Análisis:

Alí y la libertad de prensa en Marruecos

Como le solicitaban sus parientes y amigos, Alí Lmrabet ha suspendido su huelga de hambre. Ha sido una decisión correcta: el periodista marroquí ya había conseguido que millones de ciudadanos, en el Magreb y en Europa, conocieran su caso y lo situaran en el contexto de las severas restricciones de la libertad de expresión que vive Marruecos. Continuar con la huelga de hambre hubiera supuesto situarse en esa lógica de la inmolación que, por pura desesperanza, recorre el mundo árabe y musulmán. Hay que felicitarse porque Lmrabet haya adoptado ese viejo proverbio islámico que dice que la tinta de...

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Como le solicitaban sus parientes y amigos, Alí Lmrabet ha suspendido su huelga de hambre. Ha sido una decisión correcta: el periodista marroquí ya había conseguido que millones de ciudadanos, en el Magreb y en Europa, conocieran su caso y lo situaran en el contexto de las severas restricciones de la libertad de expresión que vive Marruecos. Continuar con la huelga de hambre hubiera supuesto situarse en esa lógica de la inmolación que, por pura desesperanza, recorre el mundo árabe y musulmán. Hay que felicitarse porque Lmrabet haya adoptado ese viejo proverbio islámico que dice que la tinta de los sabios es más fecunda que la sangre de los mártires.

Ahora le toca al régimen marroquí, y en particular a su monarca, demostrar sabiduría. Por vía judicial o mediante un indulto, Lmrabet debe ser excarcelado de inmediato. Sería solo un primer paso, porque el periodista tiene razón cuando reclama que se le restituya no sólo la libertad personal, sino también la de expresión, el derecho a publicar sus semanarios. En ese sentido, Reporteros sin Fronteras informó ayer que "mantendrá su movilización". Según Robert Ménard, su secretario general, "nadie, ni en el reino ni en el extranjero, debe resignarse" a la condena a tres años de cárcel de Lmrabet.

Sus consejeros deberían subrayarle a Mohamed VI que la mayoría de las voces que en España y Francia se han alzado para protestar por el caso Lmrabet proceden de gente que conoce y aprecia a Marruecos, su cultura y su pueblo. Gente que acepta el que la urgentemente necesaria evolución de ese país hacia la democracia, el desarrollo económico y un mínimo de justicia social se efectúe en el marco de la monarquía alauí. Los escritores, diplomáticos, periodistas y profesores que en Madrid, Barcelona o Sevilla se han movilizado a favor de Lmrabet no militan en esa secular morofobia hispana que se alegra de que las cosas vayan mal al sur del Estrecho, no pertenecen a los que rechazan visceralmente la llegada de inmigrantes magrebíes, no son de los que se embriagaron el día que los legionarios "reconquistaron" el islote de Perejil.

Mohamed VI tiene que "mover ficha", por emplear la expresión tan grata a José María Aznar, que después de haber protagonizado un largo y envenenado conflicto diplomático con Marruecos vive ahora una luna de miel con sus gobernantes. Si la actitud del Gobierno español fue excesivamente beligerante en el conflicto, también es exagerado su entusiasmo actual en proclamar las virtudes de la democracia marroquí y de la independencia de su justicia. No, la situación del país magrebí es preocupante. Y no sólo por el ascenso del integrismo islámico, del que la muestra más brutal fueron los atentados de Casablanca, sino por la agravación de las condiciones de democracia raquítica y vigilada, atasco económico y tremenda desigualdad social que generan ese ascenso. Mohamed VI tiene que empezar a gobernar con energía y en la buena dirección, la que apunta a Europa. Excarcelar a Lmrabet es un paso previo imprescindible.

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