jurídico, con indudables ribetes políticos, había acaparado tanto a la opinión pública mundial. En el momento del juicio, una gran unanimidad internacional apoyaba el pedido de extradición de la justicia española para que el odiado dictador Pinochet pagara sus culpas y fuera juzgado por sus delitos contra los derechos humanos por la Audiencia Nacional de Madrid, un hecho que convirtió al juez Baltasar Garzón en un importante héroe mediático.

Sin embargo, tanta alegría no pudo ser. El Gobierno británico, atendiendo a unos informes médicos que hablaban de su delicado estado de salud, no cursó la extradición y lo mandó de vuelta a Chile. A su regreso a Santiago, los aires vivificantes de los Andes le permitieron a Pinochet levantarse de su silla de ruedas y cual un nuevo Lázaro mostrar infantilmente su poderío. Pero la chulería del general duró poco, ya que basándose en su locura la justicia de su país lo absolvió temporalmente. Indigno fin para tan valiente general. Los jueces chilenos, de forma maquiavélica, cerraron definitivamente el caso: mientras siguiera loco, enfermo y callado estaba a salvo de la justicia, pero si se le ocurría hablar y reaparecer como el omnipotente militar que había sido, el banquillo lo estaría esperando.

La clausura de la vía judicial no implica que pase lo mismo con otras formas de recuperación de la memoria. De una u otra manera los tres libros aquí comentados indagan en torno a esta cuestión aunque desde perspectivas diferentes. Ariel Dorfman, chileno y norteamericano, parte de su propia perspectiva, marcada por el dolor del exilio y las pérdidas personales, que traduce en función de su propio miedo y el de todos los chilenos que fueron víctimas de Pinochet. Para Dorfman el pasado sigue pesando y aún cree, desde su atalaya norteamericana, que los chilenos han sido y siguen siendo "rehenes del General Pinochet". Y porque esa historia sigue viva escribe General con mayúscula, como si de un padre se tratara; y dado su más fervoroso deseo de matar al padre concluye esta especie de memoria personal, mezclada con una especie de crónica del juicio londinense, con las preguntas: "¿Pinochet? ¿Quién diablos es Pinochet?".

El norteamericano Mark

Ensalaco ve el problema desde una perspectiva diferente, la de las violaciones de los derechos humanos, que lo impulsa a recuperar la verdad de lo sucedido en Chile bajo la dictadura militar. De ahí sus sentimientos encontrados ante la labor de la Comisión Nacional Chilena de Verdad y Reconciliación, la Comisión Rettig, que funcionó durante la presidencia de Patricio Aylwin para "clarificar de manera comprehensiva la verdad sobre las violaciones más graves de derechos humanos" durante la dictadura. Pero ni los medios ni los procedimientos puestos a disposición de la comisión, ni las trabas de los militares, que seguían siendo un poder fáctico controlado por Pinochet, eran los más adecuados para avanzar en el tema. Quizá Ensalaco otorgue demasiada atención a la actividad del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), bien por haber quedado encandilado por la prédica de estos jóvenes burgueses que apostaron por la lucha armada como la mejor vía de llegar al socialismo, en vez de la vía chilena (pacífica en la medida de lo posible) propugnada por Salvador Allende, o bien para desmontar el argumento de los militares golpistas, que lanzaron su movimiento como una cruzada antiterrorista y anticomunista. Pero al profundizar en cuestiones marginales hace que el lector pierda el verdadero hilo conductor de los sucesos que llevaron al golpe del 11 de septiembre de 1973.

Quizá la aproximación de Beckett sea la más superficial de las tres. La presencia de Pinochet en el Reino Unido, y su amistad con Margaret Thatcher le sirve de pretexto para desentrañar la "historia secreta" de las relaciones entre los dos países, una historia que comienza con la independencia, dada la labor del almirante Thomas Cochrane, un aventurero y mercenario británico, y que prosigue con el coronel John Thomas North, un especulador conocido como el Rey del Salitre. Beckett desembarca en Chile y descubre un país inédito, del que saca inmediatamente conclusiones algo forzadas. Esto pasa con el paralelismo entre Chile y el Reino Unido ("que ambos países sean ahora lugares dominados por el mercado libre, con autobuses privatizados, numerosos indigentes y, hoy, con gobiernos de izquierda forzados a actuar en un panorama político creado por tiránicos predecesores, no es una mera coincidencia ni una consecuencia típica de la globalización"), o con otras cuestiones como que Chile sea un caso único en América Latina en lo que a las relaciones con el Reino Unido se refiere, o que gracias a Cochrane Chile se abrió al capitalismo.

En todos los casos, los autores se centran en la dictadura de Pinochet, las violaciones de los derechos humanos y el desarrollo de una transición a la democracia cautiva de los militares. Todo eso es cierto, pero también lo es que la dictadura no surgió de la nada y que tuvo un importante apoyo popular. Por eso, a casi treinta años de otro 11-S (el de 1973), el que acabó con Salvador Allende, sería conveniente que pudiéramos dar un paso más en nuestras explicaciones del pasado chileno, un pasado que todavía sigue escondiendo demasiados fantasmas en el armario.

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