Crítica:

La monja y los superhéroes

Tiene dos problemas esta curiosa película, producida por Jodie Foster (que, en buena lógica, se guarda un papel para sí; y no es el menos sorprendente de la función). Uno guarda relación con su apariencia: contada desde un punto de vista omnisciente que, empero, es perfectamente solidario con el grupo de adolescentes que tiran de la narración, su responsable, el neófito Peter Care, no duda en introducir, en el medio de una peripecia de aprendizaje adolescente perfectamente clásica, todo un cómic de superhéroes, truculentas escenas animadas que, al tiempo que complementan el sentido, también ro...

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Tiene dos problemas esta curiosa película, producida por Jodie Foster (que, en buena lógica, se guarda un papel para sí; y no es el menos sorprendente de la función). Uno guarda relación con su apariencia: contada desde un punto de vista omnisciente que, empero, es perfectamente solidario con el grupo de adolescentes que tiran de la narración, su responsable, el neófito Peter Care, no duda en introducir, en el medio de una peripecia de aprendizaje adolescente perfectamente clásica, todo un cómic de superhéroes, truculentas escenas animadas que, al tiempo que complementan el sentido, también rompen el curso de la narración y que, a buen seguro, desesperarán a los amantes de la ortodoxia.

LA PELIGROSA VIDA DE LOS ALTAR BOYS

Director: Peter Care. Intérpretes: Kieran Culkin, Jena Malone, Emile Hirsch, Vicent D'Onofrio, Jodie Foster. Género: drama fantástico. EE UU, 2002. Duración: 104 minutos.

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El segundo tiene que ver justamente con la instauración de dicho punto de vista: acostumbrados a observar la trama desde donde se nos insta, respetuosamente, desde un buen comienzo, apenas nos percatamos de que en realidad estamos ante una peripecia distinta de lo que parece, sin héroes ni villanos. Ni la monja, Nunzilla para los imaginativos jóvenes (Foster, muy modosa dentro de su hábito), es la pérfida castradora que ameniza sus pesadillas, ni los motivos por los que la vida es sorprendente son los que estos muchachitos de mentalidad calenturienta imaginan.

Como cualquier película de iniciación al conocimiento de la vida, Altar Boys, cuya acción no por casualidad transcurre en los convulsos 70, se propone ante su espectador como un cuento cruel trufado de referencias religiosas, un juego de apariencias detrás de las cuales se esconden horrores mucho más indecibles que la simple disciplina de un colegio, la trastada cuidadosamente planeada que provoca el pasmo de los condiscípulos y las iras de los maestros; la bofetada, en fin, en el rostro de los mayores.

No es poco el mérito de Peter Care, debutante en estas lides, aunque reputado realizador de videoclips musicales, de hacer creíble, incluso cercana, una historia como ésta. Pero lo cierto es que, sin renunciar a algún que otro golpe de efecto -todo lo relacionado con la iniciación sexual de la protagonista femenina, por ejemplo-, el director logra galvanizar las simpatías alrededor de sus criaturas. Lo hace con las artes de siempre: una buena dirección de actores, unos acontecimientos sabiamente dosificados para mantener la atención, algunas sorpresas que cambian el curso de la narración y, lo más importante, una sensibilidad a flor de piel, el atendible punto de vista de quien no ha olvidado que la adolescencia es la etapa de todos los pasmos, de todos los descubrimientos. Que nos lo recuerde con no poco gusto es lo que hay que agradecer a esta película irregular pero apasionada, rompedora y, sin embargo, respetuosa; extraña, manifiestamente apasionante.

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